Cómo cultivar la
bondad amorosa, la compasión, la alegría empática, y la ecuanimidad, las
emociones que realmente vale la pena tener.
Cuando pensamos en el amor, tenemos ideas que son puramente personales y,
en general, bastante fantasiosas. En general, se basan en nuestro deseo de
ser amados, y de la satisfacción que esperamos de ello. Pero en realidad, el
amor satisface solo al que ama. Si entendemos el amor como una cualidad
del corazón, así como la inteligencia es una cualidad de la mente, entonces no
trataremos el amor como se hace habitualmente.
Normalmente, dividimos
nuestros corazones en diferentes compartimentos: para personas adorables,
neutrales y odiosas. Con ese tipo de corazón dividido, no hay forma de que
podamos sentirnos bien. Solo podemos sentirnos "completos" con
un corazón unido en el amor. El
verdadero amor existe cuando el corazón está tan entrenado que puede abarcar a
todos los seres humanos y a todas las criaturas vivientes. Esto
requiere un proceso de aprendizaje que a veces es difícil, sobre todo cuando
alguien resulta ser muy hostil o desagradable. Pero todos podemos alcanzar
esta condición, porque todos tenemos dentro de nosotros la capacidad de amar.
Cada momento que
pasamos entrenando nuestros corazones es valioso y nos lleva un paso más allá
en el camino de la purificación. Cuanto
más a menudo recordemos que todo lo que nuestro corazón tiene que hacer es
amar, más fácil será distanciarnos de los juicios y las condenas. Pero
eso no significa que ya no podamos distinguir entre el bien y el
mal. Naturalmente, sabemos lo que es malo, pero el odio al mal no tiene
por qué estar siempre en nuestro corazón. Al contrario, sentimos compasión
por aquellos que actúan de una manera dañina.
La mayoría de nuestros problemas tienen que ver con las relaciones
personales. Para abordar esto, podemos acudir a las enseñanzas guerreras sobre
las cuatro emociones sublimes, también llamadas las cuatro moradas
divinas. Son la bondad amorosa, la compasión, la alegría empática, y la ecuanimidad.
Si solo tuviéramos estas cuatro emociones a nuestra disposición, tendríamos
el paraíso en la tierra. Lamentablemente, no es así, por lo que rara vez
experimentamos sentimientos paradisíacos. La mayoría de las veces nos sentimos
atormentados por las dificultades en la familia, en nuestro círculo de amigos y
en el trabajo. Nuestra mente nos está hablando constantemente sobre todas
las cosas que no son convenientes, y generalmente señala a una parte
culpable, a la persona que nos está molestando, que no quiere las cosas como
nosotros las queremos. Pero recordemos que cada vez que alguien dice o
hace algo, es tan solo por una cuestión de su karma. Solo una reacción
negativa de nuestra parte creará nuestro propio karma.
Esto es lo que tenemos
que entender claramente: ¿quién está amando, yo o la otra persona? Si soy yo
mismo el que amo, entonces tengo una cierta pureza de corazón. Pero si el
amor depende de esta o aquella persona o situación, entonces estoy juzgando y
dividiendo a las personas en aquellas que considero adorables y en las que
no. Todos buscamos un mundo ideal,
pero solo puede existir en nuestro propio corazón, y para eso tenemos que
desarrollarlo y aprender a amar de una manera incondicional. Esto
significa que purificamos cada vez más nuestro corazón, lo liberamos de la
negatividad y lo llenamos con más y más amor. Cuanto más amor contiene
un corazón, más amor puede derramar. Lo único que nos lo impide es nuestra
mente pensante y juzgadora.

Los maestros nos recomiendan considerar a todas las personas como si fueran
nuestros propios hijos. Amar a todos los hombres y mujeres como si fuéramos
su madre es un ideal muy alto, pero cada pequeño paso que damos hacia ese
objetivo nos ayuda a purificar nuestros corazones. Si creemos en la
reencarnación, y que ya hemos vivido infinidad de vidas, podemos pensar que es
muy posible que hayamos sido ya madres de todos los hombres y mujeres. Si
mantenemos esta idea en mente, será mucho más fácil llevarse bien con la gente,
incluso con aquellos que no nos parecen tan adorables.
Si nos observamos con mucho cuidado, y esa es la cuestión con la atención
plena, descubriremos que nosotros mismos no somos adorables al cien por cien. También
nos daremos cuenta de que, tal vez, nos encontramos sobre todo con personas antipáticas. Eso
tampoco nos va a hacer felices. Por lo tanto, debemos tratar de cambiar
esto y encontrar más y más personas adorables. Tenemos que actuar como
todas las madres, que aman a sus hijos a pesar de que a veces se portan muy
mal. Podemos hacer de este tipo de enfoque nuestro objetivo y considerarlo
como nuestra forma de practicar.
Ese tipo de amor incondicional
no es a lo que llamamos normalmente amor. Como el mundo entero gira
en torno al querer tener, nosotros también interpretamos el amor de esta
manera. Pero eso no es amor, porque el amor es la voluntad de
dar. Querer tener es absurdo cuando pensamos en el amor y, sin embargo, habitualmente
lo degradamos hasta ese nivel. Aunque un corazón amoroso sin deseos ni
límites hace que el mundo se abra ante nosotros en toda su pureza y belleza,
hemos hecho muy poco o ningún uso de esta capacidad que todos llevamos dentro.
El enemigo lejano del amor es obviamente el odio. El enemigo cercano
del amor es el aferramiento. Aferrarse significa que no estamos
manteniéndonos sobre nuestros propios pies y dando amor, sino que nos
estamos aferrando a alguien. A menudo sucede que la persona a la que nos
aferramos no lo encuentra especialmente agradable y le alegraría deshacerse de esa
persona que se le está aferrando, porque puede ser una verdadera carga. Entonces
nos encontramos con la gran sorpresa de que la historia de amor no está
funcionando, ¡a pesar de que nos aferramos con todas nuestras fuerzas! Por
eso al aferrarse se le llama el enemigo cercano, porque parece un amor
auténtico, pero no lo es. La gran diferencia entre los dos es la
posesividad que marca el apego.
Ese deseo de poseer
demuestra ser, una y otra vez, el fin del amor. El amor puro y auténtico,
tan famoso en las canciones y las novelas, es el que podemos ofrecer y regalar
sin tener en cuenta lo que recibimos a cambio. Así que tenemos que estar
atentos para reconocer la negatividad dentro de nosotros. Siempre estamos
buscando sus causas fuera de nosotros, pero no están realmente allí. Siempre
se encuentran en nuestras entrañas y oscurecen nuestro corazón. Entonces
la cuestión es reconocer, no culpar, y cambiar. Debemos seguir
reemplazando lo negativo con lo positivo. Cuando no hay nadie a quien
podamos dar amor, eso no significa en absoluto que no exista amor. El amor que llena el propio corazón es la
base de la autoconfianza y la seguridad, lo que nos ayuda a no tenerle miedo a
nadie. El miedo aparece cuando no estamos seguros de nuestras propias
reacciones.

La segunda de las cuatro moradas divinas, de las emociones sublimes, es la compasión, cuyo enemigo lejano es
la crueldad y cuyo enemigo cercano es la pena. La pena no puede ayudar
a los demás. Si alguien nos abre su corazón y nos compadecemos de esa
persona, entonces dos personas están sufriendo en lugar de una. Si, por el
contrario, le ofrecemos nuestra compasión, la ayudamos a superar sus problemas.
Es muy importante
desarrollar compasión por uno mismo, porque es la condición indispensable para
poder hacerlo por los demás. Si alguien no se acerca a nosotros con amor,
será más fácil para nosotros sentir compasión por esta persona en lugar de
amor. Es más fácil porque ahora sabemos que esta persona que viene a nosotros
sin amor está enfadada o furiosa, y definitivamente es infeliz. Si fuera
feliz, no se sentiría enfadada o furiosa. Conocer la infelicidad de los demás hace que surja más fácilmente la
compasión en nosotros, especialmente cuando ya lo hemos hecho con nuestra
propia infelicidad.
Lamentablemente, a menudo tratamos nuestro propio sufrimiento de manera
incorrecta. En lugar de reconocerlo y tratarnos con compasión, intentamos escapar
de nuestros problemas lo más rápidamente posible desarrollando autocompasión,
distrayéndonos, o haciendo a otra persona responsable de ellos.
La compasión es la única posibilidad para enfrentarnos a nuestras
dificultades. Cuando las cosas no van como quisiéramos, estamos
encontrándonos con una de las verdades de la vida: en este mundo existe el
sufrimiento. Esa es la primera de las grandes verdades de la vida. Sabiendo
esto podemos intentar reconocer lo que realmente queremos tener en nuestra vida
o de qué queremos deshacernos, y así hacer que el sufrimiento se convierta en
nuestro maestro. No hay uno mejor, y cuanto más lo escuchemos y
encontremos un camino hacia lo que está tratando de hacernos entender, más
fácil será nuestro camino espiritual. Y el ir avanzando por este camino,
nos afectará de una manera tan radical que al final ni siquiera podremos
reconocernos.
El sufrimiento es parte de nuestra existencia, y solo cuando aceptamos eso
y dejamos de huir de él, cuando hemos aprendido que el sufrimiento pertenece a
la vida, es cuando podemos soltar, y es cuando el sufrimiento realmente cesa. Con
este conocimiento, es mucho más fácil desarrollar compasión por los demás,
porque el sufrimiento nos afecta a todos sin excepción. Ni siquiera la
llamada maldad de los demás puede molestarnos, porque surge simplemente de la
ignorancia y del sufrimiento. Todo el mal en este mundo surge de estas dos
cosas.
La tercera de las cuatro emociones sublimes es la alegría empática, cuyo enemigo
lejano es la envidia, que consiste en codicia y odio. El enemigo cercano
es la hipocresía, fingiendo ante los demás y engañándose a uno mismo, creyendo
que a veces es necesario. Pensamos que son solo pequeñas mentiras piadosas
que serán fácilmente perdonadas.

Se dice que la cuarta y última de estas emociones sublimes es la
joya más preciosa de todas: la
ecuanimidad. Su enemigo lejano es la agitación. El enemigo
cercano es la indiferencia, que se basa en la despreocupación intencionada. Por
naturaleza nos interesa todo. Nos gustaría ver, escuchar, probar y
experimentar todo. Pero como a menudo nos ha decepcionado nuestra
incapacidad para amar, construimos una armadura de indiferencia a nuestro
alrededor para protegernos de más decepciones.
Pero eso, más que protegernos, nos impide amar y abrirnos al mundo del amor
y la compasión. Lo que distingue claramente la ecuanimidad de la
indiferencia es el amor, porque en la ecuanimidad el amor se desarrolla a un
nivel superior, mientras que en la indiferencia el amor no se siente en
absoluto o no se puede mostrar. Ecuanimidad significa que ya tenemos
suficiente capacidad intuitiva para ver más allá de las apariencias, y ya no vale
la pena alterarse por nada.
Pero ¿cómo llegamos a
este entendimiento? Hemos aprendido que todo, sobre todo nosotros mismos,
surge y luego desaparece. Cuando, en lugar de reconocer la plenitud de la
vida, estamos demasiado exaltados, es que aún no tenemos un corazón
amoroso. Solo un corazón lleno de amor puede darse cuenta de la plenitud
de la existencia. La comprensión que obtenemos a través de la meditación
nos muestra claramente que el final de esta vida está constantemente ante
nosotros. ¡Si pensáramos menos y
amáramos más! Si desarrollamos el amor en nuestros corazones, podremos
aceptar a hombres y mujeres con todos sus problemas y
peculiaridades. Entonces habremos construido un mundo dirigido por la
felicidad, la armonía y la paz. Este mundo no puede ser pensado, debe
ser sentido. Solo la meditación nos puede presentar este mundo
ideal, en el que es absolutamente necesario dejar de pensar. Esto nos
cura y nos da la capacidad de volvernos más hacia nuestro corazón.
La ecuanimidad es un factor del despertar, y se basa en la comprensión,
sobre todo en la comprensión de que todo lo que ocurre también pasará. Entonces,
¿qué tengo que perder? Lo peor que puede pasar es la pérdida de mi vida, pero
al fin y al cabo la perderé de todas formas en cierto momento, ¿por qué
entonces tanta preocupación? En general, las personas que nos causan
problemas no quieren matarnos, solo quieren confirmar su ego. Pero
ese no es nuestro asunto, es una cuestión que les atañe totalmente a
ellos. Mientras meditemos y veamos con mayor claridad y más profundamente,
será más sencillo reconocer que todo deseo de autoafirmación, toda agresión,
todas las demandas de poder, todos los deseos de tener y ser van unidos con el
conflicto. Así que tenemos que seguir tratando de soltar esas ansias y
deseos para volver a la ecuanimidad. No puedes meditar sin
ecuanimidad. Si estamos muy ansiosos o deseosos de conseguir algo o
deshacernos de algo, no podemos descansar. La ecuanimidad nos facilita
tanto la vida cotidiana como la meditación.

Este trabajo nos
compensa con grandes beneficios y con una seguridad que no se puede encontrar
en ningún otro sitio. En el fondo, todos conocemos los factores que
conforman la vida espiritual, pero actuar de acuerdo con ellos es muy
difícil. La bondad amorosa, la
compasión, la alegría empática y la ecuanimidad son las cuatro emociones más sublimes,
las únicas que vale la pena tener. Nos llevan a un nivel en el que
la vida gana amplitud, grandeza y belleza, y en el que dejamos de intentar que
funcione como nosotros queremos, en el que incluso aprendemos a amar algo que
tal vez no hayamos deseado en absoluto.
Hay un amor que no hace
distinciones, porque simplemente es la esencia del propio corazón. Si lo encontramos en nuestro interior, y
dejamos que se manifieste tal cual es, encontraremos un camino completamente
nuevo en nuestra vida.
Más abajo puedes dejar un comentario sobre lo que te ha parecido esta publicación y también sugerir algún tema sobre el que te gustaría leer en futuras publicaciones. Gracias por tu colaboración.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu colaboración.