Si recorremos nuestra vida tranquilos
y atentos, no necesitamos demostrar lo que valemos, porque estamos seguros que
la paz que sentimos en nuestro corazón es una realidad que nadie puede
cuestionar.
Los maestros guerreros nos enseñan que el sufrimiento es el
resultado de correr detrás de las cosas externas que pensamos nos van a dar la
felicidad. Vagamos errantes porque estamos insatisfechos y descontentos, y
buscamos de alguna manera encontrar ese lugar donde ser felices, donde estar
satisfechos.
A veces, queremos lo mismo que tiene otra persona que parece
estar feliz, pero cuando lo conseguimos no parece tan bueno como imaginábamos,
ni nos satisface. Esto nos ocurre muy a menudo porque, en realidad, no
queríamos eso en concreto, sino sentir la misma satisfacción que veíamos en la
otra persona.
Gran parte de la tensión con la que vivimos en la actualidad
es simplemente insatisfacción, no estamos satisfechos con lo que tenemos, o con
lo que somos. El deseo es insaciable, lo único que quiere es consumir y, por su
naturaleza es imposible de satisfacer, porque el deseo surge de la búsqueda
agresiva de satisfacción en los objetos externos. Y esa expectativa de
encontrar la felicidad fuera de nosotros mismos siempre acaba en desilusión, es
como si nos castigáramos a nosotros mismos, es la mente poniéndoselo difícil a
sí misma.
Pero si somos inteligentes, si utilizamos el discernimiento
para saber cuándo parar, seremos capaces de ver cuándo nos estamos poniendo las
cosas difíciles, y encontraremos satisfacción al darnos cuenta de ello. Este
tipo de satisfacción, de contentamiento, nos aporta dignidad. Si nos movemos
por la vida con atención, utilizando el discernimiento, y diligentes en lo que
sabemos debemos hacer, estaremos tranquilos, seremos afables y mansos, porque
no necesitaremos nada más, sabremos que ya tenemos todo lo que necesitamos para
ser felices. Habremos encontrado la paz mental y tendremos un plan definido y
claro para vivir la vida conscientemente. Esa satisfacción nos la da la
confianza, porque le da estabilidad a la mente y disuelve la agresividad que
surge cuando queremos que las cosas sean diferentes de lo que son.

Gracias a la introspección y el discernimiento nos podemos
alejar de nuestras proyecciones, y dejar de buscar como desesperados la
constante confirmación de nuestro aparente e ilusorio “yo”, porque descubrimos
la paz que hay por debajo de la agitación superficial. Dejamos de dar vueltas a
lo que nos ocurrió en el pasado, y no nos preocupamos sobre lo que nos traerá
el futuro, simplemente vivimos y actuamos en el momento presente.
Cuando seamos capaces de ver con claridad lo que debemos
cultivar y lo que debemos descartar en nuestra vida, incluyendo nuestros
patrones habituales de pensamientos repetitivos, estaremos preparando el
terreno para invitar y acoger en nuestra vida la magia de la satisfacción.
Entonces estaremos verdaderamente haciendo realidad la base de un mundo
despierto: Ser capaces de ver nuestra propia agresividad, y de discernir las
posibles consecuencias de esa agitación, para poder tomar en nuestra vida un
rumbo diferente. Antes de actuar impulsados por el enfado o la ambición, nos
tomaremos un tiempo para reflexionar y valorar las consecuencias. Podemos
respirar profundamente antes de reaccionar y dejarnos llevar por el primer
impulso, o contar hasta diez antes de dar una mala contestación a alguien, o
dejar pasar un poco de tiempo antes de enviar un mensaje cargado de mal humor.
De esta forma, en lugar de crear a nuestro alrededor un mundo de miedo, un
mundo de arrogancia, o un mundo de hostilidad, podremos decidir irradiar una
energía diferente para crear un mundo mejor, más amable y armonioso. Al confiar
en la paz que reside en nuestro corazón, podemos vivir en un mundo de
satisfacción.
Cuanta más confianza tengamos en la paz que hay en nuestro
interior, más podremos comprobar su fuerza. Cuanto más sintamos esa
satisfacción, más fácil será disolver la negatividad, porque es la satisfacción
la que tiene el poder de llevarnos más allá de nuestros miedos. Esa confianza
nos proporciona una amistad completa con nosotros mismos, o sea, tranquilidad y
armonía, y dejamos de crear tensión a nuestro alrededor.
Al hacernos realmente amigos de nuestra mente podemos ver las
dificultades con las que se encuentran los demás, y eso nos ayuda a ser
clementes. Y somos clementes principalmente porque tomamos esa decisión de una
manera consciente al saber lo que sucede cuando no tenemos piedad: actuamos
agresivamente con los demás, ya sea utilizando palabras hirientes o haciendo
algo que haga daño a otra persona. Podemos ver con claridad que, al mentir,
atacar a alguien, o reaccionar por envidia, nos estamos contaminando, nos
volvemos densos y nos ponemos a la defensiva, intentando demostrar lo que
valemos. Cuando actuamos de esta manera, podemos sentir cómo nuestra energía
interior disminuye, una señal de que nuestra mente se ha dejado llevar por las
tendencias habituales porque hemos dejado de sentirnos satisfechos.
Debemos utilizar el
discernimiento para no dejarnos engañar por nuestras proyecciones y tomar la
decisión de actuar conscientemente y con cuidado. Si tomamos decisiones
considerando la ley universal de causa y efecto, estamos actuando en armonía
con el fluir natural de la vida, no estamos siendo arrogantes, no reaccionamos
de forma impulsiva y sin pensar, no buscamos la forma de conseguir la atención
de los demás, porque sabemos que obsesionarnos con algo solamente nos traerá
sufrimiento y que no por tener más vamos a sentirnos verdaderamente
satisfechos. De esta manera dejamos de estar encadenados a la agresión.
Ganamos más confianza interior cada vez que nos liberamos de
la agresión, porque sabemos algo que va más allá de la simple inteligencia. Al
movernos por la vida atentos y conscientes, ya no necesitamos demostrar lo que
valemos, porque tenemos la confianza de que la paz que sentimos en nuestro
corazón es verdaderamente incuestionable, y no depende de lo que consigamos,
sino de lo que somos.
Pero esta satisfacción que nos da la confianza en nuestro
corazón no quiere decir que nos rindamos o conformemos sin más, sino todo lo
contrario. Normalmente, sólo nos fijamos en lo que ganamos o perdemos a corto
plazo, y la meditación nos hace ver esto con claridad y cómo el discernimiento
nos lleva hacia recompensas más valiosas a largo plazo. Aunque podemos seguir
disfrutando de las pequeñas cosas que nos gustan, o seguir esforzándonos por
hacer lo mejor posible lo que sea que nos propongamos día a día, nos lo tomamos
todo con más calma, al no perder la perspectiva de lo que realmente es valioso
en la vida.
Cuando aprendemos a dirigir nuestra vida como verdaderos
guerreros, nos implicamos en la vida diaria de una manera diferente, porque no
vamos buscando nuestro propio beneficio o vencer pase lo que pase. Somos
conscientes de que lo que ganamos hoy lo perderemos mañana, y que el placer se
convertirá en dolor en algún momento. Al tener más confianza en nuestra esencia
de guerreros, también confiamos más en nosotros mismos, y ya no estamos
obsesionados en conseguir lo que queremos con agresividad. En algún momento
dejaremos de apegarnos y rechazar el placer y el dolor, la esperanza y el
miedo.
Cuando estamos seguros de que tenemos todo lo necesario para
ser felices, crece en nosotros esa fuerza interior que confía en sí misma, y
nos impulsa a ser cordiales y atentos con los demás. Podemos ser afables porque
estamos satisfechos, ya no estamos desesperados. En ocasiones podrán confundir
nuestra cordialidad con el miedo, pero esa ausencia de agresión que demostramos
es resultado del camino recorrido, de tener muy claro que ir por la vida
avasallando a los demás no va a traernos más que dificultades.
“Con agresión podrás conseguir
algunas cosas, pero con amabilidad las podrás conseguir todas”
La ayuda de la energía sagrada de la magia ordinaria aparece
en nuestra vida cuando nos acercamos a una situación con humildad y
mansedumbre. Entonces, brilla en nuestro mundo todo lo sagrado que nos ofrece
el universo, gracias a nuestra capacidad de darnos cuenta, de ver y apreciar lo
que tenemos a nuestro alrededor, y dentro de nosotros mismos. Somos mucho más
sensibles a todas las percepciones de nuestros sentidos, sentimos una gran comprensión
y un inmenso agradecimiento en nuestro corazón, porque nuestra mente es
realmente capaz de apreciar todo lo que está a su disposición, y está realmente
satisfecha.
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