Las separaciones y compartimentos que creamos en
nuestra vida se repiten también en la vida espiritual, son los Enemigos
Cercanos.

Podemos ver un ejemplo de los enemigos
cercanos en relación con los cuatro estados sublimes del amor, la compasión, la
alegría solidaria, y la ecuanimidad. Cada uno de estos estados es un signo de
despertar y de la apertura de corazón, pero cada estado tiene un enemigo
cercano que imita al verdadero estado, pero que surge de la separación y el
miedo en lugar de una auténtica conexión de corazón.




Cada uno de estos enemigos cercanos puede
disfrazarse de cualidad espiritual, pero cuando llamamos espiritual a nuestra
indiferencia, o respondemos al dolor con pena, sólo estamos justificando
nuestra separación y convirtiendo la “espiritualidad” en un escudo. Esto es
reforzado por nuestra cultura, que nos enseña a menudo que podemos hacernos
fuertes e independientes negando nuestros sentimientos, utilizando los ideales
y la fuerza mental para sentirnos seguros. Si no reconocemos y comprendemos
a los enemigos cercanos, acabarán matando nuestra práctica espiritual. Los
compartimentos que ellos crean no nos protegerán por mucho tiempo del dolor y
de lo imprevisible de la vida, pero sí que ahogarán la alegría y la conexión
abierta de las auténticas relaciones.

En ocasiones, podemos ser conscientes de
nuestro cuerpo y de nuestra mente, pero lo podemos utilizar en la práctica
espiritual para levantar un muro que separe de nuestra conciencia las emociones
dolorosas que hemos experimentado en la vida. Si nos damos cuenta de eso,
podemos ver que es necesario cambiar la forma en que practicamos para incluir
nuestros sentimientos en nuestra práctica. Si hacemos esto, sanaremos muchos
traumas del pasado y encontraremos una alegría en la vida como nunca antes.
Los compartimentos que creamos para protegernos
de lo que tememos siempre nos cobran un precio más adelante en la vida. Los
períodos de santidad y fervor espiritual pueden alternarse más tarde con
extremos opuestos (atracones de comida, sexo y otras cosas) convirtiéndose en
una especie de bulimia espiritual. Incluso una sociedad en su conjunto puede
actuar de esta manera, teniendo áreas "espirituales" donde las
personas son conscientes, atentas y despiertas, y otros lugares donde se
demuestra todo lo contrario a través del consumo abusivo de alcohol, la
promiscuidad y otras conductas inconscientes.
La compartimentación crea una sombra opuesta,
un área oscura u oculta para nosotros al enfocarnos con tanta intensidad en
otro lugar. La sombra de la piedad religiosa puede contener la pasión y el
anhelo mundano. La sombra de un ateo puede incluir un anhelo secreto por Dios.
Cada uno de nosotros tiene una sombra que en parte se compone de esas fuerzas y
sentimientos que ignoramos y rechazamos externamente. Cuanto más creemos en
algo y rechazamos su opuesto, más energía va a la sombra. "Cuanto más
grande es la luz, más grande es su sombra". Y la sombra crece cuando
tratamos de usar la espiritualidad para protegernos de las dificultades y
conflictos de la vida.

Debemos ver que la espiritualidad es un
continuo movimiento para alejarse de la compartimentación y la separación y
para acoger toda en la vida. Debemos aprender especialmente el arte de dirigir
la atención plena a las áreas cerradas de nuestra vida. Cuando lo hagamos, nos
enfrentaremos con los patrones de la historia personal, el condicionamiento que
nos protege de los dolores del pasado. Ser libre no es elevarse por encima de
esos patrones, eso solo crearía nuevos compartimentos, sino entrar en ellos y
atravesarlos para traerlos a nuestro corazón. Debemos encontrar en nosotros mismos
la voluntad de adentrarnos en la oscuridad, de sentir los agujeros y las
deficiencias, la debilidad, la rabia o la inseguridad que hemos ocultado dentro
de nosotros.
Debemos prestar una atención profunda a las
historias que contamos sobre estas sombras, para ver cuál es la verdad
subyacente. Luego, a medida que entramos voluntariamente en cada lugar de
miedo, en cada lugar de deficiencia e inseguridad de nosotros mismos,
descubriremos que sus paredes están hechas de falsedades, de viejas imágenes de
nosotros mismos, de antiguos miedos, de falsas ideas de lo que es puro y lo que
no. Veremos que cada uno de esos lugares está hecho de una falta de confianza
en nosotros mismos, en nuestro corazón y en el mundo. A medida que vemos a
través de ellos, nuestro mundo se expande. A medida que la luz de la conciencia
ilumina estas historias y el dolor, el miedo o el vacío que hay bajo ellas,
puede mostrarse una verdad más profunda. Al aceptar y sentir cada una de estas
áreas, podemos descubrir una verdadera plenitud, y una sensación de bienestar y
fortaleza.
Por poderosa que sea la fuerza de
autoprotección y el miedo que construyeron los muros en nuestra vida,
descubrimos otra fuerza grande e imparable que puede derribarlos. Esa fuerza es
nuestro profundo anhelo de plenitud. Algo en nosotros sabe lo que es sentirse
pleno y completo, conectado a todas las cosas. Esta fuerza crece dentro de
nosotros en nuestras dificultades y en nuestra práctica, y nos impulsa a
expandir nuestra espiritualidad más allá de las oraciones silenciosas para
responder personalmente a las personas sin hogar en nuestras calles. También
nos devuelve al silencio cuando una vida de servicio hiperactiva nos ha hecho
perder el rumbo. Esta fuerza perdona nuestros fracasos al enfrentarnos a nuestro
dolor.

Fragmentamos nuestra vida y nos dividimos
cuando mantenemos ideales de perfección. Pero la verdadera plenitud y el
despertar surgen cuando estamos libres de ansiedad por la falta de perfección.
El cuerpo no es perfecto, la mente no es perfecta, nuestros sentimientos y
relaciones con toda seguridad no van a ser perfectos. Pero aún así, liberarnos
de la ansiedad por la imperfección nos da plenitud y auténtica alegría, y la
habilidad para entrar en todos los compartimentos de nuestra vida, para sentir
cada sensación, para vivir en nuestro cuerpo, y para conocer la verdadera
libertad.
Para acabar con nuestros compartimentos no
tenemos que conseguir ningún conocimiento especial, al contrario, necesitamos
“saber” menos sobre cómo debería ser la vida y estar más abiertos a su
misterio.
La pureza que anhelamos no se encuentra en
perfeccionar el mundo. La verdadera pureza se encuentra en el corazón que puede
tocar todas las cosas, abrazar todas las cosas, e incluir todas las cosas en su
compasión. La grandeza de nuestro amor no crece por lo que sabemos, ni por
habernos convertido en algo, ni por lo que hayamos reparado de nosotros, sino
por la capacidad de amar y ser libres en medio de nuestra vida.
Aunque
nuestro cuerpo físico es limitado, nuestra verdadera naturaleza nos abre a lo
ilimitado, a lo que hay más allá de nuestro nacimiento y nuestra muerte, a la
verdadera plenitud y a ser uno con todas las cosas.
Más abajo puedes dejar un comentario sobre lo que te ha parecido esta publicación y también sugerir algún tema sobre el que te gustaría leer en futuras publicaciones. Gracias por tu colaboración.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu colaboración.