Cuando nos encontramos en la vida con situaciones que nos
dan miedo, podemos aprovecharlas, como guerreros, para apoyarnos en ellas y
saltar hacia delante superando nuestros miedos. Cuando sentimos miedo, cuando
nos acobardamos, tenemos también el valor un poco más allá. Si nos movemos en
la dirección correcta, si damos un paso más allá del miedo al que nos
enfrentamos, podremos traspasar la línea que separa la cobardía del valor.
Tal vez no sea algo inmediato, quizá nos cueste un poco de
tiempo dar ese paso para encontrar el valor, ¿o deberíamos decir encontrar el
valor para dar ese paso? Si buscamos en nuestro miedo, primero encontraremos
una sensación temblorosa de ternura. Podemos temblar de miedo, pero también de
ternura, de sensibilidad, de sentirnos vulnerables y temer que el mundo toque
nuestro tierno corazón.

El auténtico guerrero
tiene que sentir su corazón, ese corazón lleno de ternura y tristeza, sensible
y vulnerable. El auténtico guerrero es tan sensible a todo lo que le rodea,
a lo que ve, a los aromas, a los sonidos, a las sensaciones de su cuerpo.
Siente cada experiencia plena e intensamente, apreciando hasta el detalle más
mínimo de lo que encuentra en su camino. Escucha la brisa moviendo las hojas de
los árboles, las gotas de lluvia al caer, el aleteo de una mariposa. Gracias a
su extrema sensibilidad, el guerrero puede seguir cultivando su disciplina, y
aprender el profundo significado de la renuncia.



La meditación sentada nos permite entrenarnos y cultivar la
renuncia en un medio ideal. Mientras meditamos, prestando atención a la
respiración, observamos cómo los pensamientos surgen y desaparecen formando
parte del proceso de pensar. No nos agarramos a los pensamientos para irnos con
ellos, y tampoco los rechazamos o luchamos contra ellos. Los observamos como
algo natural que ocurre en nuestra mente, pero no les damos ninguna relevancia
especial, sin importar que sean agradables o desagradables.
Básicamente, cuando meditamos mantenemos la mente estable,
no subimos ni bajamos con los pensamientos que surgen en ella, simplemente los
observamos, sin involucrarnos con ellos. Positivos o negativos, atractivos o
repugnantes, alegres o tristes, sean como sean los pensamientos que aparezcan,
simplemente los dejamos en paz, nos dejamos en paz a nosotros mismos. No
escogemos algunos para descartar el resto, estamos abiertos a lo que surja,
creamos un amplio espacio en nuestra mente que pueda acoger todo lo que aparezca en ella, sin límites.

No obstante, la renuncia necesita cierta discriminación, la
disciplina del guerrero le indica qué cultivar y qué evitar. Lo que cultivamos
con la renuncia es nuestro interés por los demás, pero, para estar realmente
abiertos y disponibles para los demás, debemos abandonar la actitud egoísta que
nos impulsa a interesarnos sólo por nosotros mismos. Llega un momento en que el
guerrero debe abandonar su acogedor hogar, su rincón particular y privado, para
poder encontrarse con ese mundo inmenso que está esperándole. Esa renuncia, ese
partir dejando atrás lo cómodo y seguro, es indispensable para ocuparse
realmente de otros.

Nos acostumbramos fácilmente a lo que nos perjudica y nos
cuesta mucho hacer lo que realmente nos beneficia. Sentimos gran atracción por
la comodidad y seguridad de nuestra coraza, de nuestro espacio egoísta, y
tenemos miedo de salir de ahí, de abrirnos al mundo para ir más allá de nuestro
propio interés. Para superar la duda que surge cuando nos planteamos renunciar
a nuestra comodidad, y para poder realmente dedicarnos a los demás, es
imprescindible que saltemos.
Cuando meditamos, demostramos nuestra valentía y saltamos
cuando dejamos ir nuestros pensamientos, cuando vamos más allá de nuestras
expectativas y de nuestros temores, sin dejarnos arrastrar por lo que aparece
en nuestra mente. De esta forma, somos capaces de simplemente ser, de
dejarnos en paz, de atrevernos a estar en un inmenso espacio donde no hay a qué
agarrarse. No es preciso dejar de pensar, podemos permitir que los pensamientos
sigan surgiendo, pero también los dejamos tranquilos. Salimos con el aire que
exhalamos, y nos disolvemos con él, descansando en la experiencia.

Aunque existe el peligro de que, una vez hayamos dado ese
valiente salto, nos asalte la arrogancia. Es posible que pensemos: “¡Qué gran
guerrero soy! ¡he sido muy valiente al salta al vacío!”. Pero la prepotencia
destruye al guerrero, le impide ayudar realmente a los demás. Es por eso que el
guerrero se entrena en la renuncia al tiempo que desarrolla un corazón afable,
una actitud abierta y tierna que le mantiene sensible al mundo y a los seres
que le rodean.

Parece extraño, pero cuando el guerrero ha conseguido renunciar a
todo lo que le separaba del mundo, a su comodidad y a su propio interés, se
encuentra aún más solo que antes. Es, en cierta forma, como una isla, a la que
vienen visitantes y se vuelven a ir. El guerrero descubre que, aunque esté
entregado a ayudar a los demás, nunca podrá compartir su experiencia con nadie
más. Su propia experiencia es solo suya, esa plenitud, esa riqueza en su
corazón, es algo que siente y vive con intensidad, pero que no puede comunicar
con palabras a otros, ni invitarles a sentir lo que él siente en cada momento.
Es su verdad, su vida, su sentir.

Más abajo puedes dejar un comentario sobre lo que te ha parecido esta publicación y también sugerir algún tema sobre el que te gustaría leer en futuras publicaciones. Gracias por tu colaboración.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu colaboración.