La meditación no nos obliga a convertirnos a ninguna religión o
creencia en particular, ni tampoco a ser especialmente espirituales,
simplemente nos invita a abrirnos y descubrir nuestra capacidad de despertar la
mente y el corazón, a descubrir y desarrollar nuestro ser más profundo.
Podemos
descubrir muchas cosas sentados en el cojín de meditación, especialmente la
capacidad que todos tenemos de convertirnos en personas más conscientes, más
atentas, compasivas y despiertas. Y esa misma conciencia nos puede ayudar
también en cualquier actividad de la vida diaria. Porque despertar, estar
realmente presente, es la clave para desarrollar cualquier arte, y para
disfrutar verdaderamente de la vida.
Pero…
¿a qué estamos despertando? Despertamos a las verdades universales, a las leyes
del universo y a las enseñanzas que las explican. Descubrir esas verdades es
algo inmediato, es la sabiduría que siempre está presente y, por tanto, puede
descubrirse en cualquier lugar y en cualquier momento.
No estamos hablando en este caso de una
gran iluminación espiritual, con experiencias extraordinarias ni revelaciones
místicas. Esa sabiduría ordinaria, a la
que todos podemos despertar, son las verdades con las que nos encontramos al
librarnos de las fantasías, prejuicios y recuerdos, cuando volvemos a la
realidad del momento presente. Cuando hacemos eso, prestando atención aquí
y ahora, empezamos a descubrir esa sabiduría en nuestra vida cotidiana.
Una
de las cosas que descubrimos gracias a esa sabiduría que se manifiesta en la
meditación es la fugacidad de la vida. Podemos pensar en la fugacidad de este
mundo como una burbuja que arrastra el viento, un eco, un arco iris, o un
sueño.
Cuanto
más en silencio podamos estar y más atentamente podamos observar, más nos
daremos cuenta de que todo lo que vemos, todo lo que vivimos, está cambiando
continuamente. Normalmente, todo nos parece muy sólido, lo que experimentamos,
nuestras emociones, los pensamientos, nuestra personalidad, y el mundo en el
que vivimos. Es como cuando nos atrapa el argumento de una película y nos
parece algo real, a pesar de que sólo sean imágenes de luz y color proyectadas
sobre una pantalla. Si prestamos la atención necesaria podremos reconocer que
la película está compuesta de imágenes que aparecen por un instante y
desaparecen a continuación para ser reemplazadas por otras.
Con
nuestra vida sucede algo similar, no hay nada en la vida que dure mucho tiempo
o permanezca siempre estable. No necesitamos meditar mucho para darnos cuenta
que todo en nuestro mundo está continuamente cambiando. ¿Puedes decir algo que
se mantenga en tu vida siempre igual? ¿Hay una emoción o estado mental que mantengas
durante mucho tiempo seguido?

Pero
es precisamente cuando reconocemos esta realidad efímera de la vida, y que
apegarnos a las cosas nos produce dolor y sufrimiento, cuando podemos empezar a
vislumbrar que hay otro camino en la vida. Ese camino es la sabiduría de la inseguridad,
ser capaces de fluir con los cambios, de ver y aceptar que todo está
continuamente transformándose y ser capaces de relajarnos en esa incertidumbre.
La
meditación nos enseña a soltar y a dejar que las cosas sigan fluyendo y a
permanecer en calma en medio de ese continuo cambio. Al descubrir que todo es fugaz y transitorio, y que aferrarnos a las
cosas nos produce mucho sufrimiento, nos damos cuenta de la sabiduría que hay
en la misma actitud de relajarnos y soltar. Vemos con claridad que ganar y
perder, los elogios y las culpas, el dolor y el placer, son parte del
movimiento de la vida en la que estamos inmersos desde que nacemos. Soltar no
quiere decir despreocuparnos de las cosas, sino prestarles atención de una
manera más sabia y con más flexibilidad. Cuando meditamos, le prestamos
atención a nuestro cuerpo y nuestra mente de una manera respetuosa y sin aferrarnos
a nada.
Si
observamos nuestro cuerpo, podemos ver que crece, se desarrolla, en ocasiones
enferma y, finalmente, muere. Cuando nos sentamos a meditar, podemos sentir cómo
está nuestro cuerpo, sus tensiones y su cansancio o energía. Unas veces nos encontramos
a gusto en nuestro cuerpo, y otras veces es doloroso o incómodo. Unas veces
está tranquilo y relajado, y otras tenso e inquieto. La meditación nos ayuda a
darnos cuenta que realmente no poseemos ni controlamos nuestro cuerpo,
simplemente vivimos en él durante cierto tiempo en el que no deja de cambiar.
Algo similar ocurre con nuestro corazón y nuestra mente, con sus miedos, alegrías
y penas.

Así
que meditamos para despertar a las leyes de la vida, para ver la realidad. Meditamos
para librarnos de los pensamientos que nos confunden y nos alejan de
experimentar directamente nuestro cuerpo y nuestros sentidos. Es entonces
cuando podemos ver cómo funciona nuestro cuerpo y nuestra mente y la mejor
manera de relacionarnos con ellos. Lo fundamental de esta práctica interior es
escuchar con atención y ser conscientes de nuestro entorno, nuestro cuerpo,
nuestra mente, y nuestro corazón. Esa es la plena atención, precisa y abierta a
la vez.
Esa
plena atención en la que nos entrenamos cuando practicamos la meditación es
útil para todo en la vida. Podemos utilizarla al comer para escuchar cuándo
nuestro estómago nos dice que ya hemos comido bastante. Aunque también podemos
escuchar a la lengua diciendo lo delicioso que estaba el último bocado y que
quiere más. O a nuestros ojos diciendo que no puede dejar de probar ese pastel
tan atractivo. La plena atención nos permite ser conscientes de todas esas
voces que surgen en nuestro interior, y también nos permite ser conscientes de
nuestros sentimientos y de todos los aspectos, agradables, desagradables o
indiferentes, de nuestra experiencia.
Es
así como aprendemos que no debemos aferrarnos a lo agradable ni tener miedo de
lo doloroso. Aunque nos han hecho creer que hay que vivir de esa manera, según
vamos avanzando en la meditación, empezaremos a darnos cuenta que aferrarnos a
lo agradable y tener miedo de lo doloroso no nos ayuda a encontrar paz ni
felicidad. La realidad es que, queramos o no, todas las cosas cambian
continuamente, y aferrarnos a lo que nos gusta intentando que no cambien las
cosas o huir de lo desagradable simplemente crea más sufrimiento.
La
meditación nos ayuda a observar nuestro cuerpo, nuestros sentimientos, y la
vida en general, de una manera consciente, natural y abierta. Así, de esta forma podremos con esa misma actitud consciente y abierta
observar todo lo que surge en nuestra mente. También aprenderemos a ver y
confiar en esa ley natural de la transitoriedad, empezaremos a ver cómo es
realmente el mundo que nos rodea, relacionándonos con todo lo que encontremos
en nuestra vida de una manera más sabia y amable.
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