LOS ENEMIGOS CERCANOS


Las separaciones y compartimentos que creamos en nuestra vida se repiten también en la vida espiritual, son los Enemigos Cercanos.
Los enemigos cercanos son cualidades que aparecen en nuestra mente disfrazadas como auténticas realizaciones espirituales, cuando simplemente son una imitación, que nos separan de la verdadera experiencia en lugar de conectarnos con ella.
Podemos ver un ejemplo de los enemigos cercanos en relación con los cuatro estados sublimes del amor, la compasión, la alegría solidaria, y la ecuanimidad. Cada uno de estos estados es un signo de despertar y de la apertura de corazón, pero cada estado tiene un enemigo cercano que imita al verdadero estado, pero que surge de la separación y el miedo en lugar de una auténtica conexión de corazón. 
El enemigo cercano del amor es el apego. Todos habremos tenido la experiencia de cómo el apego puede colarse en nuestras relaciones amorosas. El verdadero amor es una expresión de apertura, amamos a la otra persona tal y como es sin ninguna expectativa o exigencia. Pero el apego tiene en sí mismo una sensación de separación, necesitamos a la otra persona porque la sentimos separada de nosotros. Al principio podemos sentir el apego como si fuera amor, pero conforme crece se hace más claro que es lo opuesto, caracterizándose por el aferramiento, el control, y el miedo.
El enemigo cercano de la compasión es la pena, y eso también nos separa. La pena siente lástima por esa pobre persona de allí, como si fuera diferente de nosotros, mientras que la verdadera compasión es la resonancia de nuestro corazón con el sufrimiento de otro. Nos sentimos junto a esa persona, compartiendo las penas de la vida.

El enemigo cercano de la alegría solidaria (alegrarse por la felicidad de otros) es la comparación, que quiere ver si tenemos más, lo mismo, o menos que otro. En lugar de regocijarnos con ellos, hay una vocecita sutil que se pregunta “¿lo mío es tan bueno como lo suyo?” “¿Cuándo me tocará a mí?”, creando de nuevo separación.
El enemigo cercano de la ecuanimidad es la indiferencia. La verdadera ecuanimidad es equilibrio en la experiencia, mientras que la indiferencia es una retirada y una falta de interés basados en el miedo, es huir de la vida. En cambio, en la ecuanimidad hay un corazón abierto para tocar todas las cosas, tanto los momentos de alegría como los de tristeza. La voz de la indiferencia retrocede diciendo: “A quién le importa. No voy a dejar que me afecte”.
Cada uno de estos enemigos cercanos puede disfrazarse de cualidad espiritual, pero cuando llamamos espiritual a nuestra indiferencia, o respondemos al dolor con pena, sólo estamos justificando nuestra separación y convirtiendo la “espiritualidad” en un escudo. Esto es reforzado por nuestra cultura, que nos enseña a menudo que podemos hacernos fuertes e independientes negando nuestros sentimientos, utilizando los ideales y la fuerza mental para sentirnos seguros. Si no reconocemos y comprendemos a los enemigos cercanos, acabarán matando nuestra práctica espiritual. Los compartimentos que ellos crean no nos protegerán por mucho tiempo del dolor y de lo imprevisible de la vida, pero sí que ahogarán la alegría y la conexión abierta de las auténticas relaciones.
Como los enemigos cercanos, al compartimentar nuestra vida separamos el cuerpo de la mente, el espíritu de las emociones, nuestra vida espiritual de nuestras realizaciones. Si no examinamos estas separaciones, nuestra vida espiritual se estancará y nuestra conciencia no seguirá creciendo.
En ocasiones, podemos ser conscientes de nuestro cuerpo y de nuestra mente, pero lo podemos utilizar en la práctica espiritual para levantar un muro que separe de nuestra conciencia las emociones dolorosas que hemos experimentado en la vida. Si nos damos cuenta de eso, podemos ver que es necesario cambiar la forma en que practicamos para incluir nuestros sentimientos en nuestra práctica. Si hacemos esto, sanaremos muchos traumas del pasado y encontraremos una alegría en la vida como nunca antes.
Los compartimentos que creamos para protegernos de lo que tememos siempre nos cobran un precio más adelante en la vida. Los períodos de santidad y fervor espiritual pueden alternarse más tarde con extremos opuestos (atracones de comida, sexo y otras cosas) convirtiéndose en una especie de bulimia espiritual. Incluso una sociedad en su conjunto puede actuar de esta manera, teniendo áreas "espirituales" donde las personas son conscientes, atentas y despiertas, y otros lugares donde se demuestra todo lo contrario a través del consumo abusivo de alcohol, la promiscuidad y otras conductas inconscientes.
La compartimentación crea una sombra opuesta, un área oscura u oculta para nosotros al enfocarnos con tanta intensidad en otro lugar. La sombra de la piedad religiosa puede contener la pasión y el anhelo mundano. La sombra de un ateo puede incluir un anhelo secreto por Dios. Cada uno de nosotros tiene una sombra que en parte se compone de esas fuerzas y sentimientos que ignoramos y rechazamos externamente. Cuanto más creemos en algo y rechazamos su opuesto, más energía va a la sombra. "Cuanto más grande es la luz, más grande es su sombra". Y la sombra crece cuando tratamos de usar la espiritualidad para protegernos de las dificultades y conflictos de la vida.  
La práctica espiritual no nos salvará del sufrimiento y la confusión, solo nos permite comprender que evitar el dolor no ayuda. Solo honrando nuestra verdadera situación puede nuestra práctica mostrarnos un camino a través de ella.
Debemos ver que la espiritualidad es un continuo movimiento para alejarse de la compartimentación y la separación y para acoger toda en la vida. Debemos aprender especialmente el arte de dirigir la atención plena a las áreas cerradas de nuestra vida. Cuando lo hagamos, nos enfrentaremos con los patrones de la historia personal, el condicionamiento que nos protege de los dolores del pasado. Ser libre no es elevarse por encima de esos patrones, eso solo crearía nuevos compartimentos, sino entrar en ellos y atravesarlos para traerlos a nuestro corazón. Debemos encontrar en nosotros mismos la voluntad de adentrarnos en la oscuridad, de sentir los agujeros y las deficiencias, la debilidad, la rabia o la inseguridad que hemos ocultado dentro de nosotros.
Debemos prestar una atención profunda a las historias que contamos sobre estas sombras, para ver cuál es la verdad subyacente. Luego, a medida que entramos voluntariamente en cada lugar de miedo, en cada lugar de deficiencia e inseguridad de nosotros mismos, descubriremos que sus paredes están hechas de falsedades, de viejas imágenes de nosotros mismos, de antiguos miedos, de falsas ideas de lo que es puro y lo que no. Veremos que cada uno de esos lugares está hecho de una falta de confianza en nosotros mismos, en nuestro corazón y en el mundo. A medida que vemos a través de ellos, nuestro mundo se expande. A medida que la luz de la conciencia ilumina estas historias y el dolor, el miedo o el vacío que hay bajo ellas, puede mostrarse una verdad más profunda. Al aceptar y sentir cada una de estas áreas, podemos descubrir una verdadera plenitud, y una sensación de bienestar y fortaleza.
Por poderosa que sea la fuerza de autoprotección y el miedo que construyeron los muros en nuestra vida, descubrimos otra fuerza grande e imparable que puede derribarlos. Esa fuerza es nuestro profundo anhelo de plenitud. Algo en nosotros sabe lo que es sentirse pleno y completo, conectado a todas las cosas. Esta fuerza crece dentro de nosotros en nuestras dificultades y en nuestra práctica, y nos impulsa a expandir nuestra espiritualidad más allá de las oraciones silenciosas para responder personalmente a las personas sin hogar en nuestras calles. También nos devuelve al silencio cuando una vida de servicio hiperactiva nos ha hecho perder el rumbo. Esta fuerza perdona nuestros fracasos al enfrentarnos a nuestro dolor.
La verdadera espiritualidad no es una defensa contra las incertidumbres, el dolor, y el peligro que encontramos en la vida, sino una apertura para entrar en los misteriosos procesos de la vida.
Fragmentamos nuestra vida y nos dividimos cuando mantenemos ideales de perfección. Pero la verdadera plenitud y el despertar surgen cuando estamos libres de ansiedad por la falta de perfección. El cuerpo no es perfecto, la mente no es perfecta, nuestros sentimientos y relaciones con toda seguridad no van a ser perfectos. Pero aún así, liberarnos de la ansiedad por la imperfección nos da plenitud y auténtica alegría, y la habilidad para entrar en todos los compartimentos de nuestra vida, para sentir cada sensación, para vivir en nuestro cuerpo, y para conocer la verdadera libertad.
Para acabar con nuestros compartimentos no tenemos que conseguir ningún conocimiento especial, al contrario, necesitamos “saber” menos sobre cómo debería ser la vida y estar más abiertos a su misterio.
La pureza que anhelamos no se encuentra en perfeccionar el mundo. La verdadera pureza se encuentra en el corazón que puede tocar todas las cosas, abrazar todas las cosas, e incluir todas las cosas en su compasión. La grandeza de nuestro amor no crece por lo que sabemos, ni por habernos convertido en algo, ni por lo que hayamos reparado de nosotros, sino por la capacidad de amar y ser libres en medio de nuestra vida.
Aunque nuestro cuerpo físico es limitado, nuestra verdadera naturaleza nos abre a lo ilimitado, a lo que hay más allá de nuestro nacimiento y nuestra muerte, a la verdadera plenitud y a ser uno con todas las cosas.


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