En lugar de sentirnos desanimados por la pereza,
podemos observarla y llegar a conocerla más profundamente. De esta forma,
ese mismo momento de pereza se convierte en nuestro maestro personal.
Tradicionalmente, se
dice que la pereza es uno de los obstáculos para el despertar. Podemos
distinguir diferentes tipos de pereza. Primero, la pereza de la búsqueda
de comodidad, solo buscamos sentirnos cómodos y arropados. Luego está
la pereza de la falta de ilusión, una especie de profundo desánimo, un
sentimiento de rendición, de desesperanza. También existe la pereza de que
nada te importa. Ahí es cuando nos endurecemos por la resignación y
la amargura y simplemente nos cerramos.
Búsqueda de comodidad

Ya sea que nos
quedemos al sol o nos apresuremos, en cualquier lugar del mundo en el que
estemos, la pereza que busca la comodidad se caracteriza por un profundo
desconocimiento. Buscamos olvidar, buscamos una vida que no duela, un
refugio de la dificultad, de la duda o del nerviosismo. Queremos un
descanso de ser nosotros mismos, un descanso de nuestra propia vida. Así,
a través de la pereza, buscamos amplitud y alivio. Pero encontrar lo que
buscamos de esta manera es como beber agua salada, porque nuestra sed de
comodidad y tranquilidad nunca se saciará.
Falta de ilusión

Nada te importa

¿Qué podemos hacer?
Parece ser que, como
seres humanos, siempre tenemos la idea de que debemos eliminar nuestros
fallos; Como personas correctas y dignas, deberíamos ser capaces de
superar nuestras debilidades. Entonces, tal vez deberíamos hacer estallar
la pereza con una bomba, o arrojarla al mar con un peso enorme para que nunca
reapareciera, o enviarla al espacio para que flotara en el infinito y así no
tener nunca más que relacionarnos con ella.
Pero si nos preguntamos ¿de dónde viene
la alegría? ¿de dónde viene la inspiración?, descubriremos que no
provienen de deshacerse de nada. No provienen de dividirnos en dos y
luchar contra nosotros mismos. No vienen de ver la pereza como un
adversario, o algo con lo que nos encontramos y que deberíamos saltar. No
vienen de menospreciarnos a nosotros mismos.
El camino del despertar es un proceso. Es un proceso de aprender poco
a poco a intimar con lo que llamamos nuestros obstáculos. Entonces, en lugar de sentirnos desanimados por
la pereza, podríamos observar nuestra pereza y sentir curiosidad por
ella. Podríamos intentar conocer la pereza más profundamente.
Podemos unirnos con la pereza, ser
nuestra pereza, conocer su olor y sabor, y sentirla plenamente en nuestros
cuerpos. El camino espiritual es un
proceso de relajación en este mismo momento de ser. Tocamos este
momento de letargo o desánimo, este momento de dolor, de negación, de no
importarnos nada. Tocamos y luego seguimos avanzando. Este es el
entrenamiento. Ya sea en la meditación formal o durante las actividades
del día a día, podemos entrenarnos para dejar de lado nuestros comentarios y
ponernos en contacto con lo que sea que nos hace sentir nuestra experiencia. Podemos
tocar y sentir la experiencia sin quedarnos enganchados con la
historia. Podemos tocar este mismo momento de ser y luego seguir adelante.
Estamos sentados meditando o con
nuestras actividades cotidianas, y se nos ocurre ponernos a escuchar lo que
estamos diciendo. Lo que escuchamos es: “¡Ay de mí! ¡Soy un fracaso! ¡No tengo solución!” Observamos
lo que nos hacemos, lo que nos decimos, cómo nos desanimamos o tratamos de
distraernos. Luego, dejamos esas palabras y tocamos el corazón en ese
preciso momento. Tocamos el centro mismo de ese momento de ser y luego lo
dejamos ir. Así es como nos entrenamos una y otra vez, esa es nuestra
práctica.

En algún punto del proceso de permanecer
con el momento presente, se nos puede ocurrir que hay muchos otros seres
infelices como nosotros, sufriendo de la misma manera que sufrimos
nosotros. Al intimar con nuestro propio dolor, con nuestra propia pereza,
estamos conectando con todos ellos, entendiéndolos, descubriendo nuestra
conexión con todos ellos.

Entonces, tal vez abrimos la ventana o
salimos a caminar, o tal vez simplemente nos quedamos sentados en silencio,
pero hagamos lo que hagamos, nos quedarnos con nosotros mismos, para ver lo que
hay detrás de las palabras, detrás de ese ignorar, y sentimos la cualidad de
ese momento de ser, en nuestro corazón, en nuestro estómago, por nosotros
mismos y por todos los millones de personas que están en la misma situación que
nosotros. Comenzamos a practicar la
apertura y la compasión con ese mismo momento, con esa experiencia, sea la que
sea. De esta forma, ese preciso momento de pereza se convierte en nuestro
maestro personal. Ese momento precioso se convierte en nuestra práctica
profunda y curativa.
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Observar, Observar y Observar...
ResponderEliminarIntentaré no volver a olvidarme de ser siempre quien me observe
Observar..., estar presente..., ser consciente..., y actuar en consecuencia :)
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