Podemos vivir
dignamente y con disciplina, sin perder el tiempo en frivolidades, pero también
disfrutando de la vida. Podemos dirigir nuestra vida para no solamente
sobrevivir, sino para también celebrar el hecho de estar vivos.
El guerrero, en el transcurso de su viaje, descubre el orden
natural y encuentra su sitio en este mundo. El viaje del guerrero es a la vez
sencillo e inspirador. Es sencillo porque conecta con nuestro origen,
conmoviéndonos de manera inmediata a cada instante, sabiendo cuál es nuestro
sitio, y sin olvidar de dónde venimos.
Como si estuviéramos paseando por el bosque al atardecer, y
según va oscureciendo aparecieran diferentes recuerdos en nuestra mente de
experiencias vividas y personas que conocimos, nos movemos por la vida con la
sensación de estar acompañados por otros seres, aunque en este momento estemos
realmente solos.
En nuestro viaje
como guerreros, atravesando las apariencias y adentrándonos en la realidad del
universo, iremos descubriendo cómo dirigir nuestra vida, pero también
descubriremos una sensación de soledad en lo profundo de nuestro corazón, en
nuestro corazón herido. Y no hay nada malo en sentirse así porque el auténtico guerrero tiene un corazón
tierno y sensible, y ese corazón herido y solitario es lo que le permite poder
ayudar realmente a otros seres.
Aunque al guerrero le duele la soledad, también aprecia su
hermosura y su realidad. De ese sentimiento de tristeza surge el deseo de
ayudar a otros. Podemos apreciar nuestra singularidad, y que está bien ser como
somos. Al apreciarnos y querernos tal como somos, podemos querer también a los
otros seres que nos han acompañado en nuestra vida, o que emprendieron su viaje
antes que nosotros, abriéndonos el camino para que podamos recorrerlo ahora
nosotros con más facilidad.
Como guerreros, sentimos aprecio y respeto por nuestros
ancestros, esos seres de corazón valiente que siguieron adelante en su viaje a
pesar de las dificultades. Y también sentimos ternura por los que tienen que
venir, por los que realizarán este mismo viaje después de nosotros. Al
comprobar personalmente que podemos hacerlo, sabemos que también podemos ayudar
a otros a emprender el viaje.
Igual que en la naturaleza, en nuestras vidas existen
estaciones. Hay momentos en la vida para cuidar y crear, momentos para ayudar a
nuestro mundo y generar ideas y proyectos. Hay momentos de abundancia y
prosperidad, en los que nos sentimos llenos de energía y capaces de todo. Y
otros momentos de cosecha, cuando las cosas llegan a su fin. Y, por supuesto,
también están los momentos fríos y cortantes del invierno, cuando la calidez de
la primavera nos parece muy lejana.

Generalmente pensamos que sobrevivir y celebrar son incompatibles.
Para sobrevivir debemos ocuparnos de nuestras necesidades básicas, a menudo con
esfuerzo y un trabajo monótono. Y relacionamos la celebración con hacer cosas
extravagantes, que no son habituales o que normalmente no están a nuestro
alcance. Pero dirigir nuestra vida quiere decir que podemos vivir con dignidad
y disciplina, sin frivolidades, pero al mismo tiempo disfrutando de la vida.
Podemos sobrevivir y también celebrarlo. Dirigimos nuestra vida, nuestro hogar,
sin importar si vivimos en familia o solos, tenemos cierta estructura y una
pauta en nuestra vida diaria.
Hay mucha gente que siente la rutina de la vida como una
carga impuesta, les gustaría vivir de otra manera, tener cosas diferentes que
hacer a cada instante. Pero debemos estabilizar nuestra vida en algún momento,
llevando una vida regular y con cierta disciplina. Y, aunque pueda parecer
sorprendente, cuanta más disciplina tengamos más podemos disfrutar de la vida.
Podemos diseñar una vida llena de celebración, no solamente de obligación. Eso
quiere decir dirigir nuestra vida.
La vida en sí misma
es buena, está llena de potencial y de riqueza. Generalmente pensamos que la riqueza tiene que ver con tener mucho
dinero, pero la verdadera riqueza es saber cómo hacer de tu vida una
experiencia preciosa. Aunque no tengamos dinero en el banco, podemos
convertir nuestro mundo, por pequeño y humilde que sea, en una manifestación de
la riqueza de la vida.
La verdadera riqueza hay que cultivarla, no se da
automáticamente. Hay gente con mucho dinero que sigue insatisfecha y no sabe
cómo disfrutar verdaderamente de la vida. Dirigir nuestra vida para celebrar
cada momento no significa que tengamos que gastar mucho dinero, porque la
verdadera riqueza viene del poder individual de cada uno, de su capacidad para
crear algo con sus propias manos. Ocuparnos personalmente de nuestro mundo, en
lugar de encargar a alguien que lo haga por nosotros, es más económico y
también más digno, porque estamos poniendo nuestro esfuerzo y nuestra propia
energía en cuidar de él. Podemos reconocer que no tenemos dinero y sentirnos
bien, porque tenemos el sentido de la verdadera riqueza en nuestra vida que se
manifiesta a través de lo que hacemos. Porque la verdadera riqueza es ser una
persona digna y honesta. De esta manera, podemos ser verdaderamente ricos,
aunque seamos “pobres”.
Esta inusual perspectiva sobre la riqueza puede marcar una
gran diferencia a la hora de enfrentarse a los problemas mundiales.
Generalmente la política es un reflejo o reacción a la pobreza. Los pobres
quieren tener el dinero de los ricos, y los ricos, los que tienen dinero, se
aferran a su dinero y no quieren compartir ni una pequeña parte con quien lo
necesita temiendo empobrecerse ellos mismos. Con estos enfoques tan
contrapuestos, es muy difícil que pueda darse ningún gran cambio en la
sociedad, a no ser que sea impulsado por un gran odio y una enorme violencia de
alguna de las partes.
Es normal que la gente quiera comer si se está muriendo de
hambre, pero muchas veces los verdaderos deseos de las personas necesitadas son
manipulados sin consideración. ¿Cuántas guerras han sido provocadas por el
ansía de poseer más de lo necesario? Los “ricos” no han tenido ningún reparo en
sacrificar innumerables vidas para mantener o aumentar sus riquezas, y también
los “pobres” se han matado entre ellos por un poco de comida, o por tener unas
monedas en el bolsillo.

Una enseñanza básica
del guerrero nos dice que podemos descubrir lo mejor del ser humano en
circunstancias normales, en nuestra vida diaria. Porque este mundo nos
da la oportunidad de vivir una vida consciente y con sentido, una vida buena en
la que podemos ayudarnos unos a otros. En la actualidad, con la amenaza de
las guerras, la pobreza y el hambre, dirigir nuestras vidas significa vivir una
vida normal en este mundo, pero con dignidad y conciencia. Esa es la verdadera
riqueza que manifiesta el guerrero en este mundo.
Pero ¿cómo podemos hacer que nuestra vida diaria tenga esa
cualidad de dignidad y riqueza? Una vez que el guerrero llega a cierto punto de
su viaje, cuando ya entiende lo que es la dignidad y la amabilidad, cuando ha
descubierto la magia ordinaria que le rodea, y comprende los principios de lo
superior, intermedio e inferior, debe entonces pararse a contemplar lo que
significa la riqueza en su vida.
Básicamente, practicar la riqueza en la vida es aprender
a proyectar a nuestro alrededor la esencia de nuestro corazón, manifestando la
bondad en nuestro mundo. Y el guerrero manifiesta su bondad en todo lo que
hace, en cómo se viste, en cómo habla, en cómo organiza su casa y su vida, en
todos los aspectos de su mundo. Y puede incluso ir más allá, a una riqueza
mayor, cultivando las siete riquezas supremas.

La segunda riqueza es el consejero, ese amigo que nos da
consejos sin tener otro objetivo que ayudarnos sinceramente, que es abierto y
desinteresado.

La cuarta riqueza es el caballo, que representa el esfuerzo
y el trabajo perseverante. Quiere decir que no nos rendimos ni abandonamos, que
no perdemos el tiempo en trivialidades, sino que seguimos siempre adelante en
nuestro camino, trabajando con cada situación que se nos presenta en la vida.



Aplicando estos siete principios podemos dirigir
adecuadamente nuestra vida. Tenemos a nuestra pareja que nos ayuda a vivir con
sensatez y a los amigos consejeros y protectores que nos demuestran su cariño.
El caballo, que representa el esfuerzo y el trabajo empleado en nuestro viaje.
No nos rendimos a pesar de los problemas que encontramos a nuestro paso, y
seguimos adelante con energía. Pero, aunque seguimos avanzando, lo hacemos con
los pies en la tierra, con la firmeza y estabilidad del elefante. Pero no nos
guardamos nuestras riquezas, sino que las compartimos con el mundo que nos
rodea siendo generosos con los demás, como la joya que brilla en todas
direcciones. Así dirigimos nuestra vida, engranando todas estas riquezas para
que colaboren entre sí iluminando nuestro hogar con sabiduría y bondad.
Al hacer todo esto,
sentimos que nuestra vida se desenvuelve plenamente con el rumbo adecuado.
Sentimos la riqueza de la honestidad y la sencillez, de la afabilidad y la
apertura, como si toda nuestra vida estuviera constantemente floreciendo. Con
todos nuestros actos nos abrimos a las riquezas y la sabiduría del mundo del
guerrero. Hay armonía en nuestra vida y sentimos plenitud y riqueza en nuestro
corazón, aunque no tengamos dinero,
seguimos siendo ricos por el hecho de estar vivos y abiertos a la experiencia
de cada momento.
Para mejorar el mundo debemos empezar
poniendo orden en nuestro propio hogar, en nuestra propia vida.
Curiosamente, muchas personas quieren mejorar el mundo, pero no están
dispuestas a ordenar su vida. Si no aprendemos primero a dirigir nuestra vida
con sabiduría y compasión, no podemos esperar ser capaces de mejorar el mundo.
Si empezamos por nosotros mismos, de forma natural estaremos mejorando nuestro
mundo y afectando a los que nos rodean. Pero, si no ordenamos primero nuestra vida, lo único que podremos ofrecer al
mundo es más caos y confusión.
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