¿OBSTÁCULOS O NUTRIENTES?


Según profundizamos en nuestro camino, en nuestra vida espiritual, desarrollamos la capacidad de reconocer y entrar en contacto con los aspectos más difíciles de nuestro interior. A nuestro alrededor encontramos envidia, miedo, prejuicio, odio e ignorancia. Los guerreros que buscan liberación y sabiduría están obligados a descubrir la naturaleza de esas fuerzas en su propio corazón y en su propia mente. Aunque en un principio sólo descubramos cómo nos quedamos atrapados por ellas, finalmente nos liberaremos de esas energías básicas y primarias.

A veces, cuando los obstáculos, esos demonios que nos acechan, son muy difíciles de superar, podemos usar temporalmente diferentes prácticas que sirven para disiparlos y actúan como antídotos. Un antídoto tradicional para el deseo es reflexionar sobre la fugacidad de la vida, en la naturaleza efímera de la satisfacción externa, y sobre la muerte. Para el enfado, un antídoto es cultivar pensamientos de amor compasivo y cierto grado de perdón. Para el sopor, un antídoto es elevar la energía mediante una postura erguida y estable, visualizaciones, prestando atención a la inspiración, y mediante respiraciones más profundas. Para la inquietud, un antídoto es centrarse mediante técnicas internas para calmar y relajar. Y para la duda, un antídoto es la confianza e inspiración que se consigue leyendo o hablando con alguien sabio. No obstante, la práctica más importante es reconocer y llamar por su nombre a esos demonios, los obstáculos, expandiendo nuestra capacidad de ser libres, aunque estemos rodeados por ellos.

Cuando ganamos habilidad llamando por su nombre a nuestra experiencia, descubrimos una sorprendente verdad: descubrimos que ningún estado mental, ningún sentimiento, ninguna emoción dura realmente más de quince o treinta segundos antes de que sea reemplazado por alguna otra. Esto es cierto tanto con los estados alegres como dolorosos. Normalmente pensamos que los cambios de humor duran mucho tiempo, que tenemos un día enfadado o una semana triste. Sin embargo, cuando observamos realmente de cerca un estado y lo llamamos por su nombre como “enfado, enfado…”, entonces descubrimos de repente o nos damos cuenta de que ya no es enfado, que después de nombrarlo suavemente diez o veinte veces se ha desvanecido. Quizás se transforme en un estado asociado como resentimiento. Cuando llamamos por su nombre al resentimiento, lo sentimos durante un rato, y entonces se convierte en autocompasión, seguido por depresión. Entonces observamos la depresión por un poco de tiempo y se convierte en pensamientos, y después eso vuelve a ser enfado o alivio, o incluso risa. Llamar por su nombre a las dificultades nos ayuda también a nombrar los estados alegres. Claridad, bienestar, alivio, éxtasis, calma, todo puede nombrarse como parte del espectáculo transitorio. Cuanto más nos abramos, más podremos sentir la naturaleza incesante de este fluir de sentimientos y descubrir una libertad más allá de todas las cambiantes condiciones.


El propósito del camino del guerrero, de la vida espiritual, no es crear un estado mental especial, porque un estado mental siempre es temporal. El propósito es trabajar directamente con los elementos más primarios de nuestro cuerpo y nuestra mente, para ver las formas en que nos quedamos atrapados por nuestros miedos, deseos, y enfados, y descubrir nuestra capacidad de ser libres. Conforme vayamos trabajando con nuestros obstáculos, esos que nos parecían demonios enriquecerán nuestra vida. A menudo se les llama “abono para el despertar” o “maleza mental”, que arrancamos o enterramos cerca de la planta para nutrirla.

La práctica del guerrero es utilizar todo lo que surge en su interior para hacer crecer su comprensión, compasión, y libertad. Así, el guerrero puede convertir las dificultades que encuentra en su práctica en parte de la plenitud de la meditación, en un lugar donde aprender y abrir el corazón.






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