Cuando vivimos de
acuerdo a nuestro corazón de guerrero, surge la elegancia natural, que nos
permite vivir relajados, pero sin abandonarnos. Entonces podemos también dejar
atrás la depresión y levantar el ánimo, a pesar de las contradicciones que
podemos encontrar en nosotros mismos por ser humanos.
El guerrero, gracias a su disciplina, aprende a reducir la
ambición y la frivolidad en su vida, y es por eso que consigue tener un buen
sentido del equilibrio. Pero ese equilibrio no lo consigue por aferrarse a las
situaciones o a las personas, sino al dejar de luchar con el cielo y la tierra,
y hacerse amigo de ellos. La tierra es la solidez que nos sustenta, que nos
mantiene en nuestro sitio, el sentido práctico. El cielo es la amplitud del
espacio abierto, la visión que nos permite ver hacia dónde vamos y cómo
reajustar nuestra postura durante el viaje. El equilibrio del guerrero nace de
combinar el sentido práctico de la tierra con la amplia visión del cielo, en
otras palabras, de unir su destreza con la espontaneidad.
Lo primero es confiar en uno mismo, después podemos confiar
en la tierra, en el aspecto práctico que nos da la solidez necesaria para
elevar nuestra vida. En ese momento, se disfruta de la disciplina, ya no es una
exigencia pesada o difícil de mantener. Como al cabalgar, no podemos encontrar
el equilibrio tensando las piernas contra el caballo, debemos flotar en armonía
con el movimiento de nuestra montura, de nuestra vida. De esta forma, cada paso
que demos, cada experiencia que vivamos, será como un baile entre jinete y
montura, entre la vida y nuestro corazón.
Y entonces, cuando la disciplina ya es parte de nosotros, cuando ya
es algo natural en nuestra vida, debemos aprender a soltar. Para el guerrero,
soltar significa relajarse dentro de su disciplina, y de esta forma,
experimentar la libertad. Pero la libertad del guerrero no significa abandono
ni autocomplacencia, es conducir su vida con soltura y experimentar así su
condición de ser humano de una manera plena y consciente. El soltar del
guerrero es superar totalmente la idea de que la disciplina es un castigo.
Debemos abandonar totalmente la sensación de que hay algo que está mal en el
ser humano y que, por eso, necesitamos disciplina para corregir nuestra forma
de ser. Si seguimos sintiendo que la disciplina es algo impuesto desde fuera,
también seguiremos sintiendo que nos falta algo. Así, el soltar es abandonar
cualquier duda o vergüenza de ser como somos. Debemos sentirnos a gusto con
nosotros mismos para ver con claridad que la disciplina es simplemente la
manifestación de la esencia de guerrero que llevamos en nuestro corazón.
Debemos apreciar quién somos y respetar lo que somos, debemos abandonar dudas y
vergüenza, para dejar brillar esa esencia de nuestro corazón y manifestar
nuestra sensatez para ayudar a los demás.
El guerrero se entrena primero en todos los aspectos de la
disciplina, incluyendo la renuncia, para ser capaz de soltar. Esto es
indispensable para no pensar que la agresión o la arrogancia son formas de
soltar. Si el entrenamiento del guerrero no es el adecuado, puede llegar a
creer que soltar es forzarse a llegar al límite de sus fuerzas, para demostrar
lo valiente y atrevido que es. Pero hacer eso es una forma de agresión. Soltar
tampoco es disfrutar a costa de otros, o presumir ante los demás de su desapego
para hinchar el ego y avasallar a otros con sus “rollos mentales”. Esas
manifestaciones de prepotencia no son fruto del soltar, sino de la falta de
seguridad en uno mismo, lo que nos hace insensibles, en lugar de amables.
Si nos ponemos a “jugar” con el soltar antes de habernos
asentado correctamente en la disciplina, puede ser un juego muy peligroso. Si
el soltar es algo fingido, podemos meternos en graves problemas.
Tal vez pensemos que nunca podremos entrenar lo suficiente
para poder soltar y relajarnos dentro de la disciplina, que nunca podremos ser
realmente osados. Pero debemos renunciar también a esas dudas, cuando ya
estemos asentados en nuestra disciplina. Si estamos esperando a conseguir una
disciplina perfecta, nunca llegaremos a ese punto, si no aprendemos a soltar
antes. Una vez que estamos acostumbrados a la disciplina del guerrero, cuando ya
es algo natural en nosotros, aunque no sea perfecta, hemos llegado al punto en
que debemos soltar.

En el mundo de la oscuridad y la ignorancia, soltar
significa irse de vacaciones, emborracharse, abandonarse o hacer cosas
escandalosas que nunca harías conscientemente y con sensatez. Pero, para el
guerrero, soltar no significa transgredir las normas de la convivencia y el
sentido común, muy al contrario, es hacerse uno con toda su vida, porque sabe
que ya tiene todo lo necesario para elevar su ánimo, y su espíritu, y abandonar
definitivamente la depresión y las dudas.
En el mundo de la confusión, levantar el ánimo quiere decir
convencerse a uno mismo que “debe” sentirse mejor, pero eso no es realmente
levantar el ánimo, es intentar engañarse a uno mismo, cuando realmente falta
energía e inspiración para seguir adelante un día más.
Pero la alegría no es fruto de una fuerza de voluntad
artificial que nos obliga a estar bien, ni tampoco hace falta inventarse
enemigos para poder vencerlos y así sentirse ganador y más vivo. Esa esencia de
guerrero que todos llevamos en nuestro corazón está siempre ahí, aunque cuando
nos miremos al espejo no veamos esa imagen ideal de nosotros mismos, pero aún
así, podemos apreciar lo que vemos sin importar que cumpla o no nuestras
expectativas. Podemos apreciarnos a nosotros mismos sin forzarnos ni juzgarnos.
Simplemente relajándonos con nosotros mismos podemos apreciar todas las
posibilidades de ese corazón de guerrero que tenemos en nuestro interior, y eso
ya es suficiente para animarnos y seguir adelante. Podemos llevar a cabo todas
nuestras tareas cotidianas apreciando lo que hacemos, sin preocuparnos si
estamos cumpliendo la disciplina prevista o los planes que teníamos para el
día. Tenemos tanta confianza en nosotros mismos que podemos mantener nuestra
disciplina de una manera mucho más amable y completa que si estuviéramos todo
el tiempo preocupados por comprobar si estamos haciéndolo todo bien.
Se puede apreciar la vida, aunque no estemos en la situación
perfecta. Tal vez no seamos ricos, no tengamos una mansión o un coche último
modelo. Pero no necesitamos vivir en la abundancia, podemos ser humildes y
relajarnos y soltar en cualquier lugar, y en cualquier circunstancia. Realmente
somos los reyes y reinas de nuestra vida, y allí donde estemos está nuestro
palacio. Cualquier lugar al que vayamos a vivir, por muy humilde o desastroso
que pueda estar a nuestra llegada, lo podemos transformar en nuestro hogar si
nos dedicamos a limpiar y ordenar ese espacio. Y no lo hacemos porque nos
sintamos mal y desgraciados, sino porque, al poner nuestra energía y trabajo en
ello, nos sentimos bien al transformar la confusión en claridad y orden.
La dignidad del guerrero no depende del dinero que tenga. Hay gente
que puede gastar mucho dinero para que se vea su riqueza y su abundancia, pero
tal vez todo sea artificial y apariencia, y su vida realmente este carente de
la verdadera riqueza humana. La dignidad surge de utilizar los recursos que
todos tenemos, al hacer las cosas nosotros mismos, con nuestras propias manos,
en este momento, de una manera hermosa y con atención. Eso siempre lo podemos
hacer, aún cuando estemos en las más difíciles circunstancias, siempre podemos
mantener nuestra dignidad y aportar elegancia a nuestra vida, haciendo lo que
tengamos que hacer con atención y cuidado, y con el corazón.
Nuestro cuerpo es la herramienta que usa nuestro corazón
para manifestarse en el mundo, por eso debemos también apreciar nuestro cuerpo
y cuidarlo correctamente. Es importante que prestemos atención a lo que comemos
y bebemos, a la ropa que usamos, y cómo mantenemos limpio y sano a nuestro cuerpo,
teniendo en cuenta que también necesita un ejercicio adecuado para estar en
buenas condiciones. Esto no quiere decir que estemos todos los días en el
gimnasio, pero sí que le prestemos la atención necesaria para cuidarlo
correctamente. Aunque tengamos algún problema físico o discapacidad, no hay
porqué sentirse encadenado a ello como si fuera un lastre, podemos seguir
respetando y apreciando nuestro cuerpo y nuestra vida tal como son, porque
nuestra dignidad va mucho más allá de cualquier impedimento. Podemos amarnos a
nosotros mismos.
La visión del guerrero no es sólo una filosofía, o una
utopía, es un verdadero entrenamiento para vivir como guerreros, aprendiendo a
tratarnos mejor, con respeto y cariño, para ser capaces de ayudar a transformar
nuestro mundo en una sociedad despierta. En esta tarea, es muy importante
respetarnos a nosotros mismos, no dejarnos hundir por la oscuridad y confusión
del mundo que nos rodea, pensando que no tenemos el estatus o el dinero que se
consideran imprescindibles para ser felices. Sea cual sea nuestra situación
material, podemos seguir manifestando nuestra dignidad y nuestra bondad. El
verdadero problema es que no tengamos respeto por nosotros mismos, por nuestra
ropa, por nuestra vida. Si hemos tenido un mal día y nos vamos a la cama
dejando tirada la ropa en el suelo, eso sí parece un problema. Nos hemos
olvidado de cuidar nuestra vida, de prestar atención a lo que hacemos, de
apreciar nuestro mundo y a nosotros mismos.
Si vivimos como guerreros, respetando a nuestro corazón,
manifestamos la elegancia natural en nuestra vida y en todo lo que hacemos.
Podemos entonces relajarnos, sin que eso signifique abandono y desprecio.
Podemos dejar atrás las depresiones y levantar el ánimo, sin culpar a nadie por
nuestros problemas. Podemos relajarnos y apreciar nuestro mundo y nuestra vida.

Así, el guerrero empieza a entender lo importante que es comunicarse
de una manera abierta con los demás. Si decimos la verdad, también los demás
pueden mostrarse abiertos con nosotros, aunque no sea inmediatamente. Si somos
sinceros con los demás, les estamos dando a otros la oportunidad de que también
puedan expresarse sinceramente. Cuando no decimos lo que pensamos, estamos
creando confusión en nuestro mundo, tanto para nosotros mismos como para los
demás. Si no decimos la verdad, no estamos comunicándonos adecuadamente.
Decir la verdad también tiene que ver con ser amable. El
guerrero es amable cuando habla, no chilla, no “ladra”, no agrede. Al igual que
una buena postura, una forma amable de hablar manifiesta dignidad. Si de verdad
queremos comunicarnos con los demás, no hace falta que gritemos, ni seamos agresivos,
para que nos escuchen. Si decimos la verdad, podemos hablar con suavidad,
porque nuestras palabras serán poderosas.
La última etapa de soltar es vivir de manera auténtica, sin
engaño. Sobre todo, sin engañarnos a nosotros mismos, porque es precisamente la
propia duda de uno mismo lo que puede confundir a otra persona y hacerle creer
algo que no es cierto. Si, por ejemplo, le pedimos ayuda a alguien
preguntándole lo que deberíamos hacer en cierta situación, y esa pregunta no es
una verdadera petición de ayuda, sino la expresión de la falta de confianza en
nosotros mismos, estamos engañando a la otra persona.
Vivir sin engaño es como la expansión de la veracidad,
porque se basa en ser sinceros con nosotros mismos. Si sentimos confianza en
nuestra propia vida, lo que expresamos con nuestras palabras y nuestros actos
es auténtico y digno de confianza.
En ocasiones, nos engañamos a nosotros mismos porque tenemos miedo de
no ser capaces de enfrentarnos correctamente a lo que se nos presenta en la
vida. No somos capaces de reconocer la sabiduría que hay en nosotros, y
pensamos que eso es algo demasiado grande y que está en algún lugar fuera de
nosotros. Debemos superar esa actitud, porque, para vivir sin engaño, la única
referencia con la que podemos contar es saber que ya tenemos en nosotros esa
esencia del guerrero, amable y bondadosa. Esa certeza de que existe la
sabiduría en nosotros la podemos experimentar cuando meditamos. Podemos
experimentar un estado mental sin vacilación cuando meditamos, podemos estar
libres de miedos y dudas. Es un estado inamovible, que no se inmuta por los
pensamientos y emociones que van y vienen en la mente.
Aunque, al principio, sólo tengamos un destello de esa
esencia fundamentalmente buena que hay en nosotros, y no nos sintamos
completamente libres o buenos, podemos percibir que ese despertar, esa bondad
esencial, ya existe en nuestro corazón. Podemos entonces renunciar a las dudas
y, por tanto, vivir sin engaño. Entonces, la vida está impregnada de
inspiración, se da por sí misma sin ningún esfuerzo, y podemos disfrutarla
verdaderamente. Al soltar, conectamos con la energía inspiradora que nos ayuda
a unir completamente la disciplina y la alegría, convirtiendo esa disciplina en
algo fácil y magnífico.
En algún momento de nuestra vida, todos hemos sentido esa
energía o poder. Puede ser al entregarte a tu deporte favorito, o al amar
apasionadamente algo o alguien. En ocasiones, no lo sentimos como un huracán,
sino como una suave brisa delicada y refrescante.
Pensamos habitualmente que esa sensación proviene de una
causa en particular, asociándola con la situación en que sentimos esa poderosa
energía. Por eso, hay gente que se vuelve adicta a un deporte, o a enamorarse
continuamente, por el placer y lo viva que se siente cuando se enamora, o está
practicando deporte. Pero, cuando soltamos, descubrimos que hay una fuente
inagotable de energía siempre a nuestro alcance, sin importar las
circunstancias que nos rodeen. Esa energía no viene de ningún lado en
particular, siempre está aquí mismo, presente y a nuestra disposición, porque
es la energía que hay en nuestro propio corazón, en la esencia de nuestro ser.

Cuando entramos en contacto con el caballo de viento,
podemos, de forma natural, dejar de preocuparnos por nuestro estado de ánimo y pensar
verdaderamente en los demás, porque queremos compartir este descubrimiento con
otros que puedan también beneficiarse de esta energía. Así que, antes que nada,
descubrir la energía del caballo de viento es reconocer el poder de esa esencia
de guerrero que tenemos en nuestro interior, y luego extender sin ningún miedo
esta vivencia a los demás.
Experimentar este mundo con semejante fuerza e inspiración
nos provoca una gran alegría, pero, al mismo tiempo, tristeza. Como cuando
estás enamorado, sientes al mismo tiempo alegría y dolor, pero no es un
problema, es por la intensidad del sentimiento, y es maravilloso. De igual
forma, al experimentar el guerrero esa energía del caballo de viento, siente la
alegría y el dolor del amor en todo lo que hace. Sin importarle si las cosas
van bien o mal, ya sea que se encuentre con el fracaso o el éxito, se siente
encantado y triste a la vez, porque es vulnerable y mantiene su corazón abierto
a lo que sea que surge en su vida.
Así es como el guerrero empieza a comprender lo que
significa la confianza sin condiciones, que es como un resplandor brillante,
magnífico y lleno de alegría. A veces, se entiende como confianza salir
adelante de cualquier manera cuando nos encontramos sin otra alternativa que
valernos de nuestros propios recursos, y nos ponemos más agresivos para poder
superar las contrariedades. Pero esa es la forma de actuar de los guerreros
aficionados, a fuerza de empujar más fuerte, con más ímpetu, hasta abrirnos
paso entre los obstáculos, aunque nos dejemos la piel en ellos, o arrasemos por
donde pasamos.
Pero el auténtico guerrero no tiene confianza “en algo”, sino que se mantiene
en un estado de confianza, y es libre porque no necesita competir con nadie
para demostrar que es superior a otros. Ese estado de confianza no depende de
nada, es un estado mental de profunda calma que no necesita de ninguna
referencia externa para existir. No deja espacio para las dudas, que uno ni
siquiera se plantea. Es una confianza amable, porque no hay miedo; es
persistente, porque utiliza el ingenio; y es alegre, porque al confiar en
nuestro corazón surge el sentido del humor. Esta profunda confianza
incondicional se manifiesta en la vida del guerrero como una elegancia natural
y una presencia auténtica, resultado de haber aprendido a soltar completamente
expectativas y miedos.
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