Aceptando nuestras
emociones sin reaccionar, podemos aprender realmente a servir a los demás.
Cuando nos encontramos en la vida con el dolor, la pena, la
pérdida, el miedo, la frustración o la ansiedad, cerrarse no es una opción,
porque no podemos servir a otros sin sentir. Si nos apoyamos firmemente en el
dolor y el sufrimiento que aparecen cuando mantienes una conexión con otras
personas, podemos viajar juntos atravesando grandes dificultades hacia una
sensación mayor de paz y una visión más profunda de la realidad.
El viaje del guerrero requiere
que éste permanezca atento a su propia sensación de estar roto internamente,
pero lo suficiente flexible para recordar que dentro de ese sentirse roto está
la perfección. Debemos recordar que nuestra mente es la misma mente de los
maestros guerreros que nos han precedido a lo largo de los siglos. Que es la
misma mente que la de cualquier otra persona, sin importar donde esté o a qué
se dedique.
Según enseñanzas guerreras, el universo entero es un incesante
y vasto despliegue de apariencias que nunca acaba y está en constante cambio.
Eso se refleja en la manera en la que interactuamos con la riqueza de todo lo
que surge. Ya sea el campo visual del color y la forma, la naturaleza táctil de
lo físico, o las formas emocionales en las que interactuamos con otros, nuestra
vida es un campo de asombrosas apariencias en continuo cambio.
Normalmente, empleamos la mayor parte de nuestro tiempo poco
orientados hacia el constante fluir del cambio y el arte de este intrincado
tapiz. Por eso olvidamos que este juego de fenómenos es también una
demostración de perfección, una serie de momentos cargados de naturaleza
iluminada que aparece con ellos.
En lugar de eso, al olvidar la pureza fundamental de nuestra
mente y la alegría asociada al reconocer su verdadera naturaleza, creamos
cadenas de narrativa y explicaciones. Aplicamos nuestros patrones y referencias
habituales de ver las cosas a lo que surge de forma natural, y esto nos lleva a
alejarnos aún más de la verdadera naturaleza de la mente y de la forma en que
surge.
A veces, acabamos en narrativas de dolor y tristeza, historias
arraigadas en el duro hueso y la tierna carne que se sienten reales y
permanentes. En otros momentos, las emociones conflictivas causadas por los
tres venenos del apego, la aversión, y la ignorancia, hacen todas nuestras
experiencias de lo más difícil, agotadoras, y abrumadoras. Todo esto es muy
común cuando experimentamos emociones dolorosas como el miedo, la pérdida, la
ansiedad, y la falta de seguridad.
Esto es parte de la eterna historia de lo que significa ser
humano. Nuestro sufrimiento es un hilo que nos une a todos. Confundimos las
apariencias, que nunca han existido realmente, con algo permanente. Bajo el
poder de la ignorancia, confundimos la conciencia de uno mismo por un yo real.
Bajo el poder de la fijación dualista, vagamos sin rumbo por la existencia.
Cuando tenemos que responder ante súbitas crisis, las
desafiantes emociones que aparecen y la opresión mental que se siente al quedarnos
atascados en nuestra reactividad se convierten en valiosos maestros. Quedarnos
atascados es una forma de experimentar la sabiduría, de hacer un amigo, y de
descansar en el estado despierto.
Las prácticas meditativas de atención y conciencia dejan expuestas
todas las experiencias como lo que son: apariencias manifestándose, el
verdadero tema de nuestra práctica.
¿Qué significa dejar de perseguir algo, parar y observar
nuestra relación con los desafíos de la vida? ¿la aceptación radical de las prácticas
meditativas de atención y conciencia liberarán nuestro aferramiento y aversión
a lo que sea que surja en nuestra vida? ¿Cultivar la conciencia puede
liberarnos del miedo, la enfermedad, la adicción, la injusticia, y la
violencia?
Sí, puede. Podemos parar
y descansar juntos y aprender a apreciar la riqueza de este preciso momento.
Podemos estar presentes ante el sufrimiento y no mirar hacia otro lado, ni
cerrar el corazón.
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