Normalmente pensamos
que la alegría es algo que aparece en nuestras vidas de una manera aleatoria,
porque hemos tenido un buen día o lo hemos pasado bien con los amigos, pero la
verdadera alegría es algo más.
Podemos pensar que la riqueza y la tecnología nos pueden
hacer personas más felices, pero, en muchas ocasiones, comprobamos que personas
con muy pocas posesiones y una vida muy simple y sin tecnología parecen más
alegres que las que viven en un ambiente de abundancia y avances tecnológicos.
Puede ser que estas personas se sientan así por vivir en el
campo, o por sus creencias, pero creo que su alegría tiene más que ver con la
sencillez. La sencillez nos permite experimentar nuestra mente en un estado
desnudo y crudo. Uno de los aspectos más importantes de estudiar y practicar
las enseñanzas guerreras es que empezamos a confiar en nuestra mente y a
descubrir la esencia de bondad que hay en nosotros, y, como resultado, eso nos
hace sentirnos alegres.
Aunque no la experimentamos continuamente en nuestra vida,
cuando aparece la alegría la apreciamos y la disfrutamos. Por otra parte,
nuestra cultura nos anima a poner buena cara, aunque no nos sintamos así,
forzándonos a aparentar lo que no sentimos, que a nadie le gusta. Nos cubrimos
de una apariencia de alegría y esperamos que nadie, ni nosotros mismos, se dé
cuenta de que no somos felices. Entonces ansiamos algo más, porque no es algo
auténtico lo que sentimos, y es difícil de mantener este tipo de alegría.
En otros momentos eludimos la alegría, porque pensamos que
eso nos evitará sentirnos engañados o tontos cuando nuestra alegría llegue a su
inevitable final. Estamos convencidos de que es mejor ponernos a la defensiva,
porque la vida siempre acabará mostrándonos su cara dolorosa. Y cuando alguien
nos diga que nos animemos cuando no queremos hacerlo, eso simplemente nos
enfadará aún más.

La alegría surge, de forma natural, con la meditación, porque es una
cualidad del espacio que se crea en la mente. Cuando hay espacio en nuestra
mente, esta se relaja, y simplemente nos deleitamos por ello. Experimentamos la
posibilidad de vivir sin ser bombardeados continuamente por las emociones, el
pensamiento discursivo y los conceptos sobre la naturaleza de las cosas.
La falta de una verdadera alegría da como resultado una
sensación de claustrofobia en nuestra mente y nuestro corazón. Simplemente es
demasiado lo que hay, nos sentimos abrumados y apresurados. Teníamos de alguna
manera la impresión de que la vida tenía que ser feliz, y ahora estamos
experimentando todo lo contrario. Cuanto más nos esforzamos en retorcer la
realidad para que encaje en nuestra fantasía de felicidad, menos felices somos,
y más caótica parece nuestra mente.
En el camino del guerrero, gracias a la meditación, tenemos
en cuenta la cruda realidad de la vida, y continuamente la templamos con
alegría, no por ignorancia, sino gracias a la sabiduría. Contemplar la verdad
del dolor y el sufrimiento no nos conduce a la depresión, más bien nos ayuda a
apreciar lo que tenemos, que es la esencia del guerrero en nuestro corazón,
porque todos somos por naturaleza “guerreros despiertos”, aunque no lo sepamos.
Darnos cuenta de que todos nosotros somos guerreros despiertos nos da esa
sensación de deleite.
En las épocas y momentos más oscuros, cuando nos sentimos
más oprimidos e inseguros, debemos contemplar nuestra verdadera naturaleza más
que nunca. Eso nos puede levantar el ánimo en cualquier momento. A pesar de los
altibajos de nuestra vida, somos fundamentalmente guerreros despiertos que
tienen la habilidad natural de ser compasivos y sabios. Nuestra naturaleza es
estar alegres. Y esta alegría es mucho más profunda que las condiciones
temporales que nos puedan afectar. No necesitamos un día soleado para
alegrarnos.

Cuando acabemos de meditar, podemos continuar practicando la
alegría conforme la llevamos a nuestro día. Cuando estemos a punto de hundirnos
en la depresión o de abandonarnos al pensamiento discursivo, podemos contemplar
la noción de que la alegría es una posibilidad infinita, que nos da la
posibilidad de seguir adelante en cualquier situación, en lugar de sentirnos
oprimida por ella.
“Mantengamos siempre sólo una mente alegre”
La frase anterior se utiliza, entre otras, para el
entrenamiento mental desde hace siglos. Ya entonces, estar alegre era un camino
de meditación. Pero este camino y este entrenamiento debe estar arraigado en la
realidad. La realidad es que, bajo todas las turbulencias del deseo y todos los
sueños que usamos para engañarnos a nosotros mismos buscando formas temporales
de felicidad, nuestra mente es clara y alegre.
Eso no quiere decir que siempre tengamos que estar alegres,
porque hay ocasiones en que la alegría no es apropiada con lo que está
sucediendo. Obviamente, si alguien se hiere o enferma, sería insensible por
nuestra parte responder con alegría a esa situación.
Tampoco es necesario que seamos animadores constantemente. Podemos
deleitarnos simplemente estando sentados sin hacer nada, o dando un paseo, o
comiendo una fruta, que también pueden ser experiencias satisfactorias y
plenas. No necesitamos probar nuestra alegría una y otra vez, sencillamente
surge de forma natural. Estamos felices de estar vivos. Ese simple deleitarse
con lo que sea que haya, nunca va a poder ser reemplazado por tener más
posesiones, más dinero, más relaciones, o más poder.
“La alegría del rey no es mayor que la alegría de un mendigo”
No es lo que poseemos, sino lo que somos
capaces de disfrutar. Esto quiere decir que la auténtica experiencia de la
alegría no puede comprarse ni venderse. Lo que nos hace estar verdaderamente
alegres es que estamos libres de la fijación y el apego. Somos libres, y no
tenemos que depender de alguna otra cosa que nos haga felices. Podemos
disfrutar libremente del brillo natural de nuestra mente. Esa es la ecuanimidad
de la auténtica alegría, nada más, y nada menos, que simplemente deleitarse con
lo que hay.
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