ACEPTAR LOS CICLOS DE LA VIDA


Si tenemos una idea preconcebida de cómo debe desarrollarse nuestra práctica, o nuestra vida, esa misma idea se convertirá en un obstáculo, impidiendo que realmente apreciemos la fase en la que nos encontramos.

Todas las enseñanzas ancestrales de sabiduría nos dicen que la vida se desarrolla en una serie de etapas: la infancia, un período de educación y aprendizaje, un tiempo para la vida familiar y un trabajo significativo, y un tiempo para la práctica contemplativa. En las culturas y tradiciones guerreras e indígenas, estas diferentes etapas de la vida son marcadas por ritos de paso, que permiten a cada miembro de la comunidad entrar en las nuevas etapas de su vida de una manera consciente.

De la misma forma que hay belleza en los cambios de estación y cierta elegancia al considerar y hacer algo especial de los ciclos de la vida, también encontraremos un equilibrio en nuestra práctica espiritual cuando seamos capaces de sentir y reconocer cuándo es el momento apropiado para hacer un retiro y cuándo lo es para viajar, cuándo llega el momento de asentarnos y echar raíces, o cuándo debemos seguir explorando el mundo. Al tener en cuenta estos ciclos en nuestra vida, y apreciarlos y darles la importancia que se merecen, estamos también apreciando la ley natural del universo, del Todo, de las enseñanzas de nuestra propia vida.

En un principio podemos pensar erróneamente que la práctica espiritual es un viaje en línea recta, en el que nos trasladamos desde el lugar donde comenzamos hasta un lejano destino donde encontraremos el despertar. Pero sería mejor describirlo como un círculo que se va ampliando, o una espiral en la que se va abriendo nuestro corazón y que va impregnando de conciencia toda nuestra vida, convirtiéndolo todo en parte de nuestro camino espiritual. Muchas veces nos encontramos en la vida con los mismos asuntos que tratar o resolver, pero en diferentes etapas de nuestra vida y con diferentes profundidades de comprensión. Continuamente estamos descubriendo cómo pasar por diferentes etapas, tanto en la vida como en nuestra práctica interior.

La práctica es como una montaña rusa, en la que cada vez que llegas a un punto elevado, lo siguiente es un bajón. Si comprendemos esto, será más fácil pasar por ambas fases, además de por los ciclos habituales de altibajos de la vida, y por los ciclos de recogernos en nuestro interior y abrirnos al exterior. Hay etapas en la vida en las que sientes que debes retraerte a tu interior y todo lo que quieres es encontrar un lugar tranquilo para meditar y estar contigo mismo, mientras que en otros momentos estás abierto al exterior y te involucras en el mundo que te rodea. Ambas partes de ese ciclo forman parte de nuestra práctica, porque lo que te sucede en el mundo te ayuda en la meditación, y lo que te sucede en la meditación te ayuda a participar en el mundo sin apego. Al principio piensas que la práctica es una parte de tu vida, pero, con el tiempo, te das cuenta que todo lo que haces en tu vida es parte de tu práctica.

Los cambios llegan a nuestra vida no solamente por la variación de nuestras necesidades internas, sino también por la variación de las circunstancias externas. La naturaleza de la existencia es la transformación continua. ¿Cómo podríamos entonces considerar y darles el valor que merecen a estos ciclos de la vida en nuestra práctica espiritual? En primer lugar, respetando los ciclos de cambios que nos trae la vida y aceptando las tareas internas que conllevan. De esta forma, nuestro crecimiento espiritual puede desarrollarse con ellos de forma natural. Aunque esto puede parecer algo obvio, nuestra sociedad actual ha perdido el contacto con estos ritmos, y nos hace ignorarlos de diferentes maneras. A los niños se les impone desde pequeños una disciplina y una enseñanza académica en lugar de permitirles jugar libremente y aprender de una manera más saludable. Muchos hombres adultos viven en una continua adolescencia, y muchas mujeres se esfuerzan en permanecer jóvenes como si pudieran evitar la madurez. La vejez se considera una derrota a la que debemos temer y resistir. Tenemos pocos modelos de personas sabias de cualquier edad, no tenemos iniciaciones que nos ayuden, y muy pocos ritos de paso.

Cuando respetamos los ciclos naturales de la vida, descubrimos que cada etapa de nuestra vida tiene una dimensión espiritual. Cada etapa aporta sabiduría y experiencia que usamos para nuestro crecimiento espiritual. Mucha gente tiene su primera experiencia espiritual en la niñez, una conexión innata y natural con lo que es sagrado. El carácter juguetón y alegre, y la curiosidad de la niñez, pueden convertirse en los cimientos para el redescubrimiento de este espíritu en nuestra práctica. Si la relación con nuestros padres es de respeto y amor, eso se convierte también en un modelo y en la base para el respeto y la confianza en todas nuestras otras relaciones. También es cierto que, si hemos tenido una mala experiencia en la niñez, tendremos que hacer un gran trabajo de sanación para recuperar nuestro bienestar natural. Pero esas experiencias dolorosas pueden estimular nuestro anhelo de un verdadero bienestar, y de forma inevitable ciertos momentos de la niñez contienen las semillas del despertar.

La independencia y rebeldía de la adolescencia también nos ofrece otra cualidad esencial para nuestra práctica: la convicción de que encontraremos la verdad por nosotros mismos, sin aceptar la palabra de nadie por encima de nuestra experiencia. Según vamos adquiriendo responsabilidades como jóvenes adultos, desarrollamos una preocupación compasiva por otros además de nosotros mismos. Esa madurez puede darnos una sensación de interdependencia, la necesidad de un respeto mutuo y de justicia social, que es una fuente para despertar al camino de la compasión universal.

La vida adulta trae consigo sus propias aperturas y tareas espirituales. Nos volvemos más cariñosos y responsables con nuestra familia, nuestra comunidad, y nuestro mundo. Descubrimos la necesidad de una visión de futuro y sentimos un fuerte deseo de cumplir con nuestro propósito particular en la vida. Cuando maduramos, aparece en nuestra vida una cualidad contemplativa. Podemos sentir un impulso en nuestro interior que nos hace buscar períodos de reflexión para ver las cosas con perspectiva, para estar en contacto con nuestro corazón. Al envejecer, habiendo visto ya muchos ciclos de nacimiento y muerte, crece en nosotros la sabiduría y el desapego.

Cada etapa de nuestra vida tiene las semillas de nuestro crecimiento espiritual. Nuestra vida espiritual madura cuando aceptamos conscientemente las tareas de la vida apropiadas para nosotros. Desafortunadamente, en muchas comunidades espirituales hay personas que esperan poder evitar estas tareas. Estas personas pueden pasar años ignorando su cuerpo o su creatividad y de repente, y dolorosamente, darse cuenta cuando cumplen los cuarenta que deseaban tener una familia o una carrera. O pueden unirse a una comunidad espiritual e imaginarse a sí mismos pasando toda su vida como un ermitaño totalmente aislado o vagando por el mundo.

Pero ya estemos en un monasterio, en nuestro lugar de trabajo, o en nuestra vida familiar, tenemos que escuchar lo que requiere cada ciclo para desarrollar nuestro corazón y aceptar las tareas que debemos asumir. Los ciclos naturales de crecimiento –conseguir una forma correcta de ganarnos la vida, mudarnos a una nueva casa, el nacimiento de un niño, entrar en una comunidad espiritual—todo ello conlleva tareas espirituales que requieren un crecimiento de nuestro corazón en compromiso, intrepidez, paciencia, y atención. Los ciclos de finalización –los hijos que dejan el hogar, la vejez y muerte de nuestros padres, las pérdidas en los negocios, un divorcio, o abandonar una comunidad— le ofrecen a nuestro corazón las tareas del duelo, de dejar ir con dignidad, de dejar de controlar, de encontrar la ecuanimidad y la compasión de un corazón abierto frente a las pérdidas.

En ocasiones, podemos escoger los ciclos con los que trabajar, como cuando decidimos casarnos o empezar una carrera. En esos momentos puede ser de ayuda meditar, reflexionar sobre qué dirección nos va a llevar más cerca de nuestro camino con corazón, el que nos ofrecerá la lección espiritual que necesitamos en ese momento de nuestra vida.

Pero es más normal que no tengamos elección. Los grandes ciclos de nuestras vidas se nos vienen encima como una inundación inesperada, que nos hace enfrentarnos con desafíos y difíciles ritos de paso mucho mayores de lo que podíamos imaginar que íbamos a encontrarnos en nuestra vida. La crisis de la mediana edad, amenazas de divorcio, enfermedades personales y de nuestros hijos, problemas económicos, o simplemente volver una vez más a encontrarnos con nuestra inseguridad o ambición insatisfecha pueden parecer partes difíciles pero mundanas de nuestra vida que hay que superar para poder estar en paz y desarrollar nuestra práctica espiritual. Pero cuando les prestamos nuestra atención y las respetamos, cada una de esas tareas tiene en sí misma una lección espiritual. Puede ser una lección de mantenernos centrados cuando pasamos por una gran confusión, o una lección de paciencia, para perdonar de corazón a alguien que nos ha hecho daño. Puede ser una lección de aceptación, o una lección de valor, para encontrar la fortaleza interior necesaria que nos permita mantenernos firmes y vivir de acuerdo a nuestros valores más profundos.

De la misma forma que la vida mundana se mueve en ciclos, cada uno de ellos ofreciéndonos lecciones espirituales, también las formas y técnicas de nuestra disciplina espiritual se mueve en ciclos. Normalmente pensamos que cada camino espiritual es diferente y lleva a cabo una práctica diferente, como servir a los pobres, la oración y devoción, el yoga físico, retirarse del mundo, o el estudio y la investigación. Pero nuestro viaje espiritual probablemente nos hará incluir muchas de esas dimensiones de práctica en el transcurso de nuestro desarrollo. En un período de nuestra práctica podemos tener una gran devoción por un maestro, más tarde podemos encontrarnos en un período de práctica e investigación por nuestra cuenta. En una etapa de nuestro camino espiritual podemos enfocarnos en el desapego y la soledad, mientras que en una etapa posterior tengamos que extender nuestro amor compasivo con el servicio a los demás. Podemos experimentar períodos en los que prestamos mucha atención al cuerpo, períodos de oración y entrega, o períodos de estudio y reflexión.

Nuestro cuerpo, corazón, y mente, parecen abrirse en ciclos, como si una inteligencia natural nos trajera lo que más necesitamos aceptar y comprender. Durante cierto tiempo nuestra meditación puede ofrecernos una gran tranquilidad y un pacífico descanso del drama de nuestra vida. Después, puede venir a nuestra mente un trauma familiar y volver a surgir un dolor de nuestra niñez, seguido por un largo período de trabajo con la pena y el perdón. Después podemos entrar en un ciclo de profunda concentración y amplia intuición. Pero después, nuestro cuerpo se puede abrir de una forma diferente, apareciendo dolores físicos o liberaciones de energía mientras practicamos. Después, mientras continúa la sanación personal, podemos encontrarnos con diferentes aspectos del sufrimiento del mundo y sentirnos obligados a hacer algo al respecto incluyéndolo en nuestra práctica. En estos ciclos no hay un orden específico, ni uno es más elevado que otro. Según se van abriendo estos ciclos internos, nuestra tarea es incluir cada uno de ellos en nuestra conciencia, llevando amor, sabiduría, y perdón a cada uno de ellos.

Algunas de las enseñanzas más valiosas en la práctica espiritual llegan cuando se tuercen nuestros planes. Si tenemos una idea concreta de cómo debe desarrollarse nuestra práctica, a menudo se convierte en un obstáculo en nuestro camino, impidiéndonos que apreciemos la fase por la que estamos pasando en ese momento. A menudo desearíamos que nuestro trabajo emocional hubiera acabado para poder abrirnos a otro nivel, pero las emociones también surgen en olas y ciclos, y se acaban a su debido tiempo. Se superan cuando las hemos aceptado tan profundamente que no nos importa si vuelven a aparecer o no.

La práctica no puede seguir nuestros ideales, sólo puede seguir las leyes de la vida. Podríamos imaginar ingenuamente que nuestro corazón puede estar siempre abierto y lleno de amor y compasión, pero nuestro corazón y nuestros sentimientos tienen también sus ritmos y sus ciclos. El corazón respira como todos nosotros, y a veces se abre y otras veces se cierra.

Nuestro cuerpo también refleja el movimiento de las estrellas. Estamos despiertos y dormimos, la tierra gira, amanece y se pone el sol, las mujeres tienen sus ciclos menstruales asociados a la luna, nuestro corazón late, inhalamos y exhalamos, todo tiene su ritmo natural. Igual que con el corazón, los ciclos de nuestro cuerpo se presentan por sí mismos, incluso si tenemos la esperanza de haberlos “superado”. Pero cuando los apreciamos, se abre nuestra práctica.

Ya sea que nos encontremos con inesperados ciclos externos o con naturales ciclos internos, la práctica espiritual nos está pidiendo que apreciemos estas circunstancias cambiantes de una manera consciente y despierta, y que nos mantengamos respirando y con dignidad mientras pasamos por los diferentes ciclos de nuestra práctica.




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