No hay que ir tras las
apariencias, ni quedarse atrapado en el vacío
Un antiguo
maestro guerrero dijo a su discípulo: “Ahora
que ya eres libre, que has dejado de perseguir y apegarte a las apariencias, no
te quedes atrapado en el vacío del desinterés”. Todas las apariencias,
todos los fenómenos del mundo que nos rodea, están en esencia vacíos. Y, al
mismo tiempo, todo vacío se manifiesta como apariencia. Las apariencias están
vacías, y el vacío es la apariencia. No se puede llegar al vacío rechazando las
apariencias, y tampoco se puede uno aferrar a las apariencias negando el vacío
que está en su esencia. ¿Por qué corremos entonces detrás de las apariencias?
¿Por qué intentamos quedarnos absortos en el vacío?
El agua fluye por
naturaleza, nadie le dice por donde ir, pero siempre encuentra su camino hacia
el mar. No se desvía de su camino por el color de las piedras que encuentra a
su paso, ni deja de fluir por haber encontrado un remanso de paz en su
recorrido. Por mucho que corramos tras las apariencias de este mundo, no
llegaremos a ningún sitio donde podamos escondernos del desenlace final de
nuestra vida. Por mucho que nos aferremos a las apariencias, estas se
disolverán finalmente en el vacío, en el mismo vacío en el que nos disolveremos
también nosotros.
Fluye como el agua, libre y alegre, disfrutando del camino mientras lo recorres. Disfrutando de cada momento, del momento presente, viviendo cada instante como si fuera el último de tu vida, pues no sabes realmente cuál de ellos será ese en concreto, pero sabes que llegará tarde o temprano. Fluye libre, sin apegarte a las apariencias y sin perderte en el vacío.
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