DOS TIPOS DE CONCIENCIA



La esencia de cada pensamiento que surge en la mente es pura conciencia

No hay un gran secreto para comprender la diferencia entre conciencia pura y conciencia condicionada. Las dos son conciencia, que puede definirse como la capacidad de reconocer, registrar, y en cierto sentido, “catalogar” cada momento de experiencia.

La conciencia pura es como una bola de cristal transparente, incolora pero capaz de reflejar cualquier cosa: tu rostro, otras personas, paredes, muebles, etc. Si la mueves por una habitación, podrás ver la habitación reflejada desde diferentes puntos de vista y es posible que el tamaño, forma, o posición de los muebles cambie en el reflejo de la bola. Si pones la bola en el exterior, podrás ver reflejados árboles, pájaros, flores, o incluso el cielo. Sin embargo, todo lo que ves en ella son solo reflejos. No existen realmente dentro de la bola, ni tampoco alteran su esencia de ninguna manera.

Ahora supongamos que la bola de cristal está envuelta con un tejido de seda de color. Todo lo que verás reflejado en la bola –ya sea que la muevas por la habitación, a otras habitaciones, o la pongas en el exterior— estará teñido por el color de la seda. Esta es una descripción bastante adecuada de la conciencia condicionada: una perspectiva teñida por la ignorancia, el deseo, la aversión, y multitud de otros oscurecimientos. Pero estos reflejos coloreados son simplemente reflejos. No alteran la naturaleza de lo que los está reflejando. La bola de cristal es incolora en esencia.

De forma similar, la conciencia pura es en sí misma siempre clara, capaz de reflejar cualquier cosa, incluso ideas equivocadas sobre sí misma como que es limitada o condicionada. Igual que el sol ilumina las nubes que lo oscurecen, la conciencia pura nos permite experimentar el sufrimiento natural y el incesante drama del sufrimiento que nosotros mismos creamos: yo frente a ti, lo mío frente a lo tuyo, este sentimiento frente a ese sentimiento, lo bueno frente a lo malo, lo agradable frente a lo desagradable, o un anhelo desesperado por cambiar frente a una esperanza igualmente frenética por permanecer.

La verdad del cese del sufrimiento es a menudo descrita como una liberación final de la fijación, del ansia, o la “sed”. Aunque el término “cese” parece implicar algo diferente o mejor que nuestra experiencia presente, realmente es una cuestión de reconocer el potencial que ya tenemos inherentemente en nosotros mismos.

El cese, o alivio del sufrimiento, es posible porque la conciencia es fundamentalmente clara y sin condicionar. El miedo, la vergüenza, la culpa, la avaricia, la competitividad, etc., son simples velos, perspectivas heredadas y reforzadas por nuestras culturas, familias, y experiencia personal. El sufrimiento se desvanece en la medida que soltamos todo el entramado del aferramiento.

Esto lo conseguimos, no suprimiendo nuestro deseo, nuestras aversiones, nuestras fijaciones, o intentando “pensar diferente”, sino enfocando nuestra conciencia a nuestro interior, examinando nuestros pensamientos, emociones, y sensaciones que nos perturban, y empezando a darnos cuenta de ellas, quizás incluso apreciándolas, como expresiones de la misma conciencia.

Simplificando, podemos decir que la causa de los diferentes “males” que experimentamos es también su cura. La mente que se aferra es también la mente que nos hace libres. Porque, aunque podamos distinguir entre la conciencia condicionada y la conciencia pura, realmente sólo existe una sola conciencia pura, que podemos experimentar más o menos teñida de diferentes colores, emociones o prejuicios.




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