Lo
que llamamos vida, para el guerrero es simplemente experiencia, y la
experiencia es relación. Nuestra existencia no es independiente, no podemos
existir sin depender de los demás. Estamos continuamente conectados a otros
seres de innumerables formas.
De
todas las relaciones que tenemos en nuestra experiencia interdependiente, la
más directa, la más emocional, y la más capaz de darnos grandes alegrías y
sufrimientos es una relación íntima o cercana con otro ser humano, ya que le
solemos damos una gran importancia.
Para
el guerrero, las relaciones son un gran espejo. Son el espejo en el que nos
vemos, en el que nos descubrimos a nosotros mismos. Aunque ese espejo puede
estar deformado y mostrar una imagen distorsionada, o ser un espejo muy claro
en el que veamos de una forma muy directa quién somos y cómo somos. Eso es lo
que hace de las relaciones una valiosa experiencia.
Cuando
estamos solos, podemos disfrutar fácilmente de nuestras fantasías, juegos
mentales, regodeos ególatras, y demás. Podemos seguir así indefinidamente sin
ningún problema. Pero ¡intenta hacer eso con tu pareja o amigo! Entonces
aparece el espejo que reflejará y te mostrará tus aspectos egocéntricos más
desagradables. Un espejo es muy neutral, simplemente refleja sin tomar partido.
Es un espejo para ambas partes.
Como
hay mucho que asimilar en este espejo de las relaciones, tenemos la tendencia
de ver sólo lo que queremos ver. El problema en este caso es que dos personas
que tengan una relación cercana pueden ver dos cosas muy diferentes. Si una
quiere ver algo y la otra quiere ver algo diferente, las dos estarán mirando al
mismo espejo, pero viendo cosas diferentes reflejadas en él. Como resultado,
perderemos el equilibrio y los beneficios de la relación, del espejo. O bien idealizamos nuestra relación, o escapamos de ella. En vez de vivir en este
preciso momento viviremos en el futuro. Pero si podemos practicar el estar en
el momento presente, la relación se convierte en un camino de aprendizaje y el
espejo en un gran maestro.

En
toda relación, ya sea de pareja o amistad, hay un vínculo común, pero también
hay dos corrientes mentales individuales. Debemos respetar eso y permitir la
independencia de la otra parte. El espacio común debe respetar el espacio
individual.
No
podemos dominar a la otra persona ni intentar que sea igual que nosotros.
Tenemos que comprender que el otro no sólo tiene necesidades sino también sus
propias tendencias kármicas habituales que no podemos cambiar. Cada uno tiene
que iniciar el cambio por sí mismo, no se puede forzar a nadie a cambiar. Las
enseñanzas guerreras nos enseñan que no podemos cambiar el karma de otra
persona, ni siquiera los maestros más realizados lo pueden hacer. Te pueden
mostrar el camino, pero recorrerlo depende totalmente de cada uno.
El
principio básico de una relación es compartir. Compartimos nuestra sabiduría,
nuestro conocimiento, nos permitimos ser un espejo, pero depende de cada individuo
lo que escoja. Debemos respetar eso, debemos saber que la otra persona actúa
impulsada por sus patrones habituales, igual que lo hacemos nosotros. De la
misma forma que no se nos puede forzar a cambiar desde fuera de nosotros mismos,
lo mismo ocurre con los demás.
Los
problemas comienzan cuando perdemos el equilibrio que se da al comprender la
interacción entre la conexión y la separación. Dejamos de ser conscientes de
ello cuando perdemos el equilibrio básico de las enseñanzas sobre el altruismo
y la ausencia de ego, y nos volvemos egoístas, egocéntricos, o incluso
ego-maníacos.
Ahí
es donde comienza el sufrimiento y acaba la alegría, donde la alegría de la
relación acaba y comienza el sufrimiento de la relación. Cuando una relación es
problemática, eso puede estimular nuestro camino. No podemos esperar que todo
sea siempre perfecto. En el espejo de la relación, descubrimos todas estas
cosas. Descubrimos la verdadera naturaleza de la relación y descubrimos cómo
perdemos el equilibrio, cómo perdemos la visión altruista y carente de ego,
cómo perdemos el sentimiento de amor y cariño.

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