DISOLVIENDO EL YO (2)


Somos realmente libres cuando disolvemos nuestra noción de un yo.
¿No te ha ocurrido nunca que al caminar por el campo te has sobresaltado al ver una serpiente en el camino, y que, al acercarte más, has descubierto que tan solo era una rama caída? Cuántas veces en la vida creamos un objeto en nuestra mente, que realmente no existe, y a continuación reaccionamos ante esa creación con miedo. A menudo tenemos miedo de nuestras propias proyecciones, que surgen de nuestra ignorancia o desconocimiento. Pero, igual que al descubrir que la serpiente era simplemente una rama, nuestro miedo desaparece al darnos cuenta que lo que tememos no existe en realidad, al descubrir que ha sido una confusión, cuando vemos las cosas tal y como son realmente. Ver las cosas tal y como son es sabiduría, la sabiduría que surge de la confianza en la esencia de nuestro corazón.

La sabiduría se representa en los textos antiguos como el dragón, que también simboliza la confianza y el poder supremos. El dragón es algo especial, por su singularidad y por lo vasto, inmenso y profundo, que lo hace inescrutable, insondable. Como un trueno en mitad de la noche, la sabiduría del dragón nos despierta y hace que nuestra mente conceptual se tambalee, disolviendo cualquier inseguridad.

Esa sabiduría innata que llevamos en nuestro interior es como un dragón moviéndose en las profundidades de nuestra mente y deseando salir a la superficie para manifestarse. Ese dragón de sabiduría es vasto y profundo, y descansa de forma natural en el interior de nuestro ser, en la misma esencia de nuestro corazón. Con esa sabiduría nuestra mente puede ir mucho más allá de los límites conocidos.

El dragón simboliza la sabiduría más profunda, que lo observa todo y ve que siempre estamos intentando solidificar nuestra experiencia, siempre intentado convertir las apariencias en “algo” concreto, intentando vivir en un mundo concreto y sólido cuando en realidad todo es un proceso fluido y cambiante. Pensamos que existimos porque sentimos una entidad que llamamos “yo”. Pero ese “yo” no existe realmente de la manera que pensamos. De la misma manera que podemos confundir una rama en el bosque con una serpiente, confundimos continuamente la fluidez de nuestra experiencia, que está cambiando constantemente, con una entidad sólida a la que llamamos “yo”. Conforme vamos haciendo nuestras prácticas de meditación, vamos comprendiendo que esa sabiduría que hay en nuestro interior está intentando despertarnos para que veamos cómo son las cosas realmente.

Podemos contemplar cómo ese “yo” que consideramos sólido y permanente realmente es tan sólo un conjunto de diferentes elementos que se reúnen en grupos. Es tan sólo la reunión de carne, huesos, percepciones, pensamientos y emociones. Al percibir esta reunión de diferentes elementos, nuestra ignorancia nos hace considerarlo como una entidad independiente y le ponemos el nombre de “yo”. Es como si imagináramos algo y al ponerle un nombre empezamos a considerarlo como algo real. Es como ver en las nubes formas de animales y considerarlas sólidas como los animales que parecen manifestarse en sus formas.

Cuando empezamos a considerar esos diferentes grupos de elementos agrupados como una entidad sólida que llamamos “yo” es cuando aparece el miedo, el apego, y el orgullo, lo que nos hace sentir ese “yo” aún más real. Esta ilusión que consideramos como real hace que percibamos también el mundo que nos rodea como algo sólido. Si “yo” existo, también existen los demás de la misma manera, y ahí comienzan los conflictos entre egos, la competitividad, la envidia, y la lucha. Esa ignorancia nos provoca sufrimiento, que es el resultado de no darnos cuenta que el “yo” no es tan real como pensamos. Por eso, ese dragón de sabiduría vuela en el inmenso cielo del “no-yo”.

Gran parte del sufrimiento y dolor que encontramos en la vida está producido porque estamos obsesionados con el “yo”. Muchas veces pensamos que podríamos encontrar paz si fuéramos capaces de no enfadarnos o de no sentir envidia, pero el problema no son las emociones negativas en sí mismas, que son únicamente la manifestación de nuestra creencia en un “yo”. Cuando nos irritamos o nos sentimos atormentados por alguna otra emoción negativa, es simplemente porque estamos obsesionados y absorbidos por ese sentido del “yo”.

Todas estas emociones negativas, como la ira y el apego, tienen sus raíces y se alimentan del “yo”, de un “yo” que no es real. Las prácticas contemplativas sobre el “no-yo” nos muestran que intentar encontrar el “yo” es como perseguir el horizonte esperando llegar a alcanzarlo en algún momento. Cuanto más nos dirigimos hacia el horizonte, más se aleja de nosotros. Porque es en realidad una ilusión que tomamos como real. Igualmente, si intentamos encontrar ese “yo” sólo nos encontraremos con diferentes estados de ánimo cambiantes y pasajeros, porque se basan sobre supuestos muy inestables.

No hay ningún otro yo que esa ilusión que intentamos a toda costa mantener en pie con nuestro orgullo y nuestro punto de vista egocéntrico, que nos hace sentir separados de los demás y quizás un poco más especiales o mejores que otros. La confusión que nos crea ese orgullo siempre nos engaña, nos hace ver montañas cuando son en realidad granitos de arena, y monstruos y enemigos en lo que son simples nubes etéreas y cambiantes. Esa confusión nos hace creer en un “yo” sólido y real, y además nos hace obsesionarnos con él.

Hasta cuando hablamos del “no-yo”, la menta se queda con el “yo”, y entonces pensamos: “Yo no tengo yo”. Pero la verdad es que todo es realmente carente de un “yo”, como la rama en el bosque carece de serpiente, aunque en algún momento puede habernos parecido que era una serpiente. De la misma manera, el “yo” nunca existió, lo único que ha existido es nuestra noción de un “yo”, nuestra creencia en que el “yo” existía, igual que pensamos que había una serpiente en el camino cuando tan solo era una rama.

Es la mente conceptual que da vueltas alrededor del “yo” la que proyecta su visión del mundo creando a nuestro alrededor un mundo sólido e independiente. Son sólo conceptos, tanto lo que pensamos que somos como lo que creemos que es el mundo que nos rodea. Creamos conceptos y después nos los creemos, y la creencia en un yo separado del resto del mundo es el ejemplo más claro de esta confusión que nos ciega.

Esa sabiduría que vuela como un dragón en nuestro interior nos está pidiendo que nos preguntemos por qué estamos siempre intentando que las cosas sean sólidas ¿Qué pretendemos defender o mantener en pie? Nuestra mente fabrica una entidad sólida a partir de diferentes componentes como el cuerpo, las percepciones sensoriales y las opiniones, que reúne y aglutina en una aparente entidad separada del resto del mundo.

La liberación es darnos cuenta de que en realidad no existe un “yo”, de que lo que concebimos como “yo” es tan solo una creación mental, es como una torre que hemos fabricado con numerosas piezas. Y lo que liberamos al darnos cuenta de esa inexistencia del “yo” es la energía interior, el caballo de viento, y el dragón de la sabiduría que llevamos en nuestro ser.

La ignorancia y la confusión dan lugar a las emociones negativas y las alimentan, y es difícil darnos cuenta que estamos atrapados por ellas a causa de la ceguera en la que vivimos que no nos permite ver las cosas tal y como son. Para ver con claridad necesitamos la sabiduría, que surge y se manifiesta al prestar atención y ser conscientes, y aumenta con la disciplina. La sabiduría puede ver cuando estamos perdiendo el equilibrio en nuestras vidas empujados por la negatividad. 

La sabiduría nos da la fuerza necesaria para superar el miedo, porque el miedo es la ausencia de sabiduría. La sabiduría y la compasión atraen la magia a nuestras vidas, disipando la negatividad y abriendo y elevando nuestra mente superando los engaños del “yo”.

Cuando estamos desconectados del mundo que nos rodea, sentimos que el yo debe conquistarlo, sentimos que nos falta algo que debemos conseguir para ser felices. Hemos convertido el mundo en un objeto separado de nosotros y lo vemos a menudo como una amenaza de la que tenemos que defendernos. Pero cuando somos capaces de ver la inexistencia del yo, cuando vemos y experimentamos el “no-yo”, el mundo pierde todo su aspecto amenazador, el miedo desaparece, y podemos dejar de luchar contra él. Vemos entonces que el mundo está formado por apariencias que cambian continuamente y que nosotros intentamos solidificar y controlar basándonos en suposiciones y expectativas. La sabiduría ve que el mundo tiene apariencia, pero es una apariencia vacía de verdadera esencia o realidad, es similar a los sueños, que parecen realidad pero carecen de ella.

Para poder ver el “no-yo” tenemos que atravesar las apariencias de la realidad en que vivimos. Y para emprender ese viaje tenemos la meditación contemplativa, pues viendo claramente cómo es el mundo relativo podemos acercarnos a ver la realidad a un nivel absoluto. Las prácticas contemplativas hacen que se relaje la mente discursiva y facilitan que aparezca la sabiduría. Podemos empezar a practicar preguntándonos: “Si realmente existe el yo ¿dónde lo puedo localizar? ¿está dentro de mí? ¿está fuera de mí? ¿dónde está ese yo?”

Mientras estamos contemplando esto y buscando respuesta a esas preguntas, seguramente comenzará a surgir algo de sabiduría que nos hará sentir cierta sensación de que ese yo no está aquí. Si podemos soltar, aunque sea por un instante, nuestro concepto de yo, es muy posible que vislumbremos brevemente que el yo que nos parecía tan sólido comienza a disolverse.



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