¿Cómo podemos desarrollar una conciencia abierta, con atención y
sabiduría?
La
meditación cobra vida al crecer la capacidad de liberarnos de nuestro habitual
enredo en historias, planes, conflictos y preocupaciones que dan forma a ese
pequeño sentido del yo, y descansamos en un estado de conciencia abierta. En la
meditación hacemos esto simplemente reconociendo las cambiantes condiciones
momento a momento, el placer y el dolor, la alabanza y el reproche, y toda la retahíla de ideas y expectativas que van surgiendo en nuestra mente. Sin
identificarnos con todo ello, podemos descansar en la conciencia misma, más
allá de las condiciones, y experimentar nuestra ligereza natural de corazón.
Desarrollar esta capacidad de descansar en la conciencia alimenta el estado de
calma mental, que estabiliza y aclara la mente, y la sabiduría, que ve las
cosas tal y como son.
Desde esta base de
aceptación podemos aprender a usar el poder transformador de la atención de una
manera flexible. Esa atención despierta, mindfulness, puede funcionar como una
lente de aumento. A menudo es mucho más útil afianzar nuestra práctica con una
atención muy cercana. Prestamos una cuidadosa atención y nos enfocamos de forma
muy precisa en nuestra respiración o en una sensación, o en el movimiento de
las sensaciones o pensamientos. Con el tiempo podemos quedarnos tan absorbidos
que el sujeto y el objeto desaparecen. Nos convertimos en la respiración, nos
convertimos en el cosquilleo de nuestro pie, nos convertimos en la tristeza o
alegría. De esta manera nos sentimos nacer y morir con cada respiración, con
cada experiencia. La implicación en nuestro sentido ordinario del yo se
disuelve, nuestros problemas y miedos se van. Toda nuestra experiencia del
mundo se muestra como transitoria, inasible, y carente de un yo. Ha nacido la
sabiduría.

Aunque hay momentos en el
que este nivel intermedio de atención no es lo que mejor nos sirve para nuestra
práctica. Podemos encontrarnos atrapados en el agarre de algún patrón de
pensamiento o situación dolorosa repetitiva, o perdidos en un gran sufrimiento
físico o emocional. Tal vez haya caos y ruido a nuestro alrededor. Nos sentamos
a meditar y nuestro corazón está tenso, nuestro cuerpo y nuestra mente no están
relajados ni suaves, e incluso ser testigos puede parecer aburrido, forzado, o
demasiado cansado.

Desde esta amplia
perspectiva, cuando meditamos sentados o caminando, abrimos nuestra atención
como el espacio, dejando que surjan las experiencias sin ningún límite, sin
dentro y fuera. En lugar de la orientación habitual donde la mente se siente
dentro de nuestra cabeza, podemos soltar y experimentar la conciencia de la
mente como algo abierto, ilimitado y vasto. Dejamos que la conciencia se
experimente sin estar enredada en ninguna condición en particular de visión,
sonido y sentimientos, sino una conciencia independiente de las cambiantes
condiciones, una conciencia sin condicionar. Permanecemos en la misma
conciencia pura, atemporal y no nacida. Para el meditador, esto no es un ideal
o una experiencia distante. Siempre es inmediata, siempre presente y
liberadora, se convierte en el lugar de descanso del corazón despierto.
Completamente absorbida,
gentilmente atestiguando, o abierta y espaciosa ¿cuál de estas lentes es la
mejor manera de practicar la conciencia? ¿hay una forma óptima de prestar
atención? La respuesta es “todas ellas”. La conciencia es infinitamente
maleable, y es importante no quedarnos fijos en ninguna forma como si fuera la
mejor. Hay algunas tradiciones que enseñan erróneamente que perder el sentido
del yo y disolverse en la respiración o quedarse absorbido en una experiencia
es la forma óptima de atención. Otras tradiciones creen erróneamente que
permanecer en el ángulo más amplio, la conciencia abierta del espacio, es la
enseñanza más elevada. Aún otras dicen que la base intermedia, una conciencia ordinaria
libre y relajada de todo lo que surja aquí y ahora, “nada especial”, es la más
alta realización. Pero la auténtica naturaleza de la conciencia no puede
limitarse. La conciencia en sí misma es tanto grande como pequeña, particular y
universal. En diferentes momentos de nuestra práctica necesitaremos adoptar
todas estas perspectivas.
Cuanto más experimentemos
el poder de esa atención despierta, más confiaremos en que la base de la
conciencia crecerá por sí misma. Aprenderemos a relajarnos y a soltar. En cada
momento en que nos quedemos atrapados, aparecerá la conciencia, una presencia
sin juzgar ni resistir. Cercana o vasta, cerca o lejos, la conciencia iluminará
la naturaleza inasible del universo. Devolverá al corazón y la mente lo que les
pertenece, esa libertad y luminosidad natural.
“Recuerda el puro cielo abierto de tu propia
naturaleza. Vuelve a él. Y que por la bendición de tu corazón pueda el mundo
encontrar la paz”
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