VIVIENDO UN MOMENTO EXTRAÑO


Mientras el brote de COVID-19 está sacudiendo al mundo entero, el confinamiento que estamos viviendo estos días en nuestras casas nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre lo que significa vivir juntos este extraño momento.
La enfermedad y la muerte son los grandes ecualizadores de la vida. La fiebre es fiebre. Los virus buscan un huésped. Todos estamos potencialmente en riesgo. Todos estamos tratando de detener la propagación. Juntos.
Las enseñanzas guerreras nos dicen que si hay algo con lo que podemos contar con toda certeza en la vida, es que no podemos contar con nada. La vida siempre ha sido así de imprevisible, y sigue siéndolo.
Pero eso es algo que olvidamos con mucha facilidad, la mayoría del tiempo, cada momento de cada día. Adormilado por la previsibilidad de mis días, creo que mañana será igual que hoy. Que hoy iba a ser igual que ayer. Que mañana habrá papel higiénico en el supermercado.
Cuando volvamos a casa, después de comprar lo que nos han dejado los que fueron más madrugadores, tal vez nos demos cuenta que estamos pidiendo al Universo la sanación que todos necesitamos, tal vez nos acordemos del Buda de la Medicina, o pensemos en hacer alguna práctica de meditación sanadora cuando lleguemos a casa. Descubrimos que surge en nuestro interior el deseo de que todos los enfermos puedan sanar de sus enfermedades. Deseamos que nuestros pequeños actos puedan ser significativos, que puedan servir, de alguna manera, para ayudar a todos. Incluso podemos ir más allá, y desear desde lo más profundo de nuestro corazón que el mundo no acabe enloqueciendo más aún impulsado por el miedo y la desesperación.
También podemos pensar en los regalos que nos ha dado la vida, y de los que disfrutábamos hasta ahora sin ni siquiera pensar en ellos.
El miedo es en realidad una invitación. No es una invitación a sopesar riesgos ni a ajustar los factores externos. Es una invitación a mirar profundamente dentro de nosotros mismos y a hacernos amigos del animal que hay en nuestro interior.
En estos momentos estamos sentados con lo desconocido. Pero lo desconocido es precisamente lo que retira el velo que ocultaba la verdad. Es lo desconocido y lo inesperado lo que nos muestra la verdad de que nada ha sido seguro nunca. Este mundo con toda su belleza y toda su vitalidad es así porque no es fijo e inamovible, porque todo está en continuo movimiento y es imprevisible. La acompañante de la vida es la incertidumbre.
En estos días sombríos podemos volver a ese gran regalo que es la amabilidad. Una pandemia es una experiencia común. Estamos en esto juntos. Podemos enfrentarlo juntos y podemos ayudarnos mutuamente a superarlo. Irónicamente, el "distanciamiento social" que se nos pide que practiquemos es una llamada de atención, una llamada a cuidarnos. Y no solamente a cuidarnos a nosotros mismos, es una llamada a cuidar a los demás. Es un acto por el bien público.
En una pandemia, el autoaislamiento se llama cuarentena. En la práctica del guerrero, se llama retiro. Desde la cueva de nuestro hogar, como los meditadores de la antigüedad, podemos encender conscientemente la lámpara de la compasión y la conexión con todos los seres.
Cuando estemos en casa, pensemos en lo que podríamos decir a las personas que nos necesitan, a los enfermos, a los que no tienen a nadie a su lado en estos extraños momentos. Pensemos en esos pequeños actos que podemos hacer, y que pueden afectar a muchas otras personas, esos gestos de cuidado y amor que podemos ofrecer a otros en estos tiempos extraños, porque en lo más profundo de nosotros sabemos que no estamos solos, que estamos todos interconectados.

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