EL HECHO DE EXISTIR


La mente del guerrero va más allá de los límites porque hace tiempo que dejó de cargar con el peso del “yo”.

En general, en las culturas orientales la gente se alegra de envejecer porque está orgullosa de haber vivido tantos años, pero los occidentales suelen tener otra actitud al respecto. A menudo nos cuesta aceptar los cambios, especialmente si están relacionados con la vejez, la enfermedad o la muerte. La gente se deprime al hacerse mayor porque ve cómo cada vez queda más atrás su juventud.

Pero podemos hacernos mayores y disfrutar de ese proceso en el que vamos creciendo y aprendiendo si contemplamos las verdades del hecho de existir. Cuando contemplamos la realidad surge un gran poder porque liberamos la mente de la esperanza y del miedo. Debemos reconocer que tenemos dos opciones: luchar constantemente contra el cambio y la transitoriedad o aceptarlo y seguir adelante creciendo y aprendiendo.

En realidad, empezamos a envejecer desde que nacemos. Al crecer, sufrimos por la atracción que sentimos por explorar el mundo junto con el miedo que nos provoca lo desconocido. En la adolescencia, a pesar de la mayor inteligencia y escepticismo, sufrimos por la falta de experiencia. Cuando somos adultos sufrimos tensión y dolor a causa del conocimiento y la responsabilidad, así como también por el envejecimiento, la enfermedad y la muerte.

Pero si contemplamos la verdad que conlleva el hecho de existir, si aceptamos la transitoriedad de la vida como una realidad ineludible, podemos atrevernos a vivir sin esperanza ni temor de lo que ocurrirá en el futuro. En esto consiste el aspecto desmesurado del guerrero, no en que haga excentricidades para llamar la atención, sino en que ha abandonado el “yo” como punto de referencia y ha traspasado sus límites. El guerrero tiene una perspectiva abierta y amplia, y una mente fresca y curiosa que va más allá de los conceptos. La mente del guerrero no tiene límites, por eso es desmesurado. Porque sabe que todo lo que encuentra en su vida, incluso la enfermedad, la vejez, y la muerte, se convierten en enseñanzas cuando dejamos de luchar y somos capaces de aceptarlos.

Hoy en día parece que todo el mundo está sufriendo algún tipo de crisis: la de la adolescencia, la de los cuarenta, la de la tercera edad… Los jóvenes se preocupan por su formación para encontrar un trabajo, los que tienen trabajo se preocupan por si lo pierden o por si tendrán suficiente para vivir cuando se jubilen, y los más mayores se preocupan por quedarse solos o ser una carga para sus hijos. Para otras personas su vida es una crisis continua, porque tienen miedo a vivir o siempre piensan que necesitan algo más. En general, nos obsesionamos con lo que sea que nos pase, y nos deprimimos porque no aceptamos nuestro sufrimiento.

Los cambios suelen producir ansiedad, temor, y sufrimiento. Y, aunque ese sufrimiento no es algo particular, exclusivo de nosotros, nos lo tomamos como si fuera algo personal y sólo nos afectara a nosotros. Cuando las cosas no van como quisiéramos pensamos que nos hemos equivocado, y cuando van como queremos creemos haber acertado con nuestras decisiones. Cuando algo nos hace sufrir luchamos para que desaparezca de nuestra vida, y cuando disfrutamos con algo intentamos aferrarnos a ello para que no cambie.

Contemplar la realidad del hecho de existir nos muestra que la vida está continuamente cambiando. Cuando las enseñanzas nos dicen que toda situación es efímera y perecedera, que todo lo que vemos es transitorio, que todo en el mundo nace, enferma, envejece y finalmente muere, pensamos que seguramente es cierto, pero siempre parece que en el fondo no acabamos de creerlo del todo, o de aceptarlo. Pero si pensamos en las inmensas y poderosas civilizaciones de la antigüedad que han desaparecido totalmente de la faz de la tierra, ¿cómo podemos esperar nosotros perdurar más o mantener algo en nuestra vida que no cambie?

Cuando contemplamos las ganancias y pérdidas en nuestra vida, descubrimos que pasamos gran parte de la vida intentando conseguir cosas y el resto de ella viendo cómo se va lo que hemos acumulado. Ponernos a buscar algo nuevo que adquirir nos ayuda a olvidarnos de lo que hemos perdido, al menos durante un rato. Y es precisamente esta cadena de deseos lo que nos mantiene en una rueda de sufrimiento sin fin. Intentamos crear estabilidad sobre la inestabilidad, algo duradero sobre lo que es por naturaleza transitorio y perecedero. Invertimos nuestro tiempo y nuestro esfuerzo en la esperanza y el temor, negando la verdad de la realidad: que todo lo que nos puede ofrecer placer durante cierto tiempo acabará haciéndonos sufrir, y que todo lo que podamos conseguir acabaremos perdiéndolo.

¿Por qué entonces nos esforzamos tanto en conseguir cosas que finalmente perderemos? ¿Es que alguna vez conseguimos alguna cosa que nos hizo feliz para siempre? ¿Existe algo que podamos mantener siempre con nosotros inmutable con el paso del tiempo? También nuestro cuerpo acabará muriendo y disolviéndose en la tierra. ¿Por qué nos dejamos gobernar por las ganancias y pérdidas que son tan solo una ilusión?

Al contemplar la verdad del hecho de existir vamos soltando nuestro apego a la esperanza de conseguir algo y al miedo de perder lo que consigamos, nos ayuda a ver con claridad que la vida es como es, que está cambiando constantemente, y que está bien así. No es el cambio en sí de la vida lo que nos hace sufrir, sino nuestro deseo de que las cosas sean de otra manera.

El aspecto desmesurado de la mente del guerrero desvela que la esperanza y el temor son simples artificios mentales. Son como nubes negras cubriendo aquí y allá el cielo azul, con las que pretendemos cubrir y congelar el espacio infinito para que las cosas sean como nos gustaría que fueran. Y cuando el cambio se hace evidente en ese espacio inmenso lo sentimos como una amenaza para nuestra vida, porque trastorna la imagen que teníamos de nuestro mundo perfecto. Pero es tan absurdo intentar crear un mundo congelado y perdurable según nuestras expectativas que deberíamos, por nuestro bien, cambiar de actitud de una vez.

En lugar de seguir enmarañados con esperanzas, deseos y miedos, podemos levantar el vuelo para observar desde lo más alto los altibajos y cambios de la vida. Allí arriba, volando libres por el inmenso espacio donde todo puede ocurrir, podemos ver con claridad y perspectiva en qué consiste el hecho de existir, porque hemos visto y abandonado la maraña de opiniones y deseos que nos mantenían atados al “yo”. Si seguimos dejándonos gobernar por la esperanza y el miedo de lo que va a ocurrir en el futuro ¿cómo vamos a disfrutar del momento presente?

Al ver con claridad, y aceptar, la transitoriedad de la vida, nos daremos cuenta que por más que intentemos escondernos o protegernos de la realidad eso no hará que cambie o desaparezca. Por más que nos preocupemos de las enfermedades o la muerte, eso no hará que no acabemos sufriéndolas tarde o temprano. Si somos capaces de mirar cara a cara la realidad de nuestra vida, podremos ser más felices y estar más alegres en cualquier situación en la que nos encontremos, sin perder el tiempo preocupándonos vanamente, o compadeciéndonos por nuestra mala suerte.

Si no tenemos miedo a los cambios, podremos actuar con más libertad y sin límites, porque nos liberaremos de esa mente que está obsesionada con su idea particular del mundo, apegada a la esperanza de conseguir lo que desea y temerosa de no conseguir sus expectativas.

El darnos cuenta que no hay nada que podamos poseer realmente excepto nuestra capacidad de darnos cuenta, de ser conscientes de la realidad, nos da la libertad para volar sin límites en ese espacio infinito y desmesurado que es la existencia. Con una mente abierta y conscientes de la realidad, podemos volar por los cambios y altibajos de la vida sin perder el equilibrio, sin hundirnos ni exaltarnos ante los diferentes acontecimientos.

Por supuesto que alcanzar esa actitud desmesurada ante los cambios requiere práctica. Cuando en meditación dejamos ir los pensamientos y los observamos aparecer y desaparecer sin apegarnos a ellos nos estamos acostumbrando a ese vasto espacio que está más allá de los pensamientos y conceptos. Con el tiempo y la práctica, ese espacio se hace tan amplio en nuestra vida que podemos acoger en él cualquier cosa que nos encontremos. Si nos damos cuenta que nos sentimos desilusionados o demasiado eufóricos por algo, podemos simplemente respirar conscientemente, levantar nuestra mirada hacia el cielo, o sencillamente sonreír, para recuperar el equilibrio y seguir volando libremente por la vida, al soltar nuestra idea de cómo deberían ser las cosas.

El guerrero no pretende ignorar la realidad y poner buena cara pase lo que pase, sino que ha aprendido a soltar y a volar en el espacio de la vida tal y como es. La mente no es sólida y la bondad del corazón no la podemos medir. Nos empeñamos en medir y sopesar las cosas por nuestras expectativas, por nuestras esperanzas y miedos. Pero si somos conscientes del cambio que impregna el hecho de existir, podemos ganar y perder en la vida sin exaltación ni depresión, podemos volar libres sin esperanza y sin miedo. De esta manera podemos mantener el buen humor, dejar de intentar imponer nuestra idea de la realidad, y aceptar lo que se nos presenta en cada momento, usando esa experiencia para abrir aún más nuestro corazón y nuestra mente.

No es necesario llenar la vida con una lista interminable de cosas por hacer, podemos sencillamente descubrir y manifestar la sabiduría y la compasión que ya hay en nuestro corazón. Esto es lo que realmente puede ofrecernos satisfacción, porque es la duda la que nos mantiene insatisfechos, la duda sobre la bondad que tenemos en nuestro interior. Al no reconocer el propio brillo de nuestro ser no podemos tampoco ver la esencia de bondad que está en todo lo que nos rodea. Pero, cuando confiamos en nuestra auténtica naturaleza, podemos volar por el cielo de la vida con una mente abierta y sin perder el equilibrio ante los cambios que se puedan dar en nuestro entorno.

El desafío al que se enfrenta el guerrero es no quedar atrapado por la ilusión de la permanencia, si es capaz de superarlo será verdaderamente libre para manifestar sin límites la sabiduría y la compasión que hay en su corazón.



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