La práctica de la atención y la compasión se entrelazan cuando
practicamos con un corazón abierto.
La
verdadera práctica de la atención, o mindfulness,
es un corazón abierto. Aunque los más puristas pueden definir mindfulness como “prestar atención al
momento presente con una actitud abierta y curiosa”, esa definición puede ser
demasiado seria, opaca, y puede estar dejando el corazón fuera de nuestra
práctica, que verdaderamente trata sobre todo del corazón.
Cuando empezamos a practicar mindfulness, podemos apegarnos fácilmente
a los sutiles estados mentales de concentración. Podemos sentir mucha
curiosidad y quedarnos fascinados con nuestra propia mente, pero en el fondo es
muy posible que sintamos la práctica como algo seca, demasiado centrada en la
cabeza. Esa sensación puede impulsarnos a buscar maestros y enseñanzas más
jugosas, pero, al final, nos daremos cuenta que lo que estamos buscando es
amor, y lo estamos buscando en los lugares equivocados, fuera de nosotros en
lugar de buscarlo en nuestro propio interior.
Así,
podemos descubrir finalmente que la misma práctica de la atención, mindfulness, consiste en abrir el
corazón. Empiezas a practicar sobre el cojín, o una silla, y prestas atención a
la experiencia del momento presente, sin importar cómo sea: buena, mala o
desagradable. Según vas practicando con más facilidad—“Ya puedo seguir sentado a pesar del dolor de rodillas, del dolor de
espalda, o de mis nervios crispados”—te das cuenta que la capacidad de
estar presente implica tener un corazón abierto. Y esto no es una teoría, es
una comprensión que surge de la experiencia del cuerpo y el corazón.
¿Por
qué es así? Porque según estás ahí sentado, hora tras hora, aprendes a decir
sí. Sí a tu respiración entrecortada, sí al picor de tu cabeza. Sí al vecino
que limpia el jardín con la sopladora de hojas, sí a tu pena y vergüenza, a tu grandiosidad
y a tu miedo. Y no lo haces porque quieras cambiar esas cosas, sino porque son
reales, y efímeras, y simplemente parte de quien eres. Tu sistema nervioso
comienza a relajarse porque al fin estás reconociendo la realidad que estás
viviendo.

Dices
sí a tu orgullo, a tu estupidez, y a tu rabia asesina. Por supuesto que no te
dejas llevar por esa rabia, pero le permites que exista dentro de ti. Es una práctica
muy inclusiva, no deja nada fuera.
Descubres
que, si estás intentando apartarte de tu experiencia, aunque sea muy
ligeramente, tu atención no es completa, no se ha desarrollado totalmente. Está
teñida por la aversión, aunque sea muy sutilmente. Es posible que a veces no
puedas verdaderamente decir sí, pero entonces puedes decir sí al no: Me irrita mucho no sentirme bien, pero
realmente me siento bien con este no sentirme bien.
Ese decir sí en la práctica de mindfulness finalmente empieza a
impregnar tus experiencias del día a día. Empiezas a decir sí, conscientemente,
una y otra vez: sí cuando alguien te corta el paso cuando conduces, sí cuando tu
email está lleno de spam, sí cuando tu médico te atiendo una hora tarde, sí incluso
cuando pierdes una persona, lugar, o cosa, que atesorabas. Dices sí a tu
experiencia del momento presente, sea la que sea. Ya no rechazas y acorazas tu
corazón. No es que estés necesariamente de acuerdo con el momento, o que no
desearas que fuera diferente, o pensaras que es agradable, o que no intentes reparar
una injusticia, pero dices sí porque cualquier cosa que te trae la vida es
simplemente eso, así es la vida. Y al decir sí, lo sueltas en lo profundo de tu
interior y puedes seguir adelante con aplomo, equilibrio y claridad, hacia lo
siguiente.
Cuando
tu bebé te despierta llorando en mitad de la noche porque quiere comer, es muy
posible que lo primero que digas sea no: “¡Oh
no! otra vez no, no me deja dormir ninguna noche”. En ese momento, mindfulness es una vaga idea en tu mente
agotada por no dormir. Pero tal vez en otras ocasiones, cuando te despierte
llorando simplemente puedas decir sí, sin pensarlo: “Sí cariño, tienes hambre. Sí, estoy contigo. Sí, me has despertado y
así son las cosas”. Tal vez escuches el silencio de la noche, sientas su
cuerpo entre tus brazos y observes como toma su biberón, y suspires diciendo
sí, así es la vida. Entonces puede inundarte una profunda paz.

Te
abres y te abres, prestas atención y prestas atención, una y otra vez, y
entonces, con el paso del tiempo, ese corazón abierto y consciente es cada vez
más simplemente lo que tú eres.
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