Según
profundizamos en nuestro camino, en nuestra vida espiritual, desarrollamos la
capacidad de reconocer y entrar en contacto con los aspectos más difíciles de
nuestro interior. A nuestro alrededor encontramos envidia, miedo, prejuicio,
odio e ignorancia. Los guerreros que buscan liberación y sabiduría están obligados
a descubrir la naturaleza de esas fuerzas en su propio corazón y en su propia
mente. Aunque en un principio sólo descubramos cómo nos quedamos atrapados por
ellas, finalmente nos liberaremos de esas energías básicas y primarias.
A veces,
cuando los obstáculos, esos demonios que nos acechan, son muy difíciles de
superar, podemos usar temporalmente diferentes prácticas que sirven para disiparlos
y actúan como antídotos. Un antídoto
tradicional para el deseo es reflexionar
sobre la fugacidad de la vida, en la naturaleza efímera de la satisfacción
externa, y sobre la muerte. Para el
enfado, un antídoto es cultivar pensamientos de amor compasivo y
cierto grado de perdón. Para el sopor,
un antídoto es elevar la energía mediante una postura erguida y estable,
visualizaciones, prestando atención a la inspiración, y mediante respiraciones
más profundas. Para la inquietud, un
antídoto es centrarse mediante técnicas internas para calmar y relajar.
Y para la duda, un antídoto es la
confianza e inspiración que se consigue leyendo o hablando con alguien sabio.
No obstante, la práctica más importante
es reconocer y llamar por su nombre a esos demonios, los obstáculos,
expandiendo nuestra capacidad de ser libres, aunque estemos rodeados por ellos.

El
propósito del camino del guerrero, de la vida espiritual, no es crear un estado
mental especial,
porque un estado mental siempre es temporal. El propósito es trabajar
directamente con los elementos más primarios de nuestro cuerpo y nuestra mente,
para ver las formas en que nos quedamos atrapados por nuestros miedos, deseos,
y enfados, y descubrir nuestra capacidad de ser libres. Conforme vayamos trabajando con nuestros obstáculos,
esos que nos parecían demonios enriquecerán nuestra vida. A menudo se les llama
“abono para el despertar” o “maleza mental”, que arrancamos o enterramos cerca
de la planta para nutrirla.
La práctica del guerrero es utilizar todo lo que surge en su interior
para hacer crecer su comprensión, compasión, y libertad. Así, el guerrero puede convertir
las dificultades que encuentra en su práctica en parte de la plenitud de la
meditación, en un lugar donde aprender y abrir el corazón.
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