Es posible que tengamos que realizar
un largo viaje lleno de desafíos hasta poder ver que nada es “real” de la
manera en que solemos pensar que es, pero encontraremos alegría y libertad al
darnos cuenta que nosotros y todo nuestro mundo somos semejantes a los hermosos
y pasajeros copos de nieve.
Cuando nos encontramos por primera vez con la palabra
“vacuidad” posiblemente no acabamos de entenderla. Para algunas personas puede
ser demasiado abstracta, casi escalofriante, pero otras pueden de alguna manera
intuir lo que significa, y no preocuparse demasiado en descubrir lo que los
maestros guerreros del pasado querían decir con vacuidad, porque en el fondo de
su corazón saben a lo que se refieren.
La lógica de la vacuidad es maravillosamente perfecta. Como
todas las sencillas verdades, su claridad es evidente: somos. No hay un momento
en el que estemos separados, siempre estamos conectados: al pasado, al futuro,
a los demás, a los objetos, al aire, a la tierra, al cielo… Cada pensamiento,
cada emoción, cada acción, cada momento de la vida, tiene múltiples causas y
reverberaciones: conexiones de cultura, historia, dolor, y alegría que se
extienden sin fin misteriosamente.
Con nosotros, como con todo lo demás, ocurre lo mismo: todas
las cosas se influyen mutuamente. Así es como el mundo aparece, brilla, y
cambia, a cada momento. Pero si las cosas siempre se asocian y chocan entre
ellas, deben de tocarse entre sí. Si es así, deben de tener partes, porque sin
partes no se podrían tocar, simplemente se mezclarían entre sí y
desaparecerían. Pero, por otra parte, las partes también son cosas por sí
mismas, como una mano es parte del cuerpo, pero es una mano, o como el motor es
parte de un coche, pero es también un motor. Y las partes también tienen a su
vez partes (dedos, piezas), y esas partes tienen sus partes, y así
sucesivamente encontramos una infinidad de partes cada vez más pequeñas. Esto
también es verdad para los pensamientos y sentimientos igual que para los
objetos físicos. Si de verdad miras algo con la suficiente atención,
desaparecerá ese algo en una nube de pequeños algos, y esa nube desaparecerá a
su vez en otra nube. Todo está vacío realmente. No hay en ningún sitio un algo
sustancialmente final. La única cosa real es la conexión, el vacío tocando
el vacío.
Esta sencilla pero profunda verdad es encantadora. Como una
forma de pensar y comprender es única, es imposible de refutar porque no
propone nada y no niega nada. Las apariencias siguen siendo válidas como
apariencias, y no hay otra realidad más allá de las apariencias, que la
vacuidad de las mismas apariencias. Así que no hay nada por lo que discutir ni
a favor ni en contra. Sobre estar vacío, todo está libre de discusión.
Pero saborear esa vacuidad en el cuerpo, el espíritu, y las
emociones puede ser lo más significativo. Saber que lo que sucede es
simplemente lo que sucede. Nuestro cuerpo, nuestros pensamientos, nuestras
emociones, nuestras percepciones, deseos, esperanzas, actos, palabras… todo eso
es de lo que está hecha nuestra vida y podemos sentir su naturaleza semejante a
una nube. Esa nube es todo lo que somos, es nuestra libertad para volar, y
nuestra conexión a todo. Podemos flotar en ella, y ver cómo se forma y cambia
de forma en el espacio infinito.
Ser conscientes de esa vacuidad no significa que nos
desconectemos de la vida, muy al contrario, nos hace saber y sentir muy
profundamente que no hay forma de no estar conectado.
Cuando meditamos podemos descansar en esa vacuidad: sentimos
como entra y sale el aire al respirar, un aire que compartimos con todo lo que
ha vivido y vivirá, el inmenso ritmo que dio lugar a este mundo de realidad
física y que nunca cesará, incluso después de que nuestro planeta desaparezca.
Es bonito, sentarnos compartiendo eso, sabiendo que esa vacuidad subyace en mi
caminar, hablar, comer y pensar, en toda actividad, durante todo el día.
Se dice que la sabiduría, la facultad de percibir la
vacuidad, y la compasión son como las dos alas de un pájaro. Mantener las dos
en equilibrio cuando sopla el viento nos permite planear, disfrutando del día.
Aunque, realmente, las dos alas son una sola. Cuando puedes apreciar el sabor
de la vacuidad sabes inmediatamente que el amor es el único camino, y que todo
es amor y nada más que amor. ¡Qué cosa tan agradable para mantener en mente!
Todos los problemas, todas las alegrías, todo lo vivo, y todo lo que muere, es
amor.
Tradicionalmente, la vacuidad se refiere al hecho de que los
fenómenos no tienen “existencia intrínseca”. Esto no significa que los fenómenos
no existan, sino que no existen de la manera que pensamos que existen, como
entidades independientes, sólidas y reales. Esto es tan verdad para nosotros
como para el mundo que nos rodea: todo es dependiente, no sólido, está acabando
desde el momento que surge, momento a momento. Todo es como el espacio, real a
su manera, y absolutamente necesario, pero no es algo que puedas tocar con el
dedo.
Por supuesto que nosotros no sabemos esto. Según las
enseñanzas guerreras, somos profundamente ignorantes de una cosa que no
deberíamos ignorar: la verdadera naturaleza de nosotros mismos y del mundo en
el que vivimos. Desafortunadamente, la palabra “ignorancia”, en este caso, no
significa que no sepamos, sino que sabemos algo muy firmemente, pero es algo
equivocado: “sabemos” que las cosas son sólidas e independientes y existen de
forma intrínseca. Pero en realidad no es así. De forma que la ignorancia no es
no saber, sino una forma de conocimiento, pero erróneo.
La práctica espiritual es el proceso de llegar a ver nuestro
conocimiento erróneo y soltarlo, para empezar a experimentar, aceptar, y vivir
la verdad sobre cómo somos realmente nosotros y el resto del mundo. Cuando empezamos a comprender y a
vivir de esta manera, hay una gran disminución del miedo, tan común en la
experiencia humana, causado por la gran brecha que separa nuestras expectativas
de la forma en que realmente son las cosas. Al apreciar la naturaleza vacía de
las cosas, ya no hay más expectativas frustradas. En cambio, hay mucha más
alegría, paz, y amor.
Hay innumerables escritos sobre la vacuidad, intentando
explicarla. Muchas palabras para hablar de la vacuidad de todos los fenómenos,
y del hecho que las palabras no se refieren a las cosas de la manera en que
pensamos que lo hacen. Entonces ¿para qué tanto hablar sobre esto? Para la
mayoría de nosotros, que sencillamente estamos intentando vivir la vida con
menos sufrimiento, todos estos complicados discursos filosóficos no tienen
sentido. Los maestros guerreros más que filósofos son médicos, porque el
propósito de sus enseñanzas no es explicar la naturaleza de la realidad sino
sencillamente ofrecer un camino que nos lleve al fin del sufrimiento. ¿Por qué
entonces esa necesidad de producir tantos textos metafísicos?
Bueno, resulta ingenuo pensar que podríamos tratar la
enfermedad humana sin tener una visión adecuada de cómo son realmente las
cosas. Seamos conscientes o no, todos somos filósofos, porque todos estamos
viviendo nuestras vidas basadas en suposiciones filosóficas, sin importar que no
se hayan comprobado o incluso lo inconscientes que puedan ser, y este
conocimiento erróneo inconsciente es la raíz de nuestra angustia. Este
conocimiento erróneo no es una simple incorrección doctrinal, realmente afecta
a nuestras vidas.
Cuando en las enseñanzas guerreras se habla de sufrimiento se
refieren al sufrimiento mental, el sufrimiento que se produce por la forma en
que nos tomamos las cosas. El sufrimiento físico no se puede evitar, si tenemos
una enfermedad o una herida tendremos dolor. Pero el dolor no es sufrimiento.
En general, lo que llamamos sufrimiento es sufrimiento mental. Incluso la
mayoría del sufrimiento aparentemente físico es causado por la mente. Es
sufrimiento emocional, sufrimiento debido a nuestras quejas y nuestra decepción
y nuestro sentimiento de haber sido engañados y frustrados por estar sintiendo
dolor. Este sufrimiento es peor que la sensación física de dolor, aunque
erróneamente pensemos que va necesariamente junto con la sensación de dolor. El
sufrimiento es una emoción aflictiva, como el enfado, el miedo, el
remordimiento, la avaricia, la violencia, etc. Cuando desarrollamos estas
emociones, sin importar lo justificadas que podamos sentirlas, nos causamos
sufrimiento a nosotros mismos, y ese sufrimiento se extiende también de alguna
manera a nuestro alrededor.
Pero, ¿cuál es la
raíz de estas emociones aflictivas? ¿cómo surgen en un principio? Surgen del
aferramiento, el aferramiento al yo y a nuestras opiniones, y a todo lo externo
con lo que nos identificamos. Nos tomamos todo eso como si existiera de forma
intrínseca, y por eso, de forma natural y espontánea, nos alteramos cuando se
amenaza a cualquiera de esas cosas. Pero la verdad es que no se puede amenazar
nada, porque no existe de la manera en que pensamos que existe. Libre de
existencia intrínseca, todo está libre de cualquier amenaza. Cuando realmente
sabemos esto, de pies a cabeza, en lo más profundo de nuestro corazón, entonces
las emociones aflictivas no surgen. En su lugar hay paz y afecto, incluso en
situaciones difíciles. Ya no hay sensación de temor, de odio, o deseo de lo que
es intrínsecamente inexistente y vacío.
Que las cosas estén vacías no significa que no sean reales o
que no existan. Creo que aquí podemos confiar en nuestro sentido común: sabemos
que las cosas existen, sabemos que está sucediendo algo. Vamos al cine, leemos
o escuchamos historias de diferentes tipos, y eso nos afecta. Son, a su manera,
reales, pero sabemos también la diferencia entre las historias o imágenes y la
vida real. Las enseñanzas sobre vacuidad no nos están diciendo que las cosas no
existan o que sean irreales. Sólo están diciéndonos que las cosas existen de
una manera diferente a la que pensamos.
El guerrero puede estar orgulloso de
no saber. La mente que no sabe es la mente que sabe que todos los fenómenos, al
estar vacíos, no pueden ser conocidos verdaderamente. Lo que significa que todos los
fenómenos son maravillosos, están conectados, son mágicos. Ver las cosas de
esta manera es despertar del sueño de la realidad intrínseca: salir de la
oscuridad de la sala de cine a la luz del día. En el sueño, en la película, hay
varios sólidos y amenazadores monstruos separados e independientes intentando
atraparnos. Cuando salimos, vemos que eso nunca fue realmente verdad. Hemos
despertado a la conexión y al indescriptible significado que es y ha sido
siempre nuestra verdadera vida.

El aprecio de la vacuidad empieza ahí. Después te sientas a meditar
un poco más y lo experimentas repetidamente. Posiblemente te sigas sentando a
meditar en sesiones más largas y retiros, experimentándolo más profundamente y
más frecuentemente. Después escuchas enseñanzas y reflexionas sobre ellas, y
poco a poco te vas convenciendo más y más que es así como realmente es. Puede
que empieces a darte cuenta, tal vez con algo de frustración, que sigues
igualmente dando lugar a emociones aflictivas, que persistes en ver el ser como
intrínseco, pero aún así, estás empezando a tener un mejor conocimiento. Estás
empezando a ver lo infructuoso y doloroso que es esa vieja forma de vivir. Y
así de esta manera estás empezando a entrenarte en la vacuidad.
Después puedes trabajar directamente con las emociones
aflictivas, intentando soltar el enfado, la avaricia, los celos, etc., para
empezar a reducir su agarre sobre ti. Mientras tanto sigues con tu meditación y
tu estudio de las enseñanzas y la verificación de las enseñanzas con tu propia
experiencia. Algún día puede que tengas, o no, una poderosa experiencia de ver
directamente, inmediatamente, y poderosamente que en efecto las cosas están
vacías, que son como humo o niebla, como el espacio, como el cielo azul, como
la película o el sueño: libre e indiferenciable de ti mismo. Esto sería
estupendo y es ciertamente posible. Pero, aunque no tengas una experiencia así,
continúas estudiando, aprendiendo y experimentando. Aplicas las enseñanzas de
la vacuidad, de la ausencia de ego, del amor y compasión, a tu experiencia
diaria y a tus relaciones, y ves los resultados de eso: hay más paz, más
afecto, más felicidad, más claridad en tu vida.
Probablemente seguirás
experimentando confusión y emociones aflictivas, pero después de un tiempo no
te molestará tanto. Ya no estás tentado a quedarte atrapado por ellas porque
sabes que solo llevan al sufrimiento y ya te has recuperado de tu larga
relación con el sufrimiento. Así que, de esta forma, poco a poco, desarrollas
una comprensión de la vacuidad sobre la que te apoyas. No es necesario que lo
llames vacuidad, de hecho, es mejor si no lo haces. “Vacuidad” es solo una
palabra que puedes repetirte a ti mismo cuando estés en una tormenta de nieve.
Pero sabes cómo son las cosas y eres feliz de vivir de acuerdo a ellas. Porque
ahora sabes en lo profundo de tu corazón que somos semejantes a copos de nieve.
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