Cuando
el amor va unido a la sabiduría, podemos disfrutar de una inmensa alegría que
surge de forma natural.
Según
vamos avanzando por el camino del guerrero, experimentamos momentos gozosos de deleite,
nos sentimos alegres, como enamorados, porque nos deleitamos en la disciplina y
eso está haciendo que dejemos de obsesionarnos con el “yo” y está dirigiendo
nuestra mente hacia afuera. Según va pasando el tiempo, el amor surge en
nosotros sin ningún esfuerzo, de la misma manera que el sol da luz y calor a
todo lo que le rodea. El auténtico guerrero ve claramente el mundo que le rodea
y ama sin apegarse a nada, porque tiene una mente en calma y le importa la
felicidad de los demás.
En
cualquier momento podemos calmar la mente y liberarnos así del estrés y
recuperar la energía perdida. Cuando dejamos descansar nuestra mente en la
respiración, sentimos seguridad, fuerza y claridad. Conectamos con una energía
que fluye en lo más profundo de nosotros y se disuelven las preocupaciones y
las molestias. Empezamos a sentir alegría.
Nuestra
alegría va en aumento cuando tenemos en cuenta la felicidad de los demás. Al
alegrarnos de la felicidad de otros estamos invitando a cabalgar en nuestra
vida el caballo de viento, la energía interna que nos llena de vida y
vitalidad. Expresamos entonces nuestra verdadera naturaleza, la energía del
amor.

Si nos
dominan las emociones negativas, aunque surja el amor esporádicamente acabará
enfriándose al poco tiempo a causa del apego, y finalmente los celos y la ira
acabarán completamente con él. Pero no deberíamos simplemente esperar que
surjan esos momentos de amor de cuando en cuando, sino intentar cultivarlo
diariamente. Podemos cultivar la disciplina de ser cariñosos y amables con los demás,
aunque la realidad no sea como esperábamos y no se hayan cumplido nuestras
expectativas. Los celos, la competitividad y el orgullo nos cierran el corazón,
y eso nos hace sentir mal, porque la misma lucha por mantener el control de la
situación nos convierte en su prisionero.
Aunque
a veces las meditaciones contemplativas sobre el amor pueden resultar un poco
agobiantes y podemos tener el impulso de intentar dejarlas o evitarlas, podemos
verlas como una oportunidad para enamorarnos unos minutos cada día. ¿No es
mejor sentirnos enamorados que estar dándole vueltas a lo que nos dijo alguien
que nos molestó y pensar en cómo vengarse?
Pero
el amor sin sabiduría nos puede hacer sufrir al apegarnos a lo que amamos. Y
ese apego que nos hace ser posesivos nos causa problemas, porque nos aprisiona
en una situación cerrada en la que no podemos abrir completamente el corazón
para disfrutar de la vida. La sabiduría en el amor nos hace comprender que
tanto uno mismo como la persona amada necesitamos espacio, pero la ignorancia
puede hacernos creer que la persona amada es de nuestra propiedad, lo cual
traerá como consecuencia mucho sufrimiento para ambas partes.
Si no
dejamos ese espacio necesario, se apoderan de nosotros los celos y la codicia,
y lo único que nos importa entonces es conseguir lo que nos satisface a
nosotros mismos. En lugar de abrir nuestro corazón y ofrecernos a los demás,
ocupamos todo el espacio y buscamos solo sacar algún provecho de otros. Y
cuando ya hemos conseguido todo lo posible de esa relación, vamos a por otra
nueva. Siempre nos sentimos insatisfechos, y dentro de nosotros hay una
sensación de pobreza. Pero el auténtico guerrero se siente satisfecho pudiendo
satisfacer las necesidades de los demás.

Podemos
contemplar el espacio que nos separa de los demás como una forma de
contrarrestar el apego que sentimos hacia otras personas. Las personas que
amamos son seres independientes, tienen su propio cuerpo, su respiración, su
mente y sus propios pensamientos y emociones, realmente no son parte nuestra y
por supuesto no son de nuestra propiedad. Aún podemos contemplar más
profundamente la naturaleza de lo que amamos, para permitir que la sabiduría
nos ayude a ver con mayor claridad a quién nos estamos apegando o pensamos
poseer, preguntándonos quiénes son en realidad esas personas que amamos. Si nos
damos cuenta que en realidad son un conjunto de huesos y órganos, de formas y
colores, de pensamientos y palabras, y que no son algo realmente sólido y
duradero como podíamos sentir, tal vez entonces seamos conscientes que no tiene
sentido el apego y la posesión.
Normalmente,
cuando se acaba una relación sentimos un profundo dolor, y ese sentimiento es
causado por tener que enfrentarnos con ese espacio que no queríamos reconocer y
que ahora no podemos evitar. Nos sentimos tristes y afligidos porque esa
persona no era en realidad como creíamos que era. Nos hemos quedado tan sólo
con los recuerdos de lo que sentíamos. Tal vez eso que amábamos era simplemente
un reflejo de lo que teníamos en nuestro interior, de un aspecto de nosotros
mismos que personificamos en el ser amado pero que nunca estuvo allí en
realidad. Cuando esa persona ya no está nos enfrentamos con esa verdad de una
manera más cruda y evidente. Cuando sentimos que lo hemos superado, lo que en
realidad ha sucedido es que hemos dejado de aferrarnos a la idea que nos
habíamos formado sobre la otra persona y de cómo debería ser nuestra relación
con ella.
La sabiduría nos enseña
lo que hay más allá de las apariencias, y a comprender que no eran tan sólidas
las cosas como pensábamos. Al permitir que nos alumbre esa sabiduría nos
encontramos con un gran espacio en nuestra vida porque dejamos de estar
cautivos de nuestras proyecciones sobre cómo pensamos que es la realidad. Al
mismo tiempo, eso hace que las personas que amamos se sientan más libres porque
no estamos obsesionados con ellas, y entonces el verdadero amor puede fluir
libremente. Al confiar en la profundidad de nuestro corazón ya no necesitamos
que otros satisfagan nuestras necesidades de atención y cariño. Cuando el amor
va unido a la sabiduría, podemos disfrutar de una inmensa alegría que surge de
forma natural.
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