Cuando finalmente nos enfrentamos al
miedo y la alegría, al nacimiento y la muerte, a la ganancia y la pérdida, con
una mente y un corazón abiertos, surge una hermosa y profunda ecuanimidad.
El territorio
de la práctica espiritual es tan vasto como el universo y la conciencia. Hay
momentos en la vida espiritual en los que pasamos por fenómenos energéticos y
emocionales que nos hacen experimentar una apertura de conciencia de
dimensiones extraordinarias. Nuestra conciencia ordinaria no es más que una
forma de conciencia. A nuestro alrededor hay infinitos mundos, separados
únicamente por finos velos.
En ciertas
tradiciones antiguas, estos mundos se describen como diferentes niveles de
despertar o “samadhi”. En otras
tradiciones místicas, hay textos que describen los estados de conciencia
provocados por la oración, la entrega, la concentración, y el silencio. Podemos
encontrar en esas tradiciones cientos de técnicas para abrir la conciencia,
entre ellas la concentración en la respiración y en el cuerpo, las
visualizaciones y sonidos, la repetición de mantras, y el uso de “koanes”, cuestiones imposibles de
resolver que se repiten hasta que la mente pensante se detiene y aparecen los
reinos de lo desconocido y el silencio.
Hay ocasiones en que
estos reinos de conciencia pueden abrirse espontáneamente, o puede ocurrir en
circunstancias de gran presión como en experiencias cercanas a la muerte. Estas
aperturas pueden ser estimuladas por lugares sagrados de poder, por la
presencia de poderosos maestros, por sustancias psicodélicas, o por medio de
una práctica espiritual sistemática como manteniendo una estricta disciplina
espiritual, orando o meditando durante periodos muy prolongados, o en
circunstancias prolongadas de profundo silencio. Cuando nuestro compromiso con esas formas de práctica se hace tan
profundo que todo nuestro ser está completamente entregado a la práctica, la
mente y el cuerpo se pueden abrir a dimensiones de la vida desconocidas hasta
entonces, podemos encontrar un campo de luminosa conciencia más allá de lo
bueno y lo malo.
Maestros e
instrucciones que guardan el conocimiento de muchos otros que han hecho ese
viaje antes que nosotros pueden sernos útiles para navegar por esos reinos. Antiguas
enseñanzas guerreras dividen esos reinos místicos en dos grandes áreas: los
que se alcanzan al expandir el yo y los que se alcanzan al disolver el yo.
EXPANDIR EL YO

Más allá de
esos estados, las enseñanzas describen otro conjunto de reinos místicos
denominados los Reinos de la Disolución
del Yo. Este grupo de reinos surgen cuando dirigimos nuestra conciencia
más y más profundamente hacia la esencia de nuestro ser, disolviéndose
gradualmente toda identidad y sentido de un yo individual a través del proceso
de la muerte y el renacer. En estos reinos, la meditación se enfoca en
desenmarañar todo el misterioso proceso por el que la conciencia crea una identidad
separada, para alcanzar la libertad de la ausencia de un yo.
Al estudiar este tipo
de enseñanzas, hay que mantener en mente que las instrucciones que aparecen en
ellas pueden ser al mismo tiempo útiles y limitadoras. Según la forma de
práctica utilizada y dependiendo de cada persona, la meditación puede progresar
de forma muy diferente. Hay muchas otras enseñanzas místicas que describen el
proceso de despertar con palabras e imágenes muy diferentes, aunque todas ellas
tengan elementos en común. Así que, cuando leamos o estudiemos enseñanzas de
cualquier tipo, siempre debemos hacerlo con cierta precaución, tomándolas como
ejemplos de promesas y peligros que podemos encontrar en nuestro camino
espiritual.
ENTRAR EN LA CONCIENCIA EXPANDIDA
Para entrar,
tanto en los Reinos de Absorción como en los Reinos de Disolución, necesitamos
estabilizar la mente y el corazón. El primer nivel de potente presencia y
quietud que aparece en la oración o en meditación es lo que podríamos llamar la
“concentración de entrada”. Cuando alcanzamos ese estado de concentración,
nuestra práctica se mantiene durante cierto tiempo enfocada y estable, sin ser
perturbada por obstáculos internos o cuestiones de nuestra vida cotidiana. En
la concentración de entrada estamos atentos y nos fundimos con nuestra
meditación, de esta manera hay un poderoso cambio de conciencia, y comienzan a
fluir en nuestra práctica la claridad, la calma, y la concentración.

En un
principio, cuando alcanzamos la concentración de entrada podemos sentirnos
inestables. Podemos sentirnos muy enfocados, pero aún inestables y distraídos
por cosas de fondo. A través de la repetición continua, y con paciencia,
conseguiremos más equilibrio en este estado. Al entregarnos repetidamente a
esta experiencia, podemos aprender cómo alimentar y mantener un nivel enfocado
de atención concentrada.
En la
concentración de entrada desarrollamos la suficiente estabilidad de mente y
corazón para poder entrar en los estados superiores de meditación. Desde ese
estado de concentración de entrada podemos expandir el yo, nivel por nivel,
refinando la conciencia hasta alcanzar los ocho niveles de absorción,
unificándonos con estados extraordinarios de luminosa conciencia.
A partir de
ese estado de concentración de entrada podemos también acceder a una dimensión
totalmente diferente de conciencia, los Reinos de Disolución del Yo. Aquí no
expandimos y refinamos el yo, sino que miramos muy profundamente en la
naturaleza del yo y de la conciencia, hasta que incluso el más refinado y
elevado sentido del yo y de separación es disuelto.
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