Si vas a pasar estas fiestas con la familia, puedes necesitar algunos
consejos para mantenerte presente cuando se abran viejas heridas.
Muchos de nosotros nos esforzamos por estar cerca de la familia, en
particular de nuestros padres. Puede haber momentos de alegría y conexión,
pero los miembros de la familia parecen tener un poder muy especial para
desencadenar antiguas conductas muy poco saludables. Ya sea intencionadamente
o no, pueden hacernos retroceder a patrones de conducta e identidades que
teníamos de niños y hacernos sentir más jóvenes y más pequeños de lo que realmente
somos.
Podemos pensar que
sentir compasión por los miembros de nuestra familia hará que sea más fácil pasar
tiempo con ellos, pero uno de los ingredientes más importantes para aprovechar
al máximo ese tiempo es tener compasión por uno mismo. Juzgarse a sí mismo por comportamientos
arraigados sobre los que tenemos poco control solo nos aleja aún más del
momento presente. Cuando no estamos presentes, estamos menos
conectados con lo que realmente sentimos. Cultivar el amor y la compasión hacia
uno mismo no convencerá a tu tío de que sus puntos de vista políticos favorecen
la injusticia social, o evitará que tu abuela te juzgue por no ir a la iglesia,
pero te dará un poco más de libertad para elegir cómo interactuar con esos
familiares que siempre te alteran y te hacen saltar con facilidad.
Cuando estamos alterados,
la libertad parece imposible de encontrar, estamos atrapados por el enfado. Cuando estamos estresados, nuestra atención
se reduce y se fija, a menudo en pensamientos obsesivos, preocupaciones y
juicios. Atrapados en nuestra cabeza, nos cerramos al resto de la
experiencia.
Cuando nos cerramos, muy a menudo eso se manifiesta en nuestro cuerpo como
un nudo en el estómago, y tensión en los hombros o en las manos, como si nos
preparáramos para algo malo a la vuelta de la esquina. Pero tenemos suerte
de que esta tensión física ocurra tan a menudo, porque sin ella podríamos
perdernos en nuestros pensamientos para siempre. El cuerpo es un ancla en el
momento presente que siempre está disponible, es como un rastro de migas de pan
que nos indica el camino para llegar a la apertura.
Si no notáramos cuando aparece ese nudo en el estómago, probablemente no podríamos
tampoco notar la gratitud que sentimos hacia nuestros padres. Nos
podríamos quedar estancados, sintiéndonos como adolescentes enfadados. Después
de reaccionar con irritación a alguno de sus comentarios, podríamos intentar
huir de la situación escondiéndonos en nuestro interior, culpándonos a nosotros
mismos y convirtiendo nuestra reacción en una prueba más de que somos un mal
hijo que aún necesita crecer. Podríamos decirnos a nosotros mismos que no estamos
a la altura cuando tenemos que enfrentarnos a nuestras emociones.
Hacerse amigo de uno mismo, tratarse con cariño, siempre es más fácil de decir
que de hacer. Gran parte de la relación con nosotros mismos se desarrolla a partir
de las experiencias que tenemos en la infancia, los traumas que hemos sufrido y
la forma en que la sociedad nos trata según nuestro origen, el color de nuestra
piel, el género, la sexualidad y la riqueza (o la falta de ella). Muchos
de nosotros nos juzgamos a nosotros mismos, particularmente comparándonos con
los demás. Muy a menudo planeamos obsesivamente lo que vamos a decir en
una conversación, como si los demás no nos fueran a aceptar a menos que
solucionemos sus problemas, les ofrezcamos algo valioso o salgamos con algo
ingenioso. A menudo ignoramos nuestras emociones, reprimiéndolas, así que
no decimos cómo nos sentimos realmente porque hacerlo podría crear
conflictos. Pasamos horas repitiendo conversaciones, preocupándonos de cómo
no lastimar a otros o de cómo decir lo suficiente para impresionarlos. A
menudo estamos atrapados en una mezcla nociva de culpa, vergüenza y remordimiento.
Si vas a pasar estas fiestas con la familia, te animo a que intentes estar
atento para darte cuenta de cuándo vuelves a tomar el papel que tenías cuando
eras más joven y menos sabio. Si puedes reunir el coraje para hacerlo,
intenta dejar de lado la tendencia a identificarte con ese sentimiento. Tómate
un instante antes de reaccionar. Respira profundamente y siente las
sensaciones de tus pies en el suelo. Observa los detalles que te rodean, o
sal un momento de la habitación para caminar y observar lo que hay fuera de
ella, y escuchar los sonidos del exterior. Haz lo que sea necesario para
romper ese antiguo patrón de conducta y comenzar de nuevo, con un comienzo
fresco, y en el momento presente, sin lastres del pasado, con una mente y un
corazón abiertos a la experiencia.
Los momentos en que
hables y actúes con una nueva actitud abierta y vulnerable significarán mucho
más para ti y para tu familia que las horas que puedas pasar con ellos actuando
con los viejos patrones y castigándote después por haberlo hecho.
Esto es lo mejor de la
atención plena, de ser realmente conscientes en cada momento: te ayuda a crear
un poco más de espacio y libertad para relacionarte contigo mismo y con los
demás, de manera que te hace sentir completamente vivo.
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