LA IMPORTANCIA DEL RITUAL


Los rituales tienen un papel importante en las prácticas del guerrero, aunque los occidentales tengamos tanta resistencia ante ellos.

Al principio, llevar a cabo un largo ritual parece algo muy alejado de la sencilla práctica en silencio de la meditación sentada, sobre todo en occidente, donde a menudo los rituales se suelen descartar por ser “mero ritual” o describirse como algo que se hace “por rutina”. Pero la estructura de la meditación como práctica progresiva, va desde la silenciosa práctica sentada pasando por el ritual hasta todas las actividades diarias. Esto nos puede ayudar a entender que los complejos rituales de ciertas prácticas también son una forma de meditación.

Lejos de ser una actividad repetitiva que se realiza mecánicamente sin pensar, los rituales requieren una atención precisa a los detalles, tanto en la preparación como en su ejecución. Llevar a cabo un ritual requiere que el practicante esté muy presente en el proceso. En algunos rituales, eso incluye acciones como realizar ciertos gestos con las manos (mudras) y la recitación de mantras. Igual que al contar respiraciones cuando meditamos, recitar un mantra un número específico de veces parece tarea fácil. Pero de igual forma que al contar respiraciones, hacerlo sin perder la cuenta o distraerse significa realizar una acción del ritual y al mismo tiempo prestar atención tanto a cómo se está realizando esa acción (por ejemplo, la correcta pronunciación del mantra) como al número de veces que uno la ha hecho (puede ser recitar un mantra veintiuna veces en cierto punto del ritual y el mismo mantra recitarlo 108 veces en otro punto).

La diferenciación entre la meditación y el ritual es una de las discriminaciones que se mantiene desde hace ya años hasta nuestros días. Generalmente, se considera la meditación como algo positivo y beneficioso, mientras que el ritual es una pérdida de tiempo, o incluso se condena por ir en detrimento de la práctica. Aunque en la actualidad hay algunos intentos de recuperar el ritual valorándolo como algo positivo, el mero hecho de sentir la necesidad de esforzarse en que se valore la práctica del ritual indica los prejuicios dominantes de que la única forma válida de practicar es sentándose a meditar en silencio.

Se tiene la idea de que el ritual, por ser repetitivo, necesariamente está impidiendo la espontaneidad y la libertad del practicante. Pero es justo al contrario. El proceso del entrenamiento sistemático y el aprendizaje minucioso del procedimiento de un ritual nos permite estar incluso más completamente presente en ese preciso momento. Al igual que se practican las escalas en el piano hasta que están completamente incorporadas en el propio cuerpo, la práctica repetitiva del ritual nos proporciona la experiencia de una conciencia del momento presente en la que uno puede ser libre, espontáneo, y plenamente presente.

Toda meditación implica cierto grado de ritualización, desde algo tan simple como establecer de forma regular un momento para meditar, sentarse en una postura particular, y empezar con un breve ejercicio de respiración, hasta actividades cada vez más ritualizadas como encender incienso, tocar una campana, y hacer un cántico antes y después de la meditación. Igualmente, todo ritual implica cierto grado de meditación, desde sencillamente prestar una cuidadosa atención a las acciones necesarias para realizar una compleja visualización.

Ver el ritual y la meditación como opuestos que se excluyen mutuamente no es una perspectiva basada en la realidad, más bien es una elaboración que se basa en unos prejuicios que vamos arrastrando desde los tiempos en que sirvieron a una particular visión religiosa. Nuestra interpretación actual de esa visión nos ha llevado a ensalzar la meditación y a menospreciar el ritual. Pero, para llegar a madurar completamente como practicantes, debemos superar este enfoque dualista y aprender a ver esos dos aspectos de la práctica como complementarios, amplificándose y ayudándose mutuamente.

No hay que olvidar tampoco que los rituales consiguen crear una atmósfera adecuada para que se pueda dar cierta experiencia. Son como una preparación del terreno para que se pueda dar una verdadera apertura de mente y de corazón. Las formas externas ofrecen estructura y consistencia a la experiencia interna sin límites. Desde esta perspectiva, cada práctica está localizada en algún punto del espectro de la acción ritualizada, y al mismo tiempo, cada ritual es una oportunidad de experimentar la realidad absoluta, más allá de las formas.



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