Si no estás
intentando llegar a ningún sitio, entonces nada puede pararte.
Generalmente, decimos que algo es un obstáculo porque nos
impide alcanzar un objetivo que nos habíamos marcado. Si estamos recorriendo
una senda por la montaña y nos encontramos con un gran árbol caído cruzando nuestro
camino, eso es un obstáculo. Tendrás que darte la vuelta, pasar por encima de
él, o dar un rodeo. No puedes simplemente levantar el árbol para despejar tu
camino. Tienes que valorar la situación y encontrar la respuesta apropiada.
Tienes que ver cuáles son tus opciones, y para hacer eso, debes conocerte a ti
mismo: tus fortalezas y tus limitaciones.
Por otra parte, si no estás intentando llegar a ningún
lugar, el árbol ya no es un obstáculo, es simplemente un árbol caído en medio del
camino. Pude ser muy bonito, cubierto de musgo y con esa fragancia a madera.
Puede ser el hogar de muchos seres vivos. Puede ser un bonito sitio para
sentarte.
Entonces, ¿es el árbol un obstáculo por sí mismo o no?

Esta necesidad de desafiarnos a nosotros mismos está incluso
en los bebés. Con apenas cuatro meses de vida, tienen el objetivo de aprender a
moverse, y emplean la mayor parte de su tiempo despiertos trabajando con este
proyecto, pasando, poco a poco, de una etapa a la siguiente. Parece ser que nacemos así: necesitamos
obstáculos en cada etapa de nuestra vida para aprender y desarrollarnos.
¿Cómo se aplica esta relación con los obstáculos a nuestro
camino espiritual? ¿Necesitamos obstáculos para profundizar en nuestra práctica
de meditación y conseguir una sensación de realización y crecimiento?
Hay muchas listas de obstáculos típicos que nos encontramos
cuando practicamos meditación –cosas como el sopor, la incomodidad física, la
inquietud, la distracción, y la impaciencia— y hay varias sugerencias sobre
cómo tratar con ellos. Te anima saber que tus obstáculos en particular no son
tan únicos. Ya los han conocido y trabajado con ellos infinidad de practicantes
antes que tú.
No obstante, si te enfocas demasiado en los obstáculos y en
cómo superarlos, puede ser contraproducente, porque empiezas a relacionarte con
los obstáculos como si fueran más sólidos de lo que son realmente. Al mismo
tiempo, te arraigas más en tu visión de lo que se supone que tiene que suceder
cuando meditas. Te guía “la experiencia de meditación según tú”.
Desarrollar una visión sólida o una opinión de lo que se
supone que tienes que experimentar cuando meditas puede ser algo muy atractivo.
Si estás intentando fabricar una experiencia en particular, puedes disfrutar superando
los obstáculos para llegar hasta ella. Puedes medir tu meditación según los
criterios que te has establecido. Puedes documentar tu progreso… ¡puedes tener
éxito!
Todo eso es estupendo. Está bien progresar y superar obstáculos
conforme aparecen. Pero al final llega el momento en que hay que revisar la
idea de los obstáculos. Para hacer eso, lógicamente hay que aclarar adónde
estás intentando llegar con tu práctica.
En lugar de usar el término “meditar”, podía ser mejor simplemente decir
“experimentar”. Las experiencias surgen momento a momento, como lo hace la
práctica de meditación. Sin embargo, casi instantáneamente, etiquetamos estas
experiencias de una manera u otra: buena, mala, deseable, indeseable, etc. En
cuanto creamos estas etiquetas, entramos en el mundo de los obstáculos y los
antídotos. Nos encontramos luchando sutilmente para cambiar lo que es por lo
que pensamos debería ser. Este hábito está profundamente arraigado en nosotros.
Nuestros intentos por manipular las experiencias que
suponíamos serían mejores de lo que realmente estamos experimentando pueden ser
muy sutiles. Cuando estás meditando, puedes darte cuenta de los muchos momentos
de micro manipulación, los numerosos pequeños ajustes que haces para darle
forma a tu experiencia.
Como estás intentando hacer que algo suceda, también encuentras
obstáculos que superar. Necesitas formar alianzas y tomar partido. Esto puede
ser muy sutil y en cierta forma oculto, como una guerra cibernética, pero sigue
estando ahí. Incluso si consigues arreglártelas para superar tus obstáculos
mientras estás en el cojín de meditación, una vez te levantas y vuelves a tu
vida diaria, vuelven a aparecer de nuevo.

Una vez que ya has establecido la base de asentar tu mente y
trabajar con los obstáculos de la práctica más groseros, puedes empezar a
cuestionarte todo el concepto de obstáculos. Los obstáculos surgen debido a tu
deseo de llegar a algún sitio, de hacer algo, de ser alguien. Son una expresión
de tu deseo de controlar y de tu incomodidad con la experiencia tal cual, sin editar.
Según vas soltando la necesidad de empujar tu práctica y de intentar hacer que
algo suceda, cada vez hay menos obstáculos. No vas a ningún sitio, así que no
hay nada que interrumpir, nada que obstruir.
No importa lo mucho que utilicemos palabras como “ser” y “presencia”,
no es fácil simplemente ser, y no hacer. La práctica de la meditación no trata
de hacer que las cosas sean diferentes, y tampoco trata de convertirnos en una
persona mejor o diferente. De hecho, es justo lo contrario: trata de desarmar el
paradigma completo de intentar llegar a algún sitio y ser alguien.
Continuamente estamos teniendo vislumbres de meditación, incluso los
principiantes, en los momentos en que olvidamos intentar ser meditadores.
Todo el proyecto de la meditación, con sus obstáculos y antídotos, es una
experiencia fabricada: prepara el escenario y así tiene su lugar. Pero, es
importante no aferrarte demasiado a esa producción. Cuando dejas de esforzarte
tanto, cuando tienes menos objetivos, los obstáculos desaparecen de forma natural.
No es que los hayas superado, simplemente no tienen un lugar donde aterrizar.
No tienen razón de ser. Cuando dejas de tener objetivos, la meditación se
convierte en algo muy sencillo.
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