Antiguas
enseñanzas comparan el mundo con una casa en llamas, ardiendo por el engaño, la
agresión, y la avaricia. En la actualidad, estos tres alimentan un fuego que
está literalmente calentando la tierra. Pero la sabiduría puede mostrarnos cómo
apagarlo.
Los grandes maestros despiertos son a menudo considerados como la
personificación de la paz, la tolerancia, la buena voluntad, y la compasión,
pero, aunque ciertamente son ejemplos de estas cualidades, nunca olvidan su
papel como maestros, o el contenido de su mensaje. Los auténticos maestros no
son simplemente sabios benevolentes, sino también astutos analistas de la
condición humana, con una profunda y penetrante intuición que les hace ver más
allá de las apariencias.
Las enseñanzas
guerreras nos hablan, de las causas que originan el sufrimiento en el contexto
de la búsqueda de la liberación personal. Nos muestran cómo las aflicciones
mentales –la ignorancia, el deseo, la avaricia, el odio, y el engaño—arrasan
nuestras vidas y nos señalan un camino que nos permite liberarnos de nuestra
esclavitud interna.

De todos los peligros a los que nos enfrentamos juntos, el más grande,
el más global, y el que constituye la mayor amenaza, es sin lugar a dudas lo
que normalmente llamamos cambio climático, aunque lo deberíamos llamar más
correctamente “desestabilización climática” o “desorientación climática”.
Hay una antigua parábola que habla de una casa en llamas. Dentro de la
casa, los niños siguen divirtiéndose con sus juguetes, ajenos a las llamas que
consumen la casa por los cuatro costados. La casa representa el mundo, y los
insensatos niños jugando dentro representan a la gente, a nosotros mismos
disfrutando de los placeres efímeros entre las llamas de la vejez y la muerte.
Actualmente,
la imagen del mundo como una casa en llamas se ha vuelto literalmente cierta.
Cada año aumenta la temperatura global, moviéndose incesantemente hacia el
umbral más allá del cual se desatará irreversiblemente el caos climático.
Pueden pasar décadas hasta que se manifiesten completamente las consecuencias a
largo plazo de la intensificación de las emisiones de carbono, pero conforme
sigamos emitiendo carbono a la atmósfera, serán cada vez más inevitables.

Sabemos lo que hay detrás del cambio climático. Las causas inmediatas
han sido descritas con precisión científica: nuestra dependencia de los combustibles
fósiles, nuestras insensatas prácticas de deforestación, el modelo industrial
dominante de la agricultura, y una economía que se desarrolla con unos ciclos
vertiginosos de producción y consumo.
Pero el diagnóstico de los grandes maestros profundiza un poco más y
localiza sus orígenes en el corazón humano, revelando que lo que subyace bajo
el cambio climático es la interacción del deseo y la ignorancia, de la codicia
y el engaño, especialmente la visión errónea de que podemos explotar
imprudentemente los recursos del planeta y expulsar los residuos tóxicos sin
tener que sufrir finalmente las consecuencias.
La
codicia y la ignorancia van juntas, tanto en la mente como en las dimensiones
más amplias de nuestro sistema social. Hace décadas, en los años 80, las
compañías petrolíferas ya sabían que la combustión del petróleo y el carbón
alterarían el clima, pero ocultaron la evidencia y fomentaron el escepticismo
ante lo que decían los científicos, impidiendo que el público viera los
verdaderos peligros del aumento de las emisiones de carbono. Pusieron la
codicia de los beneficios por encima de la sensatez, el éxito de las compañías
por encima de la responsabilidad social. Un comportamiento criminal se escondió
detrás de una capa de ética, mientras los respetables ejecutivos corporativos
causaban estragos en nuestro planeta.
Pero nosotros no somos completamente inocentes. Es el engaño de
nuestras propias mentes el que nos permite seguir complacientemente con las
rutinas establecidas de la vida diaria en lugar de levantarnos para llevar a
cabo las acciones necesarias. Una vez más, es el engaño, o la ignorancia, lo
que nos hace pensar que podemos prosperar mientras los sistemas geofísicos de
la tierra giran desenfrenadamente desestabilizándose. Incluso algún político ha
llegado a decir que, una vez que el hielo del Ártico haya desaparecido,
tendremos a nuestra disposición inmensos recursos de petróleo, gas, y
minerales. ¡Como si alguien pudiera prosperar en un planeta desolado!

Una antigua analogía compara a los estudiantes guerreros con cuatro
clases de caballos, que se diferencian entre sí en cómo responden a la fusta
del maestro. El mejor caballo se somete a su maestro en cuanto ve la sombra de
la fusta. El caballo más torpe no se somete hasta que le golpea la fusta. Ya
hace décadas que vimos la sombra de la fusta, y ahora estamos recibiendo los
golpes. Para evitar el golpe más brutal tenemos que actuar con rapidez, con
valentía y con una clara comprensión de los cambios que se nos piden.
Necesitamos
cambios concretos en las formas de generar energía, en los medios de
transporte, en el diseño de edificios, y en las tecnologías de la industria y
la agricultura. Pero los maestros nos dicen que también necesitamos cambios internos: en nuestros valores, en nuestra forma de
vivir, y en nuestros hábitos mentales, porque son esas actitudes mentales las
que están en último término detrás de la crisis climática.
Sobre todo, necesitamos desmantelar un sistema social impulsado por la
búsqueda de beneficios infinitos en un mundo finito. Tenemos que deshacernos de
un sistema que respalda la competencia despiadada, la explotación, y la
violencia con otras personas y con la naturaleza. Tenemos que disipar la
ilusión de que es posible que unos pocos prosperen mientras millones mueren de
hambre y pobreza o viven en el mismo límite de la supervivencia.

Se dice que los maestros aparecen en el mundo movidos por la compasión
que sienten por el mundo, por el bien de toda la humanidad. Su tarea es señalar
el camino a la liberación. Nuestra tarea es recorrer ese camino.
Ahora tenemos una idea clara
de los peligros colectivos a los que nos enfrentamos, y podemos ver en el
horizonte atisbos de esperanza de un futuro mejor. Es posible que no conozcamos
con todo detalle el camino que puede redimirnos, pero sabemos en qué dirección
debemos movernos. Ahora tenemos que
empezar a movernos, y movernos con rapidez, antes de que sea demasiado tarde.
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