Si te preocupa el
presente y tienes miedo del futuro, tú no eres el único. Si te superan
todas las malas noticias abrumadoras que estás escuchando, aquí tienes algunas reflexiones
para ayudarte a aliviar tu ansiedad.
No es que los tiempos de miedo y desesperación sean algo nuevo. La
gente ha pasado por guerras, luchado por sobrevivir, se ha enfrentado a la
injusticia, experimentado pérdidas, ha sufrido la violencia y la codicia, y se ha
visto atrapada en movimientos históricos más allá de su control, en todas las
épocas. La vida nunca ha sido fácil.
Es fácil dejar que se apoderen de ti los miedos de este mundo haciéndote
perder el equilibrio. Es difícil no sentirse abrumado cuando piensas en
los desafíos a los que se enfrenta nuestro planeta y la raza humana en general.
Parece que los seres humanos nunca aprendemos, seguimos perpetuando el
mismo comportamiento disfuncional generación tras generación. Pero ahora,
tenemos la capacidad de hacer verdaderos estragos a escala mundial, hasta el
punto de amenazar la continuidad de la vida en este planeta. No solo
seguimos confiando en los viejos hábitos de violencia, avaricia y engaño, sino
que los hemos desarrollado hasta límites insospechados.
A nivel individual, parece que no podemos ir más allá de los estrechos
límites del propio interés y de pensar solamente en nosotros mismos. Este
enfoque egocéntrico alimenta nuestro miedo y nos hace susceptibles a la
manipulación. Parece que cuanto más empeoran las cosas, más frenéticamente
aplicamos las dinámicas que nunca han funcionado.
Debido a que estos tiempos son nuestros tiempos, nos parecen especialmente
difíciles. Pero es difícil imaginar un momento que no haya parecido
problemático para las personas que lo estaban experimentando.
El guerrero comprende que todos los tiempos son conflictivos. No solo
eso, sino que los problemas de los que nos quejamos son los mismos problemas
que nosotros mismos creamos y perpetuamos. Por eso, que nuestro mundo esté
dominado por el odio, la codicia y la ignorancia, es un logro que hemos
conseguido colectivamente.
Esta idea de un mundo “imperfecto”, porque con total seguridad vamos a
encontrarnos con problemas y conflictos, podría tomarse como una visión
extremadamente pesimista de las cosas, pero también podría ser un mensaje
bastante liberador.

Es fácil sentirse abrumado por todos los problemas de este mundo. Es
posible que ya estés abrumado por los problemas de tu propia vida. Además
de eso, estás siendo continuamente bombardeado con noticias sobre problemas
políticos, humanitarios y ambientales.
Parece que los problemas nunca se acaban. Cuando estás preocupado por
el comercio de seres humanos, recibes un correo electrónico sobre las jirafas
muertas de hambre en Indonesia. Cuando estás angustiado por el odio
racial, escuchas sobre la cantidad de personas que mueren de hambre cada día. Mientras
estás informándote sobre los riesgos de la proliferación nuclear, un político
dice algo escandaloso o preocupante. Nunca estás relajado y es difícil
recuperar el aliento entre noticia y noticia. El bombardeo continuo de
malas noticias puede infiltrarse tan profundamente que impregna sutilmente todo
lo que haces.
Irónicamente, es solo esta decepción con el mundo, con los seres humanos y
su estupidez, y con nosotros mismos, lo que proporciona una motivación lo
suficientemente poderosa para cambiar las cosas. Tradicionalmente, llegar a
ese punto, donde somos capaces de ver la poca importancia de muchas cosas de
las que normalmente nos preocupamos tanto en la vida, se considera un avance
esencial en el camino espiritual.
Podrías continuar durante años, abandonándote en tu complacencia, sin
querer que el dolor del mundo te toque, pero cuando lo hace, debes estar
preparado para la transformación. Al estar dispuestos a sentir el
sufrimiento que nos encontramos en este mundo, podremos descubrir que desde
nuestro interior surge una brillante corriente de compasión por todos los
seres.
Puedes fingir que nada de eso está sucediendo, que no tiene nada que ver
contigo. Pero como eres humano, te guste o no, no puedes evitar
preocuparte por esas cosas.
Debes reconocer tu capacidad de cuidar a otros y apreciarla como el regalo
que es. ¡Puedes preocuparte realmente por algo más allá de ti
mismo! Puedes preocuparte por los demás, puedes preocuparte por nuestra
Madre Tierra, puedes preocuparte por los oprimidos. ¡Qué asombroso que no
te hayas cerrado, que no te hayas dado por vencido!
¿Qué pasa cuando sientes que este mundo es demasiado intenso? ¿Qué
pasa cuando estás atrapado entre enloquecer y cerrarte?

Si lo piensas, el grado en que nuestro mundo está ligado con la bondad
amorosa es extraordinario. Hasta un punto sorprendente, para conseguir
realizar las tareas diarias más simples se requiere que la mayoría de las
personas con las que nos encontremos sean relativamente decentes, incluso
amables. Esta red de decencia está tan cerca, es tan mundana y ordinaria,
que es casi invisible para nosotros. Incluso en las condiciones más
graves, hay innumerables ejemplos de personas que aun así se las arreglan para
amar, compartir, ayudarse, sonreír, e incluso reír.
Cuando recibes noticias inquietantes, es bueno prestar atención a la forma en
que reaccionas. Si, por ejemplo, te enteras de un atentado suicida en La
India, ¿cuál es tu reacción inmediata?
Lo más probable es que sientas empatía. Te imaginas lo horrible que
debe ser presenciar una cosa así. Piensas en lo doloroso que debe ser morir
o ser herido o perder a un ser querido de una manera tan repentina y
violenta. Te imaginas cómo debe ser estar atrapado en un país en guerra
sin posibilidades de salir. Esa respuesta natural de humana empatía y bondad es
tierna y cruda, y al mismo tiempo, es inspiradora y hermosa.
Si es posible, observa y permanece con tu reacción empática y conócela. Es
simple e inmediata, pero también tiende a ser fugaz y sutil. Es bueno
seguir volviendo a esa respuesta compasiva ante el sufrimiento, ya que se
pierde fácilmente en las complejidades que aparecen tras ella.
La trama se complica cuando nuestra respuesta inocente y natural al
sufrimiento es atrapada por los mecanismos de defensa del ego. Nuestros
hábitos emocionales y puntos de vista fijos se adueñan de esa tierna respuesta,
y de su crudeza y vulnerabilidad. Tenemos miedo y queremos que el mundo
tenga sentido. Estamos enfadados y queremos venganza. No queremos
sentir el dolor de preocuparnos por otros, por lo que alimentamos nuestra
negatividad como una forma de desviarla hacia afuera.
Esto también desata nuestro impulso de arreglar las cosas. No queremos
seguir sintiéndonos de esta manera. ¡Queremos hacer algo! Pensamos: "¡Debe haber algo que pueda hacer al
respecto en ahora mismo!" El problema es que a menudo no estamos
en condiciones de ayudar realmente.
El mundo necesita ayuda, pero nuestra capacidad de contribuir parece tan
minúscula en comparación con los muchos problemas que enfrenta el
planeta. Los desafíos son tan abrumadores que no vemos salida. ¿Qué podemos
hacer con esa frustración?
Si te quedas con la energía del impulso de actuar, puedes ver que es un
irritante positivo. Necesitamos un poco de provocación o inquietud
creativa para conectarnos con lo que subyace bajo nuestro impulso de actuar y
abrirnos a su mensaje.
Entonces puedes tomar tu impulso de ayudar como una buena señal. Pero
debes ver con claridad lo que realmente tienes para ofrecer. Debes
comenzar con una autoevaluación y un poco de humildad.
Ya hace mucho tiempo, un gran maestro guerrero dijo que, si puedes hacer algo sobre un tema,
entonces adelante y hazlo. Pero si no puedes hacer nada al respecto,
entonces reconócelo y suéltalo. No sirve para nada pararse a pensar en
todo lo que va mal, u obsesionarte con el deseo de poder hacer más.

Atrapados por emociones poderosas y ráfagas de pensamiento especulativo,
podemos ponernos frenéticos obsesionándonos con eventos con los que no tenemos una
conexión directa ni control sobre ellos. Este es un patrón de
comportamiento importante que hay que tener en cuenta. Podemos ver que
estamos respondiendo principalmente a lo que está en nuestra cabeza, a nuestro
coro mental de todos los “y si pudiera”. Con qué facilidad nuestros
pequeños guijarros de empatía pueden quedar enterrados bajo una montaña de
pensamientos.
Una cosa es participar en el análisis o tratar de leer, y entender, lo que la
gente escribe en las paredes para poder responder adecuadamente a los
acontecimientos del mundo, y otra muy distinta es ponerte a rumiar mentalmente
cada cosa que te preocupa, lo que distorsiona tu tierna respuesta de un primer
momento y lo convierte en algo sobre ti mismo. Observa lo obsesivo que puede
convertirse el pensamiento de “y si pudiera”, y cómo puede llegar a dominarte,
y luego vuelve al aquí y ahora.
Puedes comprender más claramente tus propios y particulares patrones de
comportamiento predeterminados, con todas sus complejidades, y volver al sencillo
surgir natural del cuidado y la empatía. Es posible recorrer un camino entre
los extremos del pesimismo y el optimismo y encontrar un punto medio.
Para responder con habilidad y compasión, no es necesario llegar a una
conclusión sólida sobre la naturaleza del mundo. No tienes porqué aferrarte
a tu punto de vista sobre lo mal que están las cosas, ni cerrarte a todo lo que
perturbe tu forma de ver las cosas de color de rosa.
Si observas tu propia experiencia día tras día, puedes ver la cualidad
cambiante de esos juicios. "Tuve
un buen día. Hacía calor y sol y me sentí genial. Pero ayer tuve un
día horrible. Estaba lloviendo, me resfrié y me retrasé con el trabajo”.
En la vida de cualquiera, hay tiempos más fáciles y otros más
difíciles. Las circunstancias siempre están cambiando. Cambian lenta
e inexorablemente, y también repentina e inesperadamente. A menudo vemos el
resultado de nuestras propias acciones en las circunstancias que experimentamos
y, otras veces, nos sorprenden situaciones que escapan a nuestro control.
Cuando las cosas van relativamente bien, es fácil volverse complaciente y dar
por hecho que nuestra buena fortuna continuará automáticamente. Pero cuando
las cosas no van bien, también asumimos que nada cambiará y sucumbimos al
derrotismo. En ambos casos tomamos lo que estamos experimentando en ese
momento y lo proyectamos hacia el futuro, recordando selectivamente
experiencias pasadas que refuerzan nuestra visión de cómo son las cosas.

Parece que solo hay dos alternativas: el vaso está medio lleno o el vaso
está medio vacío. Pero un vaso con agua hasta el punto medio no está
afirmando nada. No está ni medio lleno ni medio vacío. Tampoco está
medio lleno y medio vacío. Ese vaso de agua no está eufórico por estar
medio lleno, ni desanimado por estar medio vacío. Simplemente es lo que
es: un vaso con agua.
El mundo también es simplemente lo que es. No es un mundo de esto
contra aquello, de bueno contra malo. Es un mundo interdependiente.

Es posible que nos
preguntemos cómo pueden los guerreros permanecer tranquilos, sonriendo
elegantemente a pesar de ver las desgracias y sufrimiento que hay en el mundo. Puede
ser que hayan aprendido que no importa
cuán malas se vuelvan las cosas, siempre es posible cambiar la actitud de uno
mismo en ese preciso instante. El flujo de la compasión no se puede interrumpir. De
hecho, con cada nueva crisis, su flujo aumenta. En cualquier momento, en cualquier ocasión, en cualquier circunstancia,
siempre puedes tomar un momento para alegrarte por el mero hecho de estar vivo.
Más abajo puedes dejar un comentario sobre lo que te ha parecido esta publicación y también sugerir algún tema sobre el que te gustaría leer en futuras publicaciones. Gracias por tu colaboración.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu colaboración.