En lugar de sentirnos desanimados por la pereza,
podemos observarla y llegar a conocerla más profundamente. De esta forma,
ese mismo momento de pereza se convierte en nuestro maestro personal.
Tradicionalmente, se
dice que la pereza es uno de los obstáculos para el despertar. Podemos
distinguir diferentes tipos de pereza. Primero, la pereza de la búsqueda
de comodidad, solo buscamos sentirnos cómodos y arropados. Luego está
la pereza de la falta de ilusión, una especie de profundo desánimo, un
sentimiento de rendición, de desesperanza. También existe la pereza de que
nada te importa. Ahí es cuando nos endurecemos por la resignación y
la amargura y simplemente nos cerramos.
Búsqueda de comodidad
La búsqueda de
comodidad aparece en formas muy diversas. En Oriente, por ejemplo, la
pereza a menudo se manifiesta como sentarse al sol con los amigos, beber té y
dejar pasar los días. En Occidente, en cambio, la pereza se manifiesta con
frecuencia como velocidad. La gente se apresura de una cosa a otra, desde
el gimnasio a la oficina, al bar, a las montañas, a la clase de yoga, a lavar
los platos, a limpiar la casa, a ir de compras. Nos apresuramos a buscar,
buscar y buscar comodidad y estar a gusto.
Ya sea que nos
quedemos al sol o nos apresuremos, en cualquier lugar del mundo en el que
estemos, la pereza que busca la comodidad se caracteriza por un profundo
desconocimiento. Buscamos olvidar, buscamos una vida que no duela, un
refugio de la dificultad, de la duda o del nerviosismo. Queremos un
descanso de ser nosotros mismos, un descanso de nuestra propia vida. Así,
a través de la pereza, buscamos amplitud y alivio. Pero encontrar lo que
buscamos de esta manera es como beber agua salada, porque nuestra sed de
comodidad y tranquilidad nunca se saciará.
Falta de ilusión
La pereza de la falta
de ilusión se caracteriza por la vulnerabilidad, el sentirnos heridos y el no
saber qué hacer. Intentamos ser nosotros mismos y no estuvimos a la
altura. Sentimos que no está bien la forma en que somos. Perseguimos
el placer y no encontramos una felicidad duradera. Nos tomamos un tiempo
libre, nos vamos de vacaciones, aprendemos a meditar, estudiamos enseñanzas
espirituales o pasamos años dedicados a ciertas opiniones políticas o filosóficas. Ayudamos
a los pobres, salvamos los árboles, o bebemos y tomamos drogas, pero no
encontramos satisfacción. Lo intentamos y fallamos. Llegamos a un
lugar doloroso y sin esperanza, y nos sentimos sin fuerzas para siquiera
movernos. Sentimos que podríamos dormir durante mil años. Sentimos
que nuestra vida no tiene sentido. El desánimo es tan doloroso que nos
quedamos paralizados.
Nada te importa
Este tipo de pereza de
que nada te importa es más difícil, más fría, más fatalista. Este sabor
particular de la pereza tiene un toque de cinismo y amargura. Sentimos que
ya no nos importa nada. Nos sentimos perezosos y malos al mismo
tiempo. Nos sentimos mezquinos con este mundo decepcionante y horrible, y
con esta y esa persona. Sobre todo, nos sentimos malos con nosotros mismos. Cometimos
un error y, aunque no estamos muy seguros de cuál fue ese error, nos
equivocamos, y ahora ¡que se vaya todo al infierno! Tratamos de
olvidar de cualquier manera que podemos. Dejamos de hacer muchas
cosas. De todos modos, sentimos que no podemos hacer gran cosa y,
francamente, no nos importa.
¿Qué podemos hacer?
Parece ser que, como
seres humanos, siempre tenemos la idea de que debemos eliminar nuestros
fallos; Como personas correctas y dignas, deberíamos ser capaces de
superar nuestras debilidades. Entonces, tal vez deberíamos hacer estallar
la pereza con una bomba, o arrojarla al mar con un peso enorme para que nunca
reapareciera, o enviarla al espacio para que flotara en el infinito y así no
tener nunca más que relacionarnos con ella.
Pero si nos preguntamos ¿de dónde viene
la alegría? ¿de dónde viene la inspiración?, descubriremos que no
provienen de deshacerse de nada. No provienen de dividirnos en dos y
luchar contra nosotros mismos. No vienen de ver la pereza como un
adversario, o algo con lo que nos encontramos y que deberíamos saltar. No
vienen de menospreciarnos a nosotros mismos.
El camino del despertar es un proceso. Es un proceso de aprender poco
a poco a intimar con lo que llamamos nuestros obstáculos. Entonces, en lugar de sentirnos desanimados por
la pereza, podríamos observar nuestra pereza y sentir curiosidad por
ella. Podríamos intentar conocer la pereza más profundamente.
Podemos unirnos con la pereza, ser
nuestra pereza, conocer su olor y sabor, y sentirla plenamente en nuestros
cuerpos. El camino espiritual es un
proceso de relajación en este mismo momento de ser. Tocamos este
momento de letargo o desánimo, este momento de dolor, de negación, de no
importarnos nada. Tocamos y luego seguimos avanzando. Este es el
entrenamiento. Ya sea en la meditación formal o durante las actividades
del día a día, podemos entrenarnos para dejar de lado nuestros comentarios y
ponernos en contacto con lo que sea que nos hace sentir nuestra experiencia. Podemos
tocar y sentir la experiencia sin quedarnos enganchados con la
historia. Podemos tocar este mismo momento de ser y luego seguir adelante.
Estamos sentados meditando o con
nuestras actividades cotidianas, y se nos ocurre ponernos a escuchar lo que
estamos diciendo. Lo que escuchamos es: “¡Ay de mí! ¡Soy un fracaso! ¡No tengo solución!” Observamos
lo que nos hacemos, lo que nos decimos, cómo nos desanimamos o tratamos de
distraernos. Luego, dejamos esas palabras y tocamos el corazón en ese
preciso momento. Tocamos el centro mismo de ese momento de ser y luego lo
dejamos ir. Así es como nos entrenamos una y otra vez, esa es nuestra
práctica.
Unimos nuestro desánimo con honestidad y
amabilidad. En lugar de alejarnos del dolor de la pereza, nos acercamos, nos
apoyamos en la ola, nadamos con la ola.
En algún punto del proceso de permanecer
con el momento presente, se nos puede ocurrir que hay muchos otros seres
infelices como nosotros, sufriendo de la misma manera que sufrimos
nosotros. Al intimar con nuestro propio dolor, con nuestra propia pereza,
estamos conectando con todos ellos, entendiéndolos, descubriendo nuestra
conexión con todos ellos.
Tal vez estamos sentados en el sofá,
viendo la televisión y comiendo patatas fritas, bebiendo cerveza o fumando
cigarrillos. Pasan las horas y seguimos allí sentados. Entonces, por
alguna razón, nos vemos con claridad. Tenemos la opción de comer la décima
bolsa de patatas y ver la decimosexta serie, o relacionarnos con nuestra depresión
y pereza de una manera honesta y abierta. En lugar de seguir en la
inopia, y cerrarnos y apagarnos, nos relajamos y contemplamos lo que está
ocurriendo, observamos lo que sentimos. Así es como practicamos.
Entonces, tal vez abrimos la ventana o
salimos a caminar, o tal vez simplemente nos quedamos sentados en silencio,
pero hagamos lo que hagamos, nos quedarnos con nosotros mismos, para ver lo que
hay detrás de las palabras, detrás de ese ignorar, y sentimos la cualidad de
ese momento de ser, en nuestro corazón, en nuestro estómago, por nosotros
mismos y por todos los millones de personas que están en la misma situación que
nosotros. Comenzamos a practicar la
apertura y la compasión con ese mismo momento, con esa experiencia, sea la que
sea. De esta forma, ese preciso momento de pereza se convierte en nuestro
maestro personal. Ese momento precioso se convierte en nuestra práctica
profunda y curativa.
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Observar, Observar y Observar...
ResponderEliminarIntentaré no volver a olvidarme de ser siempre quien me observe
Observar..., estar presente..., ser consciente..., y actuar en consecuencia :)
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