En situaciones
difíciles, la forma de conseguir una comunicación útil es parando, creando
espacio, y escuchando a tu cuerpo y tu mente.
Lo que suele ocurrir cuando interactuamos con personas
difíciles, es que, aunque estemos anhelando comprensión, cuando nos encontramos
con una presencia dura e intolerante, nos cerramos. Y cuando somos nosotros la
persona difícil, nos volvemos reactivos y hacemos que los demás se queden
congelados y se mantengan en silencio.
Ya sea una situación realmente explosiva que cause gran
ansiedad, o una que de forma sutil genere angustia, enfado, o miedo, la
cuestión es que trabajar con personas difíciles y tratar con situaciones
difíciles no tiene porqué ser tan doloroso.
No importa si somos nosotros la persona difícil o si es otra
persona, podemos emplear la sencilla técnica de parar, crear espacio, y
hacernos a nosotros mismos algunas preguntas fundamentales sobre nuestro
sufrimiento. De esta manera, nuestra dificultad se puede transformar en útil conciencia.
En efecto, para trabajar con las dificultades debemos empezar con nosotros
mismos.
Estar en contacto con una persona difícil puede hacer que
nos cerremos y perdamos la conexión con nuestro cuerpo. En estos estados de
angustia, ligera o extrema, necesitamos tomar tiempo para volver a nosotros
mismos. Cuando escuchamos con cariño a nuestro cuerpo y nuestra mente,
empezamos a comprender nuestro dolor, apreciamos nuestra experiencia, y nos
ofrecemos a nosotros mismos la compasión que tanto necesitamos.

Es desde este punto, tierno y curioso, que empezamos a
sentirnos en calma y seguros en nuestro cuerpo, creando las condiciones para
que surja la conciencia. Con esta conciencia, podemos entonces preguntarnos
compasivamente cómo nos gustaría abordar esa situación o persona difícil.
La sugerencia es la misma cuando estemos intentando evitar
convertirnos nosotros mismos en una persona difícil. Cuando somos difíciles,
habitualmente es porque tenemos miedo de algo, muy a menudo de que alguien nos
haga daño. Pero, en lugar de escuchar a nuestros miedos, nos ponemos tensos y
reaccionamos de mala manera.
En el mismo momento en que nos damos cuenta que estamos
preparándonos para el ataque, podemos parar y crear espacio para hacernos
algunas preguntas sinceras. Además de las anteriores, podemos preguntarnos: ¿Qué tiene esta situación que me hace
saltar? Según se tensa mi cuerpo ¿puedo respirar y permanecer con ese
sentimiento? ¿sería posible ablandar mi corazón, aunque sea un poquito? Según
me hago estas preguntas ¿Qué sensación aparece?
Cuando creamos espacio, empezamos a comprender nuestras
propias reacciones y a considerar el dolor y la perspectiva de la otra persona.
Tenemos una mayor presencia, compasión, y ternura.
Finalmente, al crear espacio en medio de la adversidad y contemplar
compasivamente nuestro sufrimiento, transformamos la dificultad en conciencia.
Y es desde esta conciencia, encarnada en un corazón tierno y sin defensas, de
donde surgirá una comunicación verdaderamente útil, tanto con nosotros mismos
como con los demás.
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