¿DEBEMOS MEJORAR EL YO?


Aunque nos puede parecer algo bueno, deberíamos resistirnos a las interminables demandas del ego para superarse.
El ego es la única aflicción que todos tenemos en común. Debido a nuestros comprensibles esfuerzos para ser más grandes, mejores, más inteligentes, más fuertes, más ricos o más atractivos, nos vemos amenazados por una persistente sensación de cansancio y duda. Nuestros esfuerzos por lograr la mejora personal nos orientan en una dirección insostenible, ya que nunca vamos a estar seguros de haber logrado lo suficiente. Queremos que nuestras vidas sean mejores, pero estamos paralizados por nuestro enfoque.

La decepción es la consecuencia inevitable de la ambición sin fin, y la amargura es el resultado habitual cuando las cosas no funcionan. Los sueños son un buen ejemplo de esto. En ellos nos vemos en situaciones en las que nos sentimos atrapados, expuestos, avergonzados o humillados, sentimientos que hacemos todo lo posible por mantenerlos a raya durante nuestras horas de vigilia.
Sin embargo, nuestros sueños perturbadores están tratando de decirnos algo. El ego no es un espectador inocente. Si bien afirma buscar lo mejor para nosotros, en su incesante búsqueda de atención y poder, socava los objetivos que se propone alcanzar. El ego necesita nuestra ayuda. Si queremos una existencia más satisfactoria, tenemos que enseñarle a aflojar su agarre.
Hay muchas cosas en la vida con las que no podemos hacer nada: las circunstancias de nuestra infancia; eventos naturales en el mundo exterior; el caos, las catástrofes, las enfermedades, los accidentes, las pérdidas y los abusos, pero hay una cosa que  podemos cambiar: La manera en que interactuamos con nuestro propio ego depende de nosotros.
Pero en la vida no tenemos mucha ayuda con esto. Nadie nos enseña realmente cómo estar con nosotros mismos de una manera constructiva. En nuestra cultura se estimula mucho el desarrollar un sentido más fuerte del yo. La mayoría de las personas coinciden en intentar mejorar el amor propio, la autoestima, la confianza en uno mismo y la capacidad de satisfacer sus necesidades de manera agresiva. Sin embargo, por importantes que sean estos logros, no son suficientes para garantizar el bienestar. Las personas con un fuerte sentido del yo siguen sufriendo. Puede parecer que lo tienen todo, pero no pueden relajarse sin beber o tomar drogas. No pueden relajarse, dar afecto, improvisar, crear o simpatizar con los demás si solo se enfocan en ellos mismos. Ocuparse principalmente en mejorar el ego deja a la persona atascada en su viaje. Los eventos más importantes en nuestras vidas, desde enamorarse a dar a luz o enfrentarnos con la muerte, todos ellos requieren que el ego se suelte.
Pero soltar no es algo que el ego sepa hacer. No hay ninguna razón para que el ignorante ego domine nuestras vidas, no hay razón para que una permanente agenda egoísta domine nuestro día a día. El mismo ego, cuyos temores y apegos nos impulsan, también es capaz de un desarrollo profundo y de gran alcance. Tenemos la capacidad, como individuos conscientes y autorreflexivos, para responder al ego. En lugar de centrarnos únicamente en el éxito en el mundo externo, podemos dirigirnos al mundo interno. Se puede ganar mucha autoestima aprendiendo cómo y cuándo rendirse.
Mientras que nuestra cultura generalmente no apoya la reducción consciente del ego, hay entre nosotros defensores silenciosos de ello. Tradiciones guerreras, psicología oriental y psicoterapia occidental nos señalan que la esperanza está realmente en un ego más flexible, uno que no impulse continuamente al individuo a competir con todos los demás en un intento inútil de obtener una seguridad total.
Estas diversas tradiciones se desarrollaron en tiempos y lugares completamente diferentes y, hasta hace relativamente poco, no tenían nada que ver entre sí. Pero los creadores de cada tradición, tanto los maestros guerreros de oriente que renunciaron a la comodidad buscando la liberación de la vejez, la enfermedad y la muerte, como Sigmund Freud, el médico vienés cuya interpretación de sus propios sueños lo colocó en un camino para iluminar las corrientes oscuras de la psique humana, todos ellos identificaron al ego sin límites como el factor limitante de nuestro bienestar. Tan diferentes como son estas tradiciones, llegaron a una conclusión prácticamente idéntica: Cuando dejamos que el ego tenga rienda suelta, sufrimos. Pero cuando aprende a dejarnos ir, somos libres.
Ni las tradiciones guerreras ni la psicoterapia buscan erradicar el ego. Hacerlo nos dejaría indefensos o psicóticos. Necesitamos nuestros egos para navegar por el mundo, para regular nuestros instintos, para ejercer nuestra función ejecutiva y para mediar en las demandas conflictivas entre el yo y el otro.
Las prácticas terapéuticas, tanto guerreras como de la psicoterapia, se utilizan a menudo para construir el ego de esta manera. Por ejemplo, cuando alguien está deprimido o sufre de baja autoestima porque ha sido maltratado, la terapia debe centrarse en reparar un ego golpeado. De manera similar, muchas personas han abrazado las prácticas orientales de meditación para ayudar a desarrollar su autoestima. El enfoque y la concentración disminuyen el estrés y la ansiedad, y ayudan a las personas a adaptarse a los entornos domésticos y laborales difíciles. La meditación ha encontrado un lugar en los hospitales, en los negocios, en las fuerzas armadas y en los estadios deportivos, y gran parte de su beneficio radica en la fuerza que nos confiere el ego al dar a las personas más control sobre sus mentes y cuerpos. No se deben subestimar los aspectos de estos dos enfoques que mejoran el ego, pero el hecho de simplemente mejorar el ego no nos llevará muy lejos.
Estas tradiciones buscan potenciar la observación del "yo" en lugar de potenciar el "yo" de una manera desenfrenada. Su objetivo es reequilibrar el ego, disminuyendo el egocentrismo al fomentar la autorreflexión. Lo hacen de diferentes maneras y con visiones diferentes, aunque relacionadas entre sí.
Para Freud, la libre asociación y el análisis de los sueños fueron los métodos principales. Al hacer que sus pacientes se tumbaran y miraran hacia el espacio mientras decían lo que se les ocurría, cambió el equilibrio habitual del ego hacia lo subjetivo. Aunque ya son pocas las personas que se tumban en un diván, este tipo de autorreflexión sigue siendo uno de los aspectos más terapéuticos de la psicoterapia. Las personas aprenden a crear espacio para ellas mismas, a encontrarse con experiencias emocionales incómodas, de una manera más receptiva. Aprenden a dar sentido a sus conflictos internos y motivaciones inconscientes, y a relajarse frente a la tensión del perfeccionismo del ego.
Las tradiciones guerreras aconsejan algo similar. Aunque su premisa central es que el sufrimiento es un aspecto ineludible de la vida, en realidad son tradiciones alegres. Sus meditaciones están diseñadas para enseñar a las personas a observar sus propias mentes sin creer necesariamente todo lo que aparece en ellas.
La atención plena, la capacidad de estar con lo que sea que esté sucediendo en cada momento, nos ayuda a no ser víctimas de los impulsos más egoístas. Los meditadores están entrenados para no rechazar lo desagradable ni aferrarse a lo agradable, sino para dejar espacio para todo lo que surja. Las reacciones impulsivas, según las cosas nos agraden o disgusten, reciben la misma atención que todo lo demás, para que aprendamos a vivir más a menudo con una actitud de observación, tal como se hace en las formas de terapia clásica. Esta conciencia de observación es una parte impersonal del ego, no condicionada por las necesidades y expectativas habituales de uno. La atención plena se aleja del insistente egoísmo del ego inmaduro, y en el proceso aumenta la aceptación y el equilibrio de uno mismo ante el cambio incesante.
Aunque los enfoques son muy similares, las principales áreas de preocupación son diferentes. Para Freud, el ego solo podía evolucionar renunciando a sus ambiciones de dominio. El ego que él alentaba era humilde, de mayor alcance, pero consciente de sus propias limitaciones, no impulsado tanto por los anhelos instintivos, sino capaz de usar sus energías de manera creativa y en beneficio de los demás.
Mientras mantienen una confianza similar en la autoobservación, las enseñanzas guerreras tienen un enfoque diferente. Buscan darles a las personas la oportunidad de saborear la conciencia pura. Sus prácticas de meditación, como las de la terapia, se basan en la división entre sujeto y objeto, pero en lugar de encontrar instintos descubiertos para esclarecer los orígenes de nuestras conductas, las enseñanzas guerreras encuentran la inspiración en el fenómeno de la conciencia misma.
La atención plena es como un espejo que refleja toda la actividad de la mente y el cuerpo. Esta imagen del espejo es fundamental para las enseñanzas guerreras, porque un espejo refleja las cosas sin distorsión. Nuestra conciencia es como ese espejo. Refleja las cosas tal como son. En la vida de la mayoría de las personas, esto se da por sentado, no se presta especial atención a este misterioso suceso. Pero la atención plena toma esta conciencia conocedora como su objeto más convincente. La campana está sonando. La escucho y, además de eso, sé que “yo” la escucho y, cuando estoy atento, incluso puedo saber que sé que la estoy oyendo. Pero de vez en cuando, en meditación profunda, todo esto se derrumba y lo único que queda es un conocimiento semejante a un espejo. No "yo", solo conciencia subjetiva pura. La campana y el sonido, ¡eso es todo!
Es muy difícil hablar de esa experiencia, pero cuando sucede, liberarse de la identidad habitual de uno mismo se convierte en un alivio. El contraste con el estado habitual impulsado por el ego es abrumador, y gran parte de la tradición guerrera está diseñada para ayudar a consolidar esta perspectiva de la "Gran sabiduría semejante a un espejo" con la personalidad del día a día. Así que, la verdadera forma de mejorar el yo, y nuestra vida en general, es enseñarle a soltar sus agarres y encontrar esa experiencia indescriptible de disolvernos en el espacio infinito del momento presente.


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