CÓMO EMPEZAR A MEDITAR EN CASA


Unos consejos para practicar la meditación en tu propia casa y cómo tratar con los obstáculos que puedes encontrar.

Muchas personas se preguntan cómo poder establecer una práctica de meditación diaria en su propia casa. Aunque hay muchos centros y grupos de meditación, la mayoría de personas que meditan hacen parte de su práctica, o toda ella, en su propia casa. En muchos casos, es una cuestión práctica, porque no viven cerca de ningún centro de meditación al que poder acudir regularmente, o no se sienten cómodos en los centros que hay a su disposición. O sienten que para ellas la meditación es una cuestión privada y personal, no una práctica religiosa en común. De cualquier forma, la mayoría de meditadores, por diferentes razones, meditan en casa.

Tal vez hemos oído alguna vez que no podemos practicar solos la meditación, que necesitamos practicar en grupo, y recibir instrucciones de un maestro. Que necesitamos ayuda, porque mantener la disciplina de sentarse a meditar uno solo puede ser muy difícil, e incluso peligroso.

Pero en la actualidad, mucha gente se ha dado cuenta que es posible meditar uno solo. Aunque eso requiere disciplina, porque mantener una práctica regular sigue siendo una lucha para algunas personas. A pesar de ello, muchos superan esa lucha y disfrutan con su práctica diaria de meditación.

Para empezar a practicar, debemos tener en cuenta que la práctica comienza la noche anterior. Antes de irte a dormir, pon la alarma media hora antes de lo habitual, y recuérdate: “Mañana por la mañana me voy a levantar para meditar. Quiero hacerlo y va a ser agradable y útil”. Mantén ese pensamiento en tu mente. Después, cuando te estés durmiendo, piensa lo siguiente: “¿De verdad me voy a levantar más pronto y voy a meditar?” Y respóndete a ti mismo: “Sí, voy a hacerlo”. Y entonces vuelve a preguntarte: “¿De verdad?” Tómate esto en serio. Piensa un poco más y contéstate sinceramente. Si la pregunta es “Sí, de verdad”, entonces te levantarás. Esto te lo tomas en serio. Pero si la respuesta es “No, tengo que admitir que seguramente pararé la alarma y me daré la vuelta en la cama para dormir media hora más”, entonces no te molestes. Vuelve a poner la alarma a la hora habitual y no intentes levantarte antes.

Este pequeño ejercicio puede parecer un poco tonto, pero es muy importante. Trata con la principal dificultad que encontramos para la autodisciplina: ser ambivalentes. Al mismo tiempo queremos y no queremos hacer lo que pensamos que queremos hacer por nuestro propio interés. Nos es difícil tomarnos en serio nuestras buenas intenciones, especialmente cuando se trata de nuestra vida espiritual. En el fondo no estamos seguros de ser capaces de enfrentarnos con nosotros mismos al nivel humano más profundo, porque si lo hacemos tal vez descubramos que somos personas indignas y triviales. Ya que imaginamos que la meditación nos va a ofrecer una auto confrontación a ese nivel, somos profundamente ambivalentes.

La mayor parte de ese enrevesado pensamiento no es consciente. Es por eso que el diálogo con uno mismo al irse a dormir es importante, porque nos proporciona una manera sencilla de enfrentarnos con este asunto: Preguntarnos “¿de verdad?” es una manera de hacer aflorar lo que realmente sentimos y, amable y sinceramente, tratar con ello. De otra manera nuestro antiguo hábito de solapado autoengaño prevalecerá. No haremos lo que no tenemos realmente claro que queremos hacer, lo que nos dará otra prueba más de que no podemos hacerlo.

Suponiendo que te levantas por la mañana media hora antes, mójate la cara con agua fría, enjuaga tu boca, ponte ropa cómoda (o quédate si quieres en pijama), y siéntate inmediatamente en tu cojín. Hazlo antes de tomar café, antes de encender el ordenador, antes de activar tu día y darte cuenta que no tienes tiempo para esto. Enciende una varilla de incienso que te indique el tiempo, o utiliza un reloj, o una alarma de cuenta atrás para evitar mirar demasiado el reloj. Decide antes de empezar si vas a meditar veinte o treinta minutos, o incluso más si puedes hacerlo.

Intenta hacer esto durante dos semanas, tomándote un día de descanso cada semana. Si fallas un día, no pasa nada, pero no caigas en la trampa inconsciente de “ya que he fallado un día supongo que no puedo hacerlo, así que mejor ni lo intento, o lo intento con menos interés mañana porque este día que he fallado me ha debilitado”. ¡Así es como pensamos! Así que anticípate a esto y no te desanimes por ello. Sé amable contigo mismo, pero firme. Imagínate que estás enseñando a un niño, o entrenando a una mascota, una encantadora criaturita que quiere comportarse bien pero necesita la guía de un adulto.

Decide que vas a meditar durante dos semanas. Es mucho más fácil comprometerte a meditar casi cada día durante dos semanas que comprometerte a meditar todos los días por el resto de tu vida. Tras dos semanas de práctica, para y pregúntate: “¿Cómo ha ido? ¿Ha sido agradable o desagradable? ¿Qué impacto ha tenido durante la mañana, o en el resto del día, o en mi semana?” Normalmente son evidentes los resultados positivos, y, al ver que la práctica ha sido beneficiosa, desarrollar una intención aún más fuerte de volver a ella. Así que entonces, tras una pausa, vuelve a comprometerte a practicar, tal vez ahora durante un mes, con la misma pausa al final para evaluar cómo ha ido. De esta forma, poco a poco, puedes convertirte en un meditador habitual. Aunque hagas un descanso de vez en cuando no dejas de serlo.

Mucha gente se pregunta si es necesario meditar por la mañana, o si hay algún tipo de magia por la mañana. Hay personas que son más de mañanas y otras de tardes o noches. Pero sí que es posible que haya algo “mágico” en la mañana. Los horarios de práctica en monasterios por todo el mundo incluyen una práctica por la mañana temprano. Parece que en ese momento del día la práctica es más beneficiosa, cuando tu mente está aún fresca y el mundo a tu alrededor aún no se ha despertado. También es más fácil que te pongas a meditar por la mañana, antes de que estés ya en marcha con las tareas del día y recuerdes todas las cosas que tienes que hacer. Durante el día es más difícil que encuentres el momento para meditar, y al final del día es posible que estés demasiado cansado o alterado. Seguramente te apetecerá más una copa de vino que ponerte a meditar, lo que puede ser bastante incómodo ya que tu cuerpo percibirá todos los dolores y tensiones del día. Pero, de hecho, practicar al final del día es muy bueno justo por esa razón: aunque a menudo sea incómodo, te ayuda a procesar todo el estrés y te sientes más calmado después.

Pero, si estás tratando de establecer una práctica por primera vez, pensar que vas a sentarte a meditar tranquilamente al final del día probablemente no va a funcionar tan bien como pillarte en el momento más débil (es decir en el más fuerte): por la mañana, cuando eres al mismo tiempo más y menos tú mismo, antes de que te hayas puesto la armadura de tu personalidad heroica con la que sientes que debes afrontar el mundo del trabajo y la familia. No obstante, hay que decir que obviamente todo esto tal vez no sea cierto para ti, porque como individuos somos muy diferentes unos de otros, y en estas cuestiones íntimas y personales no funciona lo mismo para todos. Aunque lo que aquí se describe ha funcionado para muchos meditadores.

Hay muchas formas de meditar y diferentes enfoques sobre esta práctica. Uno de estos enfoques nos dice que la meditación no es una habilidad que se supone debemos dominar. Es una práctica a la que nos entregamos. Así que, si estás meditando por la mañana y estás aún medio dormido, con recuerdos de los sueños que has tenido, y tu mente no está enfocada con mucha precisión en la respiración, de la manera que piensas que debería ser… ¡está bien! Todo eso se considera normal, y hasta beneficioso.

El mayor obstáculo para establecer una práctica de meditación es la idea errónea, que tienen la mayoría de personas que quieren empezar a meditar, de que la meditación debe calmar y enfocar la mente. Por lo tanto, si tu mente no está en calma y enfocada, piensas que está claro que lo estás haciendo mal. Pelear con algo que constantemente estás haciendo mal, y que para tu frustración parece que no puedes hacer bien, no te inspira a continuar, a menos que seas masoquista, aunque parece que hay unos cuantos meditadores masoquistas.

Es mejor asumir la actitud de que la meditación es lo que haces cuando meditas.  No se hace bien o mal. Eso no quiere decir que no haya esfuerzo, calma, ni enfoque. Por supuesto que lo hay. La cuestión es evitar caer en la trampa de definir la meditación de una manera demasiado estrecha, y después juzgarte basándote en esa definición, y por tanto sabotearte tú mismo. Tienes que evaluar tu práctica de una manera mucho más amplia y generosa. No pensar: “¿Está mi mente concentrada mientras estoy meditando?” Sino: “¿Cómo está mi atención durante el día?” No pensar: “¿Estoy tranquilo y en calma cuando medito?” Sino: “¿Se ha reducido de alguna manera mi hábito de perder los estribos?” En otras palabras, la prueba de la meditación no es la meditación, es tu vida.

Tratar con los diferentes obstáculos prácticos que encuentras para establecer una práctica regular es fácilmente comparable con el tema más profundo del autoengaño. Una vez que le encuentras el truco a eso, los problemas prácticos son fáciles de solucionar. ¿Que los niños se levantan temprano? Entonces levántate media hora antes que ellos. ¿Pero que entonces no duermes bastante? Bueno, esa media hora de meditación sentada será mucho más importante para tu descanso y bienestar que la pérdida de media hora de sueño. O simplemente puedes acostarte media hora antes.

¿Que no tienes un lugar para meditar? Siempre hay algún sitio, todo lo que necesitas es un espacio en el suelo para colocar el cojín. Pero, por supuesto, que es mejor tener un lugar limpio y cuidado, aunque sea solamente un rincón de una habitación llena de cosas. Mantener ese rincón limpio y en orden es un preliminar a la práctica de meditación en sí misma.

¿Qué tu pareja no quiere meditar y le molesta que salgas a hurtadillas de la cama para sentarte a meditar? Explícale tranquilamente que la razón principal por la que meditas es para ser una persona más cariñosa y útil. No te escabulles de la cama para reivindicar tu independencia sino por la razón opuesta: para ser más cariñoso. Mantén esta conversación, cariñosamente, con tu pareja. Pídele que te ayude a hacer este experimento de dos semanas y a evaluar los resultados: ¿has sido más cariñoso, has ayudado más en la casa, con los niños, etc., más de lo habitual, con más disposición, más alegremente? (Está claro que después de tener esta conversación con tu pareja tendrás que hacer todo eso).

Resumiendo, si quieres meditar no hay ninguna excusa para no hacerlo. Pero la confusión humana es muy lista, y sigue siendo posible que finalmente te convenza para no practicar. Si eso ocurre, acéptalo. A veces esa es la forma de finalmente empezar seriamente una práctica de meditación: no hacerlo durante diez o veinte años, hasta que finalmente no tienes otra opción.

Según se va acelerando más el mundo y la trayectoria de la vida se hace más drástica, más personas sienten la necesidad de hacer algo para promover el bienestar y fomentar una actitud sostenible. Es difícil estar alegre si estás estresado, es difícil creer en la bondad y la felicidad si el mundo en el que vives no te ayuda mucho a ello.

Amable y realista, la práctica de la meditación puede ofrecer el poderoso impulso de actitud que necesitamos. No se requiere fe o un esfuerzo excesivo, simplemente sentarse en silencio, volver al momento presente del cuerpo y la respiración, te llevará de forma natural más cerca de la gratitud, más cerca de la amabilidad. Y cuando te comprometas con estas virtudes empezarás a darte cuenta, para tu sorpresa, que muchas personas en tu vida también harán lo mismo, así que tendrás mucha compañía en el camino.




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