Los rituales tienen un papel
importante en las prácticas del guerrero, aunque los occidentales tengamos
tanta resistencia ante ellos.
Al principio, llevar a cabo un largo ritual parece algo muy
alejado de la sencilla práctica en silencio de la meditación sentada, sobre
todo en occidente, donde a menudo los rituales se suelen descartar por ser
“mero ritual” o describirse como algo que se hace “por rutina”. Pero la
estructura de la meditación como práctica progresiva, va desde la silenciosa
práctica sentada pasando por el ritual hasta todas las actividades diarias.
Esto nos puede ayudar a entender que los complejos rituales de ciertas
prácticas también son una forma de meditación.

La diferenciación entre la meditación y el ritual es una de
las discriminaciones que se mantiene desde hace ya años hasta nuestros días.
Generalmente, se considera la meditación como algo positivo y beneficioso,
mientras que el ritual es una pérdida de tiempo, o incluso se condena por ir en
detrimento de la práctica. Aunque en la actualidad hay algunos intentos de
recuperar el ritual valorándolo como algo positivo, el mero hecho de sentir la
necesidad de esforzarse en que se valore la práctica del ritual indica los
prejuicios dominantes de que la única forma válida de practicar es sentándose a
meditar en silencio.
Se tiene la idea de que el ritual, por ser repetitivo,
necesariamente está impidiendo la espontaneidad y la libertad del practicante.
Pero es justo al contrario. El proceso del entrenamiento sistemático y el
aprendizaje minucioso del procedimiento de un ritual nos permite estar incluso
más completamente presente en ese preciso momento. Al igual que se practican
las escalas en el piano hasta que están completamente incorporadas en el propio
cuerpo, la práctica repetitiva del ritual nos proporciona la experiencia de una
conciencia del momento presente en la que uno puede ser libre, espontáneo, y
plenamente presente.

Ver el ritual y la meditación como opuestos que se excluyen
mutuamente no es una perspectiva basada en la realidad, más bien es una
elaboración que se basa en unos prejuicios que vamos arrastrando desde los
tiempos en que sirvieron a una particular visión religiosa. Nuestra
interpretación actual de esa visión nos ha llevado a ensalzar la meditación y a
menospreciar el ritual. Pero, para llegar a madurar completamente como
practicantes, debemos superar este enfoque dualista y aprender a ver esos dos
aspectos de la práctica como complementarios, amplificándose y ayudándose
mutuamente.
No hay que olvidar tampoco
que los rituales consiguen crear una atmósfera adecuada para que se pueda dar
cierta experiencia. Son como una preparación del terreno para que se pueda dar
una verdadera apertura de mente y de corazón. Las formas externas ofrecen
estructura y consistencia a la experiencia interna sin límites. Desde esta
perspectiva, cada práctica está localizada en algún punto del espectro de la
acción ritualizada, y al mismo tiempo, cada ritual es una oportunidad de
experimentar la realidad absoluta, más allá de las formas.
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