LA ACTITUD DEL GUERRERO


Todos tenemos una actitud, nuestra propia forma de encarar la vida, pero también podemos empezar a enfocar la vida con una actitud de guerrero practicando la generosidad y el aprecio.

Tradicionalmente, la puerta al camino del guerrero es la práctica de la generosidad. ¿Por qué? El camino del guerrero es radical, implica un cambio fundamental en la manera en que encaramos la vida. Comienza con un serio examen de nuestras actitudes, de dónde vienen, y cómo condicionan la manera en que vemos las cosas, pensamos, sentimos y actuamos.

Pero, ¿qué es la actitud? La actitud es el clima de nuestras vidas. Cada uno tiene algún tipo de actitud o conjunto de actitudes. Probablemente nunca hemos pensado sobre ellas, nunca las hemos examinado, y tampoco tenemos mucha experiencia teniendo alguna actitud en particular. Un pez no sabe lo que es el agua porque todo lo ve y lo experimenta en ese medio que es el agua. Igual que un pez en el agua, nosotros nadamos sumergidos en nuestras actitudes.

O tal vez la actitud es el carácter: Somos este o ese tipo de persona. Somos amables, generosos, animados, tranquilos, temerosos, gruñones, tacaños, agradables, no tan agradables, relajados, o ansiosos. Pensamos que la vida es buena, que la gente es buena. O pensamos que la vida es una lucha y que no podemos confiar en la gente. Y así sucesivamente. Aunque no las hayamos examinado mucho, todos nosotros tenemos actitudes bastante consistentes que condicionan nuestras vidas. Nuestras actitudes pueden ser contradictorias y confusas, pero no nos damos cuenta. Pocos de nosotros tenemos el tiempo o la capacidad para una profunda autorreflexión, e incluso si la hacemos, cuanto más miramos, más confusos nos sentimos. Es difícil vernos a nosotros mismos con claridad porque nuestras actitudes distorsionan la imagen.

La palabra actitud significa literalmente “postura”. La manera en que colocas tu cuerpo, tu postura, la forma en que caminas por tu vida. Adquirimos nuestras actitudes de nuestros padres, comunidades, culturas, de nuestras experiencias, traumas, y triunfos. Damos por hecho que nuestras actitudes reflejan la realidad, y que son inamovibles e inalterables.

Pero las actitudes no son inamovibles. Ni el mundo en el que vivimos. Ni tampoco lo somos nosotros. En el camino del guerrero no damos por hecho que nada sea inamovible y sólido. Y tampoco damos por hecho que nuestra imagen del mundo sea la manera en que el mundo tiene que ser. Aquí es donde entra en juego la imaginación. La imaginación es una brisa cálida que relaja lo que parece rígido y frío. Los guerreros tienen imaginación.

Los guerreros asumen que cualquier cosa puede ser fluida y cálida, y puede cuestionarse y revisarse. Los guerreros ven que todo es provisional y abierto. Inspirados por su imaginación, los guerreros saben que siempre hay posibilidades.

La práctica de la generosidad confronta y suaviza nuestras actitudes básicas. Practicarla es apreciar la abundancia natural de ser, la inherente generosidad del tiempo y el espacio, y el continuo despliegue de la vida. Estos son unos regalos excelentes. La vida misma es generosa, porque siempre está generando más vida. La vida es abundante y expansiva, nunca es tacaña o mezquina. Nunca se detiene, bullendo y expandiéndose siempre que tenga oportunidad.

No es necesario crear la vida, simplemente tienes que dejar que entre. Las hierbas en el campo están listas para crecer verdes en cuanto cae un poco de lluvia y les llegan unos rayos de sol. Malezas y enredaderas se extienden por todas partes. La vida que se para en un lugar aparece en algún otro. La naturaleza es fértil. Incluso las cosas que se derrumban son generosas: los grandes árboles que se vienen abajo por los fuertes vientos sirven de comida a los insectos, bacterias, hongos, y a otros árboles y plantas.

Es triste ver cómo tantas especies están desapareciendo en la actualidad. Es más que triste. Pero las especies siempre han desaparecido, y siempre han aparecido nuevas especies. Cuando decimos que estamos destruyendo o protegiendo la tierra, estamos expresando nuestra consternación y amor, pero también estamos siendo un poco arrogantes: la tierra es como es, y la vida sobre la tierra continuará de alguna manera sin importar lo que hagamos, porque la vida es generosa y fértil y no se la puede parar. Mientras brille el sol, la vida continuará de alguna forma.

Es cierto que la actividad humana está echando a perder la vida tal como la hemos conocido, y eso es terrible. Por supuesto que debemos corregir eso. Pero no somos lo suficientemente listos o destructivos para matar la vida completamente. La vida es demasiado generosa y resistente para que eso suceda. Y nosotros no existimos en ninguna categoría especial fuera de la vida. Somos vida igual que cualquier otra cosa, y la vida continuará, aunque no lo hagamos nosotros.

La práctica de la generosidad causará con el tiempo un cambio básico de actitud hacia el reconocimiento de que somos criaturas vivas que compartimos la gran abundancia, libertad y energía de la vida. Así que siempre tendremos posibilidades. Siempre encontraremos una forma, sin importar cuál o cómo sea, de seguir adelante con nuestra vida. Lo único que tenemos que descubrir es cómo dejar de interponernos en nuestro propio camino. Aquí es donde ayuda la práctica intencionada de la generosidad.

Si nos preguntamos por qué la práctica de la generosidad es la puerta al camino del guerrero, la respuesta es que practicar el dar es practicar el soltar. ¿Y qué soltamos? Soltamos la estrechez de miras. Soltamos la idea de que las cosas son pequeñas y se pueden aferrar y poseer.

El espíritu de la generosidad es abierto y amplio. Son nuestros pensamientos malhumorados, nuestras mentes egoístas, nuestros deseos de juzgar, evaluar, separar, y definir –aferrándonos a las migajas—lo que nos impide abrirnos a la abundancia que hay dentro de nosotros, como seres vivos que somos. ¿Por qué no podemos ser tan generosos como los árboles?

CÓMO ABRIRNOS

¿Pero qué podemos hacer para abrir y superar nuestras actitudes egoístas sobre la realidad?

Primero, prestarles mucha atención a nuestros pensamientos y puntos de vista, que son expresiones de nuestras actitudes. Si como seres vivos hemos heredado un espíritu generoso ¿qué lo bloquea? Tenemos que investigar esto. Tenemos que convertirnos en estudiantes diligentes de nuestras propias mentes, aunque a menudo sean complicadas y desagradables.

Estudiamos nuestras mentes dándonos cuenta de cuándo nos sentimos contraídos, pequeños, asustados, o mezquinos. De cuándo estamos viendo el vaso medio vacío en lugar de medio lleno, o tensándonos con sentimientos defensivos para protegernos. Aprendemos a identificar estos sentimientos en nuestro cuerpo y nuestra mente, dándonos cuenta de la tensión en el pecho y la respiración, la contractura de nuestros hombros y rostro, las viejas y conocidas paranoias y cadenas de pensamientos de pánico.

Intentándolo una y otra vez con mucha paciencia, finalmente aprendemos a darnos cuenta de estas cosas antes de que nos atropellen y nos arrastren. Aprendemos a pillarnos en plena corriente de pensamientos y a, simple y literalmente, parar. Si estamos caminando, dejamos de caminar. Si estamos sentados, nos levantamos. Respiramos conscientemente una o dos veces y nos preguntamos: “¿Esto es realmente cierto? ¿realmente me están atacando? ¿aún le tengo que dar más vueltas a esto?” Y también podemos preguntarnos: “¿cuáles son los efectos de este hábito mental?” Este proceso de preguntarse es una práctica. Seguimos haciéndonos estas preguntas con regularidad. Trabajamos sobre ellas.

Normalmente, cuando nos hacemos estas preguntas, nuestra respuesta es no. Nadie nos está atacando, y no tenemos que darle más vueltas a este asunto. Lo que más nos molesta es probablemente por una cuestión de orgullo y actitud defensiva habitual, más que por una verdadera necesidad. Cuando reflexionamos un poco más, nos damos cuenta de que las consecuencias de esta respuesta habitual no son buenas: nos da como resultado palabras, actos, y sentimientos que nos causan problemas y complicaciones y comprometen nuestra salud, nuestro estado mental, y nuestras relaciones. Si investigamos e intervenimos de esta manera una y otra vez, finalmente veremos nuestra estrechez de miras como lo que es: un infructuoso hábito basado en información errónea, una mala actitud.

Hacer esto habitualmente requiere disciplina mental. Es una especie de yoga emocional. Pero cuando estás motivado y determinado, puedes hacerlo, especialmente si tienes el apoyo de tu práctica de meditación y una comunidad de amigos para ayudarte.

De hecho, la práctica de la meditación es la mejor manera de cultivar la actitud expansiva de generosidad. Es posible, por supuesto, sentarte a meditar cerrado en ti mismo, obsesionado con tus pensamientos, preocupaciones, y la opresión de tu situación. Pero practicar la virtud de la generosidad en la meditación es lo opuesto a eso. Cuando practicas generosidad en tu meditación, te abres, tu miedo y ansiedad decrecen y se disuelven, y tú estás sentado en medio del inmenso regalo de una vida creativa e ilimitada.

Calmarte y prestar atención a tu cuerpo y a tu respiración absorberá la ansiedad que, sin ni siquiera darte cuenta, habitualmente se mueve con libertad por tu mente. Eso te permitirá relajarte en ese espacio de generosidad y soltar. Sentado en medio de ese espacio, puedes decirte a ti mismo: “Esto es la vida: el cuerpo, la respiración, la conciencia. Lo comparto con todos y con todo. Me sostiene y me protege”.

Si sigues sentándote y haciendo esto cada día, poco a poco serás capaz de ver un poco más de luz en tu actitud básica que no estaba allí antes, verás trozos de cielo azul asomándose entre las nubes, verás como encaras tu vida con la actitud del guerrero, con generosidad y aprecio.



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