Cuando
nos desprendemos del apego al “yo”, nos sentimos libres y más felices.
Si observamos atentamente la
esperanza y el miedo, descubriremos que tras ellos se esconde el apego.
Normalmente, pensamos que para superar el apego debemos eliminar de nuestra
vida las cosas a las que nos aferramos: objetos, relaciones y hábitos. Pero el problema
no está en los objetos ni las relaciones, el problema está realmente en nuestra
forma de ver la vida, en que queremos que las cosas sean de una manera
determinada y hacemos todo lo posible para intentar que sean así, aunque
tengamos que forzar las situaciones o movernos por la vida a empujones.
Pero el guerrero sabe que no
debe luchar para conseguir nada, que aferrarnos a las cosas genera karma, y que
es precisamente esa ansia por conseguir algo lo que hace que sigamos dando
vueltas en un mundo lleno de sufrimiento.
Es la sabiduría la que nos muestra que nuestro aferramiento
genera karma, genera consecuencias, y para cultivar esta sabiduría debemos
observar y reflexionar constantemente. Esta sabiduría tiene tres aspectos:
escuchar la verdad, contemplar la verdad, y meditar para familiarizarnos con la
propia experiencia de la verdad.

Pero ¿Cómo podemos aprender a desprendernos? La meditación es
la respuesta, porque cuando meditamos nos habituamos a soltar, observando los pensamientos
cuando aparecen y dejándolos ir sin apegarnos a ellos. Es como si en la
meditación estuviéramos preparando nuestras alas para poder volar en cualquier
momento, para poder soltar el lastre que nos mantiene en la tierra y volar
libres. La flexibilidad del guerrero es a la vez la causa y el resultado de
desprenderse, de soltar.
La práctica de soltar que cultivamos durante la meditación
sentada la podemos llevar a nuestra vida diaria, recordando que soltar siempre
es una posibilidad que tenemos a nuestra disposición y que, si nos desprendemos
de la carga a la que nos aferramos, podremos volar libres por la vida en lugar
de sentirnos atrapados en ella.
Con sabiduría, si
observamos nuestra experiencia, comprenderemos que el apego nunca nos va a
llevar a una felicidad auténtica y duradera. Podemos aferrarnos a una persona
al enamorarnos, o incluso porque necesitamos a alguien a quien echarle la culpa
de nuestro malestar o enfado. Pero nos movemos por reacciones instintivas, y es
muy posible que ni siquiera estemos enfadados con una persona en concreto, tal
vez simplemente nos enfadamos porque las cosas no están saliendo como nos
gustaría, y tenemos que aferrarnos a algún culpable. Por eso, la virtud del guerrero desmesurado, que va
más allá de los límites, es saber desprenderse de toda carga que le impida
volar libre por el espacio.
Soltar el aferramiento es sobre todo generosidad, porque nos
conecta con nuestra compasión y sabiduría. Ese soltar puede manifestarse
simplemente callando en lugar de reprochar o gritar a alguien, o dejando de ver
la televisión para sentarnos a meditar, o madrugando un poco más para
contemplar el amor y la compasión, en lugar de quedarnos en la cama.
Desprenderse es pensar en el bienestar de los demás antes que
en el de uno mismo.
Puede ser simplemente prepararle un café a alguien, o decir “te quiero” o “lo
siento”, aunque no estés seguro de que te corresponda o de que hayas hecho algo
mal. En ocasiones desprenderse es no expresar lo que sientes, si sabes que
solamente va a generar preocupación o malestar a otras personas sin mejorar en
nada la situación.
Muchas veces nos cuesta soltar por la dinámica competitiva de
la sociedad moderna. Es precisamente la rivalidad con los demás lo que nos
impide lograr lo que queremos, porque caemos en la trampa de buscar nuestro
beneficio a costa del de los demás. Pero no nos sentimos mejor al sabotear a
otras personas, porque manipular las situaciones para nuestro beneficio, esperando
el fracaso de los demás, es cobarde y nada desmesurado, no es digno de un
guerrero. El verdadero éxito surge del equilibrio y la relajación interior,
no de intentar superar a otros desesperadamente.
Ese equilibrio interno que nos conduce al éxito sin esfuerzo
es el caballo de viento, la energía interna que aparece al sincronizar cuerpo y
mente y desprendernos de la carga del “yo” que se interpone en nuestro camino.
¿Y qué pasa cuando soltamos y nos desprendemos de lo que
aferrábamos? Nos encontramos con el espacio, con una inmensa apertura, con un
estado en el que el “yo” se disuelve, con el vacío. Pero no con un vacío
absoluto en el que lo hemos perdido todo. Es un vacío porque nos hemos
desprendido de las ideas y conceptos de cómo deben de ser las cosas. Es un
espacio vacío de prejuicios e ideas preconcebidas, pero lleno de libertad y
amor, lleno de vida. Es ese espacio esencial que existe en lo profundo de
nuestro corazón, lleno de luz y amor, que nos da libertad para volar sin
límites.
Cuando nos desprendemos verdaderamente de nuestros apegos,
nos damos cuenta que la mayoría de nuestras experiencias se basan en ideas
preconcebidas, y que, cuando vaciamos nuestra mente de esas ideas sobre cómo es
el mundo, somos capaces de volar en un espacio inmenso y sin límites, porque
nos hemos desprendido del lastre del apego y del “yo”.
Al continuar
soltando, la sabiduría nos mostrará en algún momento que nunca hubo nada a lo
que aferrarse. La vida, en su esencia,
es sabiduría luminosa y amor radiante, un inmenso espacio, vacío de ideas de
poseer o de intentar ser algo diferente a lo que ya se es. La sabiduría nos
impulsa a superar los miedos porque nos permite ver claramente de dónde surge
nuestro sufrimiento. Así surge la paciencia y no dependemos más de que las
cosas se desarrollen como nos gustaría. Libres de la carga del “yo”, somos más
felices y nos sentimos libres e inspirados a ayudar a los demás. Igual que
cuando decimos la verdad, nos encontramos con una mente clara y con
inspiración, y un cuerpo lleno de energía y confianza en sus capacidades. En
ese momento podemos lanzarnos al espacio para surcar el cielo volando,
cabalgando el caballo de viento en lugar de estar atrapados por el apego.
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