Cuando
estamos abiertos ante la vida, podemos disfrutar de lo que encontremos en
nuestro camino.
Un
gran maestro de la antigüedad dijo: “La
incomodidad de pensar en el bienestar de los demás es muy pequeña comparada con
los beneficios que obtenemos al hacerlo”. Simplemente al pensar cómo
podemos ayudar a otros aliviamos nuestras tensiones, abrimos nuestra mente, y
dejamos en ella una impresión que repercutirá muy positivamente en nuestra vida.
La disciplina del guerrero le ayuda a manifestar en el mundo la confianza que
le da la alegría que encuentra en su corazón, y lo hace preguntándose en cada
momento: “¿Cómo puedo ayudar?”
Normalmente,
pasamos la mayor parte del día pensando en nosotros mismos, en cómo podemos
beneficiarnos de cada situación, pero podemos cambiar esa tendencia con
disciplina. Aunque tomemos la decisión de interesarnos a partir de ahora por
los demás, es muy posible que nos olvidemos pronto de esa intención, sobre todo
al principio de intentarlo. Más tarde, con un poco más de práctica, nos podemos
encontrar con la frustración de no saber cómo ayudar realmente a los demás.
Si,
por ejemplo, tenemos una familia, antes de zambullirnos en la infinidad de
actividades cotidianas podemos tomarnos unos minutos por la mañana para
contemplar nuestro compromiso con ella, y dedicarle un pensamiento noble como: “Que mi familia sea feliz. Que ninguno de
ellos sufra”. Primero podemos centrar unos minutos la mente en la
respiración para estabilizarla, y después la dejamos descansar en este
pensamiento durante un rato. Cuando nos demos cuenta que la mente se ha
distraído pensando en otras cosas, volvemos a centrarla en ese pensamiento.

Seguramente
tendremos miles de pensamientos diferentes sobre todas las cosas que pueden
hacer feliz a nuestra familia: buena comida, ropa, amistades, casa, etc. Pero
si nos centramos obsesivamente en esas preocupaciones, nos olvidamos fácilmente
de la razón fundamental por la que queremos cuidar de la familia y acabamos
agobiándonos por todo lo que tenemos que hacer. Es como si estuviéramos tan
centrados en mirar la tierra que nos sustenta y todos los detalles para caminar
sobre ella, las cuestiones prácticas de la vida, que no tuviéramos tiempo para
levantar la mirada y disfrutar del cielo que hay sobre nosotros y que nos
inspira a continuar hacia delante.
La
meditación contemplativa nos ayuda a enfocar nuestra mente y orientarla en la
dirección que deseamos ir al principio del día. Nos recuerda que, sobre todos
los detalles prácticos necesarios para vivir, lo fundamental es que deseamos
que nuestros seres queridos sean felices y estén libres de sufrimiento, en la
medida de lo posible. Eso nos ayuda también a recordar que, bajo las
preocupaciones, planes y pensamientos, tenemos en nuestro interior una joya
capaz de satisfacer todos los deseos, nuestra mente despierta llena de amor,
sabiduría y compasión, que se manifiesta movida por la energía interior, el
caballo de viento, que la hace elevarse sobre las pequeñeces del “yo” para
alcanzar los confines del universo.
Aunque
podemos pensar que no necesitamos contemplar nuestro deseo de que los demás
sean felices porque ya sabemos lo que tenemos que hacer, si no traemos
conscientemente a nuestra mente esa motivación, la mente despierta que hay en
nuestro interior se va volviendo borrosa y va quedando oculta bajo los aspectos
más superficiales de la mente. Acabamos preocupándonos por los pequeños
detalles del día a día y perdemos de vista el motivo principal por el que estamos
juntos, porque tendemos a olvidar lo que no está en un primer plano de nuestra
mente.
Si
sentimos en nuestro corazón la inspiración de ayudar a los demás, podremos
encontrar siempre alguna forma de ayudarles. Gracias a la disciplina, el
guerrero supera las dudas y la pereza, y se ocupa realmente de ayudar a otros.
Tal vez sea simplemente dando ánimo a alguien que está pasando un mal momento,
a pesar de que tal vez no tengamos mucho tiempo o nos sintamos con poca
energía. Sea lo que sea que hagamos para ayudar a otros, la cuestión
fundamental es ofrecer calidez y apertura mientras lo hacemos, disfrutando
simplemente del hecho de poder ayudar a alguien.

Al
principio puede ser difícil abrir nuestro corazón. Puede ser como intentar
labrar un campo que lleva años abandonado y cuya tierra está endurecida y llena
de piedras. Al estar tan habituados a ponernos nosotros en primer lugar, puede
resultar duro y forzado pensar en el bienestar de los demás antes que en el
propio. Pero, si persistimos en nuestra intención, la tierra dura se va
ablandando y nuestro corazón empieza a abrirse, dejando fluir de su interior
bondad, alegría y compasión. Y cuanto más lo practicamos, cuanto más
ayudamos a otros, más ternura y abundancia surge de forma natural de nuestro
corazón.
Podemos
dirigir nuestra vida de una manera diferente si nos enfocamos en ayudar a
otros. Pero no para volver inmediatamente después a ocuparnos de nosotros
mismos o para sentirnos orgullosos de todo lo que hacemos por los demás, porque
de esa manera estaríamos reforzando nuestro ego al sentirnos mejores personas
por ser tan generosos. Si ayudamos a otros simplemente por lástima o por
sentirnos obligados a ello, y no movidos por un verdadero cariño y
preocupación, no encontraremos alegría en lo que hacemos y acabaremos
sintiéndonos cansados, porque estaremos realmente pensando en nosotros mismos y
no en el bienestar de otros.
Cuando
nos ocupamos de los demás estamos también ayudándonos a nosotros mismos, porque
al ayudar a otros nos sentimos más felices. Realmente estamos ayudándonos
también a nosotros al ocuparnos de los demás, porque estamos dejando de
enfocarnos y de fortalecer esa tendencia egocéntrica de cuidar antes que nada
de nuestro “yo”.
Aunque
al principio no estemos muy convencidos de que valga la pena ayudar a los
demás, y sigamos pensando en nosotros mismos porque ese es nuestro hábito,
sigue valiendo la pena intentarlo, porque, al menos, durante algunos momentos
nuestra mente estará enfocada en otra cosa que no sea “yo” y lo que a mí me
conviene. Con el tiempo, si seguimos intentando ayudar a los demás, poco a poco
habrá más momentos y pensamientos dedicados a otros que a nosotros mismos, lo
que provocará que la alegría vaya impregnando nuestra vida, casi sin darnos
cuenta. Día a día, momento a momento, nuestra energía interior irá aumentando
al practicar la virtud y abrir cada vez más nuestro corazón. De esta manera, como
en toda contemplación, empezaremos haciendo algo pequeño y conseguiremos
alcanzar algo mucho más grande.
Todos
podemos realizar pequeños actos de generosidad a lo largo del día, pequeños
detalles que ayuden a otros, y aunque estos actos de amabilidad pasen
desapercibidos o no nos sean agradecidos, debemos seguir practicando sin
rendirnos. Como el sol, que brilla continuamente, de día y de noche, cuando el
cielo está despejado y cuando está cubierto de nubes, de igual manera
deberíamos ocuparnos y cuidar de los demás, sin importar que sean reconocidos
nuestros actos o no.

Más abajo puedes dejar un comentario sobre lo que te ha parecido esta publicación y también sugerir algún tema sobre el que te gustaría leer en futuras publicaciones. Gracias por tu colaboración.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu colaboración.