Es duro ser un guerrero. Vivir
puede ser abrumador. Nuestro corazón anhela encontrar la felicidad, pero las
situaciones en la vida nos impulsan a crear estrategias de supervivencia para
protegernos del sufrimiento. Una de las defensas habituales es levantar un muro
que proteja nuestro corazón para que no sufra más. Nos anestesiamos y nos
retraemos. O nos sentimos tristes y deprimidos, o ansiosos y temerosos, o
enfadados y hostiles.
Cuando empezamos a practicar y
recorrer este camino del guerrero, podemos tal vez verlo como simplemente otra
estrategia, una forma de escapar de nuestra angustia. Pero lo que nos ofrecen
las prácticas guerreras no es protección para evitar el dolor, lo que nos
invitan a descubrir es que podemos aprender a encarar cualquier cosa que surja
en la vida como un ejemplo de un corazón despierto.
Todo lo que encontramos es una
manifestación de esa naturaleza despierta, incluso lo que no queremos y nos
causa sufrimiento. Una vez que nos arriesgamos a encontrarnos con nuestras
vidas cara a cara, también podemos aprender a crear un espacio mental y
emocional mucho mayor alrededor de lo que nos produce dolor.
Se necesita valentía para encarar
condiciones, emociones, pensamientos y percepciones no deseados. Crear un mayor
espacio no elimina necesariamente el sufrimiento, pero nos da más opciones para
trabajar internamente con lo que surge, y más claridad sobre lo que hacer en el
mundo exterior. Estar presente ante lo que sucede es solo el primer paso, después
tenemos que hacer algo.
Cuanto más practicamos, cuanto
más avanzamos por este camino, caen más capas de esa construcción de nosotros
mismos que estamos continuamente elaborando y perfeccionando. Deshacernos de
esas capas de identidad es a veces muy doloroso. En ocasiones podemos sentir
como si fuéramos a morir y, de hecho, aunque sigamos vivos, algo sí que ha
muerto en el proceso.
Hacer esta práctica de considerar
todo lo que encontramos en nuestra vida como un ejemplo del corazón despierto
significa arriesgarnos a sentir más y más ternura. Pero, por más doloroso que
pueda ser enfrentarnos directamente con el sufrimiento, es también un descanso,
porque nos encontramos con más espacio, con más libertad para sentir la
maravillosa sensación de estar vivo, de ser quien somos. Así disponemos
de más energía para hacer lo que el guerrero tiene que hacer para poder sanar
el mundo. Por eso debemos encontrarnos con nosotros mismos, tal y como somos,
sin muros y sin máscaras, y sobre todo, sin miedo a ver lo que hay en nuestro
corazón.
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