¿POR QUÉ MEDITAR?


La meditación no nos obliga a convertirnos a ninguna religión o creencia en particular, ni tampoco a ser especialmente espirituales, simplemente nos invita a abrirnos y descubrir nuestra capacidad de despertar la mente y el corazón, a descubrir y desarrollar nuestro ser más profundo.

Podemos descubrir muchas cosas sentados en el cojín de meditación, especialmente la capacidad que todos tenemos de convertirnos en personas más conscientes, más atentas, compasivas y despiertas. Y esa misma conciencia nos puede ayudar también en cualquier actividad de la vida diaria. Porque despertar, estar realmente presente, es la clave para desarrollar cualquier arte, y para disfrutar verdaderamente de la vida.

Pero… ¿a qué estamos despertando? Despertamos a las verdades universales, a las leyes del universo y a las enseñanzas que las explican. Descubrir esas verdades es algo inmediato, es la sabiduría que siempre está presente y, por tanto, puede descubrirse en cualquier lugar y en cualquier momento.

No estamos hablando en este caso de una gran iluminación espiritual, con experiencias extraordinarias ni revelaciones místicas. Esa sabiduría ordinaria, a la que todos podemos despertar, son las verdades con las que nos encontramos al librarnos de las fantasías, prejuicios y recuerdos, cuando volvemos a la realidad del momento presente. Cuando hacemos eso, prestando atención aquí y ahora, empezamos a descubrir esa sabiduría en nuestra vida cotidiana.

Una de las cosas que descubrimos gracias a esa sabiduría que se manifiesta en la meditación es la fugacidad de la vida. Podemos pensar en la fugacidad de este mundo como una burbuja que arrastra el viento, un eco, un arco iris, o un sueño.

Cuanto más en silencio podamos estar y más atentamente podamos observar, más nos daremos cuenta de que todo lo que vemos, todo lo que vivimos, está cambiando continuamente. Normalmente, todo nos parece muy sólido, lo que experimentamos, nuestras emociones, los pensamientos, nuestra personalidad, y el mundo en el que vivimos. Es como cuando nos atrapa el argumento de una película y nos parece algo real, a pesar de que sólo sean imágenes de luz y color proyectadas sobre una pantalla. Si prestamos la atención necesaria podremos reconocer que la película está compuesta de imágenes que aparecen por un instante y desaparecen a continuación para ser reemplazadas por otras.

Con nuestra vida sucede algo similar, no hay nada en la vida que dure mucho tiempo o permanezca siempre estable. No necesitamos meditar mucho para darnos cuenta que todo en nuestro mundo está continuamente cambiando. ¿Puedes decir algo que se mantenga en tu vida siempre igual? ¿Hay una emoción o estado mental que mantengas durante mucho tiempo seguido?

Es precisamente cuando queremos que las cosas permanezcan siempre igual y nos aferramos a ellas cuando acabamos decepcionados y sufriendo. No es porque debamos de sufrir necesariamente, ni porque el sufrimiento sea una especie de castigo, sino simplemente porque así es la vida, así son las cosas, temporales y efímeras. Por más que intentemos que algo permanezca igual en nuestra vida, nunca lo conseguiremos. Aferrarnos al pasado, a “lo que fue”, sólo nos produce sufrimiento, porque la vida es como un río que fluye continuamente, renovándose sin cesar el agua que circula por él.

Pero es precisamente cuando reconocemos esta realidad efímera de la vida, y que apegarnos a las cosas nos produce dolor y sufrimiento, cuando podemos empezar a vislumbrar que hay otro camino en la vida. Ese camino es la sabiduría de la inseguridad, ser capaces de fluir con los cambios, de ver y aceptar que todo está continuamente transformándose y ser capaces de relajarnos en esa incertidumbre.

La meditación nos enseña a soltar y a dejar que las cosas sigan fluyendo y a permanecer en calma en medio de ese continuo cambio. Al descubrir que todo es fugaz y transitorio, y que aferrarnos a las cosas nos produce mucho sufrimiento, nos damos cuenta de la sabiduría que hay en la misma actitud de relajarnos y soltar. Vemos con claridad que ganar y perder, los elogios y las culpas, el dolor y el placer, son parte del movimiento de la vida en la que estamos inmersos desde que nacemos. Soltar no quiere decir despreocuparnos de las cosas, sino prestarles atención de una manera más sabia y con más flexibilidad. Cuando meditamos, le prestamos atención a nuestro cuerpo y nuestra mente de una manera respetuosa y sin aferrarnos a nada.

Si observamos nuestro cuerpo, podemos ver que crece, se desarrolla, en ocasiones enferma y, finalmente, muere. Cuando nos sentamos a meditar, podemos sentir cómo está nuestro cuerpo, sus tensiones y su cansancio o energía. Unas veces nos encontramos a gusto en nuestro cuerpo, y otras veces es doloroso o incómodo. Unas veces está tranquilo y relajado, y otras tenso e inquieto. La meditación nos ayuda a darnos cuenta que realmente no poseemos ni controlamos nuestro cuerpo, simplemente vivimos en él durante cierto tiempo en el que no deja de cambiar. Algo similar ocurre con nuestro corazón y nuestra mente, con sus miedos, alegrías y penas.

Según vamos meditando, aprendemos a relacionarnos con todo con calma y sabiduría. En vez de huir por miedo de las experiencias dolorosas o de perseguir las agradables intentando mantenerlas, nos damos cuenta de que nuestra mente y nuestro corazón pueden estar plenamente presentes, aquí y ahora, y vivir con más plenitud y libertad en cualquier momento y en cualquier lugar. Cuando comprendemos profundamente que todo pasa, tanto las cosas agradables como las dolorosas, descubrimos esa paz que existe en el mismo centro del huracán.

Así que meditamos para despertar a las leyes de la vida, para ver la realidad. Meditamos para librarnos de los pensamientos que nos confunden y nos alejan de experimentar directamente nuestro cuerpo y nuestros sentidos. Es entonces cuando podemos ver cómo funciona nuestro cuerpo y nuestra mente y la mejor manera de relacionarnos con ellos. Lo fundamental de esta práctica interior es escuchar con atención y ser conscientes de nuestro entorno, nuestro cuerpo, nuestra mente, y nuestro corazón. Esa es la plena atención, precisa y abierta a la vez.

Esa plena atención en la que nos entrenamos cuando practicamos la meditación es útil para todo en la vida. Podemos utilizarla al comer para escuchar cuándo nuestro estómago nos dice que ya hemos comido bastante. Aunque también podemos escuchar a la lengua diciendo lo delicioso que estaba el último bocado y que quiere más. O a nuestros ojos diciendo que no puede dejar de probar ese pastel tan atractivo. La plena atención nos permite ser conscientes de todas esas voces que surgen en nuestro interior, y también nos permite ser conscientes de nuestros sentimientos y de todos los aspectos, agradables, desagradables o indiferentes, de nuestra experiencia.

Es así como aprendemos que no debemos aferrarnos a lo agradable ni tener miedo de lo doloroso. Aunque nos han hecho creer que hay que vivir de esa manera, según vamos avanzando en la meditación, empezaremos a darnos cuenta que aferrarnos a lo agradable y tener miedo de lo doloroso no nos ayuda a encontrar paz ni felicidad. La realidad es que, queramos o no, todas las cosas cambian continuamente, y aferrarnos a lo que nos gusta intentando que no cambien las cosas o huir de lo desagradable simplemente crea más sufrimiento.

La meditación nos ayuda a observar nuestro cuerpo, nuestros sentimientos, y la vida en general, de una manera consciente, natural y abierta. Así, de esta forma podremos con esa misma actitud consciente y abierta observar todo lo que surge en nuestra mente. También aprenderemos a ver y confiar en esa ley natural de la transitoriedad, empezaremos a ver cómo es realmente el mundo que nos rodea, relacionándonos con todo lo que encontremos en nuestra vida de una manera más sabia y amable.




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