Si reconocemos el dolor que sentimos
al perder algo, podemos respetarlo y ser amables con nosotros mismos, al
vislumbrar en lo que acaba la verdad de que algo nuevo está a punto de surgir.
Cada nuevo año nos damos cuenta que hay cosas que nunca
volverán a ser iguales. Tal vez recordemos personas que estuvieron cerca de
nosotros hace tiempo y que ya no están en nuestras vidas, y eso nos haga sentir
nostalgia por lo que acabó.
Para el guerrero, ver los principios y finales –el surgir y
desaparecer de todas las formas condicionadas— es un paso vital para
desarrollar la comprensión de que todo existe de forma interdependiente, por
las relaciones de causa y efecto. Ser capaces de ver los principios y finales
de lo que nos acontece puede ser de gran ayuda en momentos difíciles. Cuando
empezamos a sentir la confianza en lo más profundo de nuestro ser de que nada
dura para siempre, empezamos también a sentir menos miedo del dolor. El hecho
de que todo tiene un final puede reconfortarnos en tiempos difíciles porque, de
una manera u otra, eso también pasará. Deberíamos alegrarnos si nos damos
cuenta de eso, y no pensar demasiado en esos momentos de comprensión intuitiva
de la realidad de la vida, sobre el cambio que afecta tanto a las cosas
difíciles como a las agradables.
Puede haber momentos en la vida, en que nos fijemos solamente
en el aspecto transitorio de todas las experiencias, y eso nos puede hacer
sentir consternados o abatidos por una sensación de continua pérdida. Tal vez
nos salten las lágrimas simplemente al ver un atardecer y sentir que ese día se
ha acabado. Al ver que todo llega a un final, que todo muere, podemos sentirnos
muy tristes. Pero, realmente no es triste, es simplemente verdad. Triste es la
historia que nos contamos a nosotros mismos sobre la realidad de la experiencia
que no queremos aceptar.
Deberíamos pensar cuántas veces en nuestra vida nos contamos
solamente una parte de toda la historia que estamos viviendo. Podemos apreciar
que el final del día es el comienzo de la noche, y que las flores que mueren se
transforman en abono para las que van a crecer. ¿Por qué no nos preguntamos la
razón de que nos contemos historias deprimentes, en lugar de apreciar el misterio
de los eternos ciclos de la vida?

Todo lo que nos es querido nos causa dolor en algún momento,
y solemos tener muchas cosas queridas. Una de las causas del sufrimiento es
vernos separados de lo que es placentero. Separarnos de lo agradable nos hace
sentir dolor, y hasta que el dolor se alivia –con el tiempo, con el apoyo de
otras personas, o con meditaciones o plegarias que calman nuestra mente— seguimos
sufriendo. Cuando, por ejemplo, perdemos a un ser querido, no importa el tiempo
que haya pasado, le seguimos echando de menos. Necesitamos un tiempo para
acostumbrarnos a un nuevo mundo sin esas personas.
Tristeza, melancolía y soledad
es lo que el ser humano siente cuando se separa de lo que ama. Son emociones
difíciles, pero no son problemas. Se convierten en sufrimiento cuando estamos
resentidos, o nos resistimos a esas emociones, o intentamos hacer como si no
existieran. Cuando luchamos con el dolor de cualquier tipo de pérdida, la lucha
ocupa la mente y no deja ningún espacio para la esperanza. Si reconocemos el
dolor que sentimos como un lógico resultado de la pérdida, podemos aceptar y respetar
su presencia y ser más ambles con nosotros mismos. Nuestra mente se relaja
cuando somos amables, y eso hace que se suavicen las aristas de la realidad de
que algo se ha acabado, entonces podemos dejar de mirarnos a nosotros mismos
para alzar la mirada y ver que cada final es el comienzo de algo nuevo.
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