Durante nuestra vida nos encontramos a menudo ante
situaciones que pueden considerarse sin esperanza, y podemos preguntarnos en
esos momentos “¿por qué? ¿por qué vamos a tener la esperanza de que acaben las
guerras o las injusticias? ¿Cómo vamos a tener esperanza por los que están
muriendo, o por los refugiados que huyen de la masacre? ¿Cómo vamos a tener la
esperanza de que se actúe de una vez para evitar el cambio climático?”
Es posible que tengamos problemas con la noción de esperanza,
pero podemos abrirnos a otra perspectiva de esperanza, a la que podríamos
llamar esperanza sabia.
Como guerreros, sabemos que la esperanza ordinaria se basa
en el deseo, en querer conseguir un resultado diferente al que es previsible.
Si no conseguimos lo que esperamos, normalmente lo experimentamos como algo
desafortunado. Con este tipo de esperanza siempre se tiene la sensación de que
nos acecha la sombra del miedo de que no se cumplirán nuestros deseos. Esta
esperanza ordinaria es una expresión sutil del miedo y una forma de
sufrimiento.
La esperanza sabia no significa ver las cosas de una manera
poco realista, sino más bien ver las cosas tal y como son, incluyendo el
sufrimiento, tanto su existencia como nuestra capacidad para transformarlo.
Cuando nos damos cuenta que no sabemos lo que sucederá, es entonces cuando
surge este tipo de esperanza, porque es en ese espacio de incertidumbre donde
verdaderamente necesitamos actuar.
Demasiado a menudo nos quedemos paralizados por la creencia
de que no hay esperanza: que nuestra enfermedad no tiene remedio, que no hay
forma de arreglar la situación política, que no se puede hacer nada para
revertir el cambio climático… Es muy fácil sentir que ya nada tiene sentido, o
que no tenemos poder para cambiar las cosas y por tanto no vale la pena que lo
intentemos.
Sí, el sufrimiento está ahí, no podemos negarlo. Siguen
aumentando los refugiados, las guerras, el cambio climático, las injusticias,
la pobreza, y el racismo. Pero hay que comprender que la sabiduría sabia no niega
esas realidades, sino que se enfrenta a ellas, trata con ellas, y también
recuerda lo que hay presente, como los cambios en nuestros valores que
reconocen el sufrimiento y nos impulsan a tratar con él en el momento presente.
Debemos observar lo que ocurre en el presente, no huir de él.

Como guerreros, compartimos la aspiración común de despertar
nuestro corazón y aclarar nuestra mente, de despertar de la confusión y el
sufrimiento, y esa aspiración no es un programa de mejora para nuestro “pequeño
yo”, sino una auténtica aspiración de poder ayudar a otros a despertar. Ese
compromiso esencial en el Camino del Guerrero es una poderosa expresión de una
esperanza sabia y radical, una esperanza incondicional que está libre de deseo.
Como dijo Dostoievski: “Vivir sin esperanza es dejar de
vivir”. Sus palabras nos recuerdan que la apatía no es el camino del despertar.
Estamos llamados a vivir con esa posibilidad de despertar, siendo al mismo
tiempo conscientes de la transitoriedad que impregna todas las cosas. Así que,
a pesar de lo negro que pueda parecer el futuro, aún podemos tener esperanza.
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