SER TU PROPIA LÁMPARA


Cuando nos encontramos con diferentes enseñanzas y prácticas espirituales, debemos mantener un auténtico espíritu de investigación, preguntándonos cuál es el efecto de estas enseñanzas y prácticas sobre uno mismo y sobre los demás. Es decir, debemos ser una lámpara para nosotros mismos.

Estos son unos tiempos extraordinarios para cualquier buscador espiritual. Las librerías están llenas de textos espirituales y prácticas místicas de todo tipo. Pero muchos de estos textos son contradictorios, encontrando perspectivas muy diferentes según las tradiciones, desde las que buscan el despertar, o la iluminación, a través de la purificación y los estados alterados de conciencia, hasta aquellas que dicen que es esta misma búsqueda la que nos impide realizar nuestro verdadero despertar aquí y ahora. La cantidad de perspectivas contradictorias con las que nos encontramos plantea uno de los grandes dilemas de la vida espiritual: ¿Qué deberíamos creer?

En un principio, entusiasmados por nuestra práctica, tenemos la tendencia a tomar todo lo que oímos o leemos como si fuera la verdad última. Esta actitud incluso se vuelve más fuerte cuando nos unimos a una comunidad, seguimos a un maestro, o adoptamos una disciplina. Aunque todas las enseñanzas de los libros y creencias tienen poco que ver con la sabiduría y la compasión. En el mejor de los casos son indicaciones, como un dedo que señala la luna, o el diálogo que queda tras un momento en el que alguien recibió un verdadero alimento espiritual. Para convertir la práctica espiritual en algo vivo, debemos descubrir dentro de nosotros mismos nuestra propia forma de ser conscientes para vivir una vida espiritual.

La religión y la filosofía tienen su valor, pero al final todo lo que podemos hacer es abrirnos al misterio y vivir recorriendo un camino con corazón, no de forma idealista carente de dificultades, sino en medio de nuestra humanidad en la vida que tenemos en esta tierra. Vale la pena preguntarnos: ¿Qué es lo que podemos ver y saber directamente por nosotros mismos? ¿no son suficiente esas verdades sencillas?

Nuestra liberación y felicidad surgen de nuestro propio conocimiento profundo, sin importar lo que nadie pueda decir en contra. Nuestra vida espiritual es sólida sólo cuando estamos conectados con nuestro propio descubrimiento de la verdad.

Un gran maestro de la antigüedad dijo lo siguiente al respecto: “Si quieres conocer la verdad espiritual, debes investigar de esta manera: No te quedes satisfecho con los rumores o tradiciones, con las leyendas o con lo que leas en las escrituras, con las conjeturas o con la lógica, o con tu gusto o disgusto por una perspectiva, o por que algo venga de un gran maestro. Mira dentro de ti mismo. 

Cuando sepas dentro de ti qué enseñanzas son inútiles, censurables, condenadas por los sabios, que al adoptarlas o llevarlas a la práctica producen daño y sufrimiento, deberías abandonarlas. Si conducen a la falsedad y la codicia, al robo o la obsesión, al aumento del odio o el engaño, abandónalas. De la misma forma, sin hacer caso a habladurías o tradiciones, sólo cuando sepas dentro de ti que las cosas son íntegras, irreprochables, elogiadas por los sabios, y que cuando se adoptan y practican conducen al bienestar y la felicidad, deberías practicarlas. Las que llevan a la virtud, la honestidad, al amor compasivo, la claridad, y la libertad, son las que debes seguir.

Así debes pensar que, si hay otras vidas, el fruto de la bondad en esta vida será bondad más adelante, y si no hay otras vidas, entonces el fruto de la bondad lo experimentarás aquí y ahora”.

Cuando nos encontramos con diferentes enseñanzas y prácticas espirituales, debemos mantener un auténtico espíritu de investigación: ¿Cuál es el efecto de esta enseñanza y práctica en mí mismo y en los demás? ¿Cómo funciona? ¿Cuál es mi relación con ella? ¿Me siento atrapado, asustado, o perdido en la confusión? ¿Siento que me lleva a una mayor amabilidad, comprensión, paz o libertad? Sólo nosotros podemos descubrir si nuestro camino nos lleva a estados más elevados de conciencia o a la sanación de las heridas de nuestro corazón. Debemos ser nuestras propias lámparas, debemos de encontrar nuestro propio y auténtico camino.

La práctica espiritual nunca puede desarrollarse imitando una forma externa de perfección. Eso sólo nos lleva a “actuar” de una manera espiritual. Aunque podemos sentirnos verdaderamente inspirados por los ejemplos de sabios maestros y tradiciones, esa misma inspiración también nos puede causar problemas si intentemos imitarles en lugar de ser honestos con nosotros mismos. Consciente o inconscientemente, intentamos andar como ellos, hablar como ellos, y actuar como ellos. Podemos generar una gran lucha en nuestra vida espiritual cuando comparamos la imagen que tenemos de nosotros mismos con las imágenes de maestros despiertos. De forma natural, nuestro corazón anhela la plenitud, la belleza, y la perfección, pero al intentar actuar como esos grandes maestros, estamos imponiéndonos a nosotros mismos su imagen y perfección, y esto puede ser bastante desalentador, ya que nosotros no somos ellos.

De hecho, en un principio, podemos sentir que la práctica espiritual nos lleva en la dirección opuesta. Según vamos despertando, tendemos a ver más claramente que nunca nuestros fallos y miedos, nuestras limitaciones y egoísmos. Las primeras dificultades en el camino incluyen algunos despertares un poco duros, que pueden hacernos dudar si estamos recorriendo un camino con corazón o incluso si es ese un camino correcto. Pueden surgir las dudas, y podemos sentir la práctica más como un trabajo manual que como un trabajo de amor, y las imágenes de perfección que tenemos nos dejarán aún más desanimados con nosotros mismos y nuestra práctica. Cuando empezamos a encontrarnos directamente con nuestras propias limitaciones, podemos intentar buscar otra forma de práctica, un camino más rápido, o podemos decidir cambiar nuestra vida de forma radical: trasladarnos de casa, divorciarnos, o entrar en un monasterio.

En nuestro desánimo inicial, podemos echar la culpa a nuestra práctica, a la comunidad que nos rodea, o a nuestro maestro. Pero es nuestra misma búsqueda de la perfección fuera de nosotros lo que nos causa sufrimiento. El mundo de fenómenos cambiantes en el que vivimos, cuyos ciclos son interminables, es por naturaleza frustrante para cualquier imagen de perfección que tengamos sobre él. Incluso el momento más perfecto o la cosa más perfecta cambiará al instante siguiente. No debemos buscar la perfección, sino la liberación del corazón.

“Igual que todas las aguas de los grandes océanos tienen un sabor, el sabor de la sal, así también, todas las verdaderas enseñanzas no tienen más que un sabor, el sabor de la liberación”.

La liberación surge cuando no tenemos ansiedad por la falta de perfección. El mundo no tiene que ser perfecto según nuestras ideas de perfección. Llevamos mucho tiempo intentando cambiar el mundo, pero no encontraremos la liberación cambiándolo, ni perfeccionándonos a nosotros mismos. Ya sea que busquemos el despertar a través de los estados alterados de conciencia, en comunidad, o en nuestra vida diaria, nunca nos llegará si buscamos la perfección. Entonces, ¿dónde encontramos el despertar en medio de todo esto? El despertar aparece cuando somos capaces de vernos a nosotros mismos y al mundo con honestidad y compasión.

En muchas tradiciones espirituales sólo hay una pregunta importante: ¿Quién soy yo? Cuando empezamos a responderla, estamos llenos de ideales e imágenes –las imágenes negativas de nosotros mismos que nos gustaría cambiar y perfeccionar y las imágenes positivas de algún gran potencial espiritual— pero el camino espiritual no consiste en cambiarnos a nosotros mismos sino en escuchar a la esencia de nuestro ser.

La meditación y la práctica espiritual son como mirarse en un espejo. En un principio, tendemos a vernos a nosotros y al mundo con formas familiares, según las imágenes y los modelos que hemos mantenido durante mucho tiempo: “Este soy yo”, “soy inteligente” o “mediocre”. “Soy encantador” o “indigno”. “Soy sabio y generoso”, o “soy miedoso y tímido”. Después podemos intentar arreglar o rehacer nuestra imagen, pero ese enfoque tan mecánico tampoco funciona.

¿Qué imágenes tenemos de nosotros mismos, de nuestra vida espiritual, y de los demás? ¿Todas esas imágenes e ideas son quien realmente somos? ¿Es esa nuestra auténtica naturaleza? La liberación no llega como un proceso de mejora personal, o por perfeccionar el cuerpo o la personalidad. En cambio, al vivir una vida espiritual, nos encontramos con el desafío de descubrir otra forma de ver las cosas. En lugar de ver con nuestras imágenes, ideales, y esperanzas habituales, aprendemos a ver con el corazón, que ama, en lugar de con la mente, que compara y define. Esta es una forma radical de ser que nos lleva más allá de la perfección. Todo puede incluirse en nuestra práctica, incluso los altibajos que encontramos en el camino. Porque lo que importa en el reino del despertar no es la experiencia en particular que tengamos sino si podemos convertirla también en parte de nuestra práctica, si podemos permanecer abiertos a lo que hay en el momento presente, aprendiendo también a amar en ese lugar.

Desde que nos sentamos a meditar por primera vez y después de la necesaria sanación que encontramos en la práctica, gradualmente nos vamos abriendo a un terreno nuevo y desconocido. Lo que hemos estado buscando lo encontramos aquí, en el momento en que descansamos en nuestro ser esencial, en la esencia de nuestro corazón. Lo descubrimos cuando estamos muy presentes, pero sin estar buscando nada en concreto, cuando descansamos en este preciso momento. Es entonces cuando aparece una sensación de plenitud e integridad, de fortaleza y belleza. Eso que hemos estado buscando por todo el mundo está aquí mismo en nuestra puerta. Una y otra vez aprendemos esta sencillez.

Si hemos estado buscando fortaleza a través del control sobre nosotros mismos y sobre los demás, descubrimos que eso sólo era una falsa versión de la fortaleza, que la verdadera fortaleza inherente aparece en momentos de profundo silencio y plenitud, cuando descansamos imperturbables con las cosas tal y como son. Si hemos estado buscando belleza o amor a través de los demás o en estados que perfeccionen nuestra mente, eso también aparece de manera plena y espontánea cuando los mismos deseos y anhelos se ponen a descansar. Eso es despertar a nuestra naturaleza esencial. Lo que buscábamos es quien somos, y en la culminación de nuestra práctica descubrimos que nuestra comprensión ha estado siempre aquí.

Esto es meditación: Volver a nuestra verdadera naturaleza y descubrir una enorme sensación de descanso y paz, espacio en nuestro corazón en medio de la vida, permitirnos volvernos transparentes ante la luz que siempre está brillando. No es una cuestión de cambiar nada sino de no aferrarnos a nada, y de abrir nuestros ojos y nuestro corazón.

Los logros espirituales no son el resultado de un conocimiento esotérico especial, del estudio de magníficos textos y enseñanzas, o del aprendizaje sistemático de grandes obras religiosas. No se encuentran en el reino del control y el poder, ni tampoco van de la mano de ciertas cosas de una manera determinada. No consiste en controlar a otras personas ni a uno mismo. Surgen en cambio de una abundante sabiduría de corazón.

La sabiduría del corazón puede encontrarse en cualquier circunstancia. No surge a través del conocimiento, las imágenes de perfección, o por comparación y juicio, sino al ver con los ojos de la sabiduría y con el corazón de la atención amorosa, al tocar con compasión todo lo que existe en nuestro mundo.

La sabiduría del corazón está aquí, ahora mismo, en cualquier momento. Siempre ha estado aquí, y nunca es demasiado tarde para encontrarla. La plenitud y libertad que buscamos es nuestra propia naturaleza auténtica, quien somos realmente. Ya sea que comencemos una práctica espiritual, leamos un libro espiritual, o reflexionemos sobre lo que significa vivir bien, hemos comenzado el proceso inevitable de abrirnos a esta verdad, la verdad de la vida en sí misma. Y para seguir avanzando debemos escuchar a nuestro corazón, convertirnos en nuestra propia lámpara que alumbra con la luz que hay en nuestro interior para ayudarnos a discernir qué camino debemos seguir o cuál debe ser nuestro próximo paso.




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