La
tierra es donde vivimos, y el cielo nos da la capacidad de darle un sentido a
la vida.
Al recorrer el camino del
guerrero desarrollando las cuatro confianzas del tigre, el león, el garuda, y
el dragón, aprendemos cómo equilibrar la tierra (que simboliza lo práctico, la
satisfacción y el deleite de ayudar a otros) con el cielo (que simboliza el
espacio abierto lleno de posibilidades, la sabiduría, y la ecuanimidad). Cuando
somos capaces de equilibrar estos dos aspectos en nuestra vida, podemos
conseguir cualquier cosa que nos propongamos, dirigiendo nuestra vida con
atención y conciencia. Las enseñanzas guerreras nos explican que para poder
unir el cielo y la tierra en nuestra vida debemos ser benévolos y consecuentes,
auténticos y valientes, hábiles y alegres. Al conjunto de estas cualidades
se les suele llamar “las seis formas de gobernar” o dirigir tu vida.
Las tres primeras cualidades,
ser benévolos, consecuentes, y auténticos, están relacionadas con el cielo, y
son propias de una persona justa, con sabiduría. Es precisamente gracias a esa
sabiduría, y a la confianza inquebrantable en la esencia de bondad que existe
en cada uno de nosotros, que podemos empezar a conectar el cielo con la tierra.
Superando la confusión, descubrimos nuestra sensatez, nuestra vida tiene un
propósito, y eso nos hace inspirar respeto en las personas que nos rodean.
Tenemos una presencia auténtica, con benevolencia, siendo consecuentes y
auténticos, como el sol brillando entre las nubes.
La paciencia es la que
origina la benevolencia, dando lugar a la cordialidad y disipando toda
agresión.
Disfrutamos de una mente abierta, en la que confiamos plenamente, sin caer en
una compasión idiota o ciega, ni en una actitud permisiva de que todo vale. Al
dirigir nuestra vida, somos conscientes del sufrimiento de la gente, conectando
con la tierra donde vivimos. Con ese aspecto de la diligencia del tigre,
siempre mantenemos los pies en la tierra, y es la misma tierra la que nos
indica lo que debemos hacer: debemos
proteger la tierra, llevar la paz allá donde vayamos, manifestar la compasión a
nuestro paso, y actuar con sabiduría.
Para poder dirigir nuestra vida con sabiduría, no podemos
dejarnos abrumar por el sufrimiento, porque eso nos haría perder la conexión
con el cielo al quedarnos aferrados a las situaciones, convirtiéndonos en sus
prisioneros. Cuando nuestra mente se siente atrapada acabamos siendo presas
del pánico porque no tenemos suficiente espacio para movernos y cambiar de
perspectiva.

Para ser benevolentes
debemos tener una base firme que nos sustente, y esa firmeza nos la da la
confianza en nosotros mismos, al tiempo que no olvidamos el sufrimiento de los demás,
para no caer fácilmente en el enfado. Si nos sentimos atrapados por una
situación en la que no vemos una salida, es muy fácil caer en la irritación y
la agresión. Pero, en realidad, no es la situación en sí la que nos mantiene
atrapados, sino nuestra propia mente cerrada la que nos impide ver más allá de
las apariencias e ideas preconcebidas. En esos momentos de agobio es cuando más
necesitamos la paciencia, porque la paciencia nos ofrece un espacio mucho más
amplio, trascendiendo los límites del pensamiento lógico o intelectual.
Es el discernimiento lo que nos permite alejarnos de la
situación que estamos viviendo para tener una perspectiva más amplia, y poder
ver así el conjunto de la situación para saber cuál es la mejor manera de
actuar en cada momento. La disciplina del guerrero le recuerda la alegría que
se siente en el corazón al ayudar a otros, y la ecuanimidad le ayuda a soltar y
dejar de apegarse a los objetos y a los conceptos. La sabiduría nos mostrará
claramente que no somos perfectos y que por seguro cometeremos errores en
nuestra vida, porque en el arte de gobernar y dirigir nuestra vida seguiremos
siempre aprendiendo.

Es nuestra conexión con el cielo lo que nos dará la visión y
la fuerza necesarias para tomar las decisiones más adecuadas en cada momento,
con seguridad y sin dudar, aunque esas decisiones no vayan a ser bien recibidas
por todos.
Siendo benévolos y consecuentes es como desarrollamos la
autenticidad, y todos aprecian la verdad cuando la ven en los demás. Cuando
nuestra mente está en conexión con la sabiduría del cielo, y disponemos de la
base de un corazón auténtico y honesto, podemos estar seguros de que actuaremos
de la manera correcta, haciendo lo que es necesario en cada momento. Con benevolencia, siendo consecuentes y
auténticos, mantendremos nuestra conexión con el cielo y podremos dirigir
nuestra vida con sabiduría.
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