EL MENDIGO Y EL DIAMANTE



Hace muchos, muchos años, existió un emperador inmensamente rico y poderoso, que gobernaba sobre infinidad de reyes. Disfrutaba de todo lo que deseaba, tenía las más hermosas esposas, que le habían dado cientos de hijos. Poseía multitud de palacios en los más bellos lugares, y cientos de caballos para disfrutar cabalgando por su imperio.

Cuando era joven, ese emperador tenía como amigo y compañero de juegos al pintor de la corte, que se encargaba de decorar las paredes del “Palacio de Primavera”. A pesar del paso de los años, el emperador recordaba con cariño a su amigo de juventud, que se fue de la corte ya hace mucho tiempo.

Al emperador le gustaba mezclarse entre el pueblo, disfrazado para que no le reconocieran, y pasear por las calles y mercados observando cómo vivía la gente y qué necesidades tenían. Un día, mientras recorría los puestos del mercado, tropezó con un hombre que yacía en el suelo entre los desperdicios. Al mirarle reconoció a su amigo de juventud, el pintor de la corte. Con sus ropas sucias y rotas, parecía dormir la borrachera aún aferrado a una botella vacía. Conmovido por el estado de su amigo pintor, el emperador introdujo en su bolsillo un pendiente con un gran diamante que llevaba habitualmente en su oreja. Pensó que así podría ayudar a su antiguo amigo, que cuando despertara de su borrachera encontraría el diamante y lo podría vender para llevar a partir de entonces una buena vida sin necesidades. Contento por su buena acción y por haber podido ayudar a su amigo de juventud, el emperador volvió a su palacio sonriendo.

Pasaron los años, y el emperador siguió amando a sus esposas y teniendo más hijos. Cuando vio a su último hijo, hermoso sin igual y con sorprendentes marcas en sus manos y pies, comprendió que esos signos señalaban al que sería su sucesor en el trono, y que estaba llegando al final de su vida. Antes de entregarse a la transitoriedad de la vida, quiso volver a pasear una vez más disfrazado entre la gente del pueblo. Al pasar por el mercado, volvió a encontrar a su viejo amigo el pintor, que seguía viviendo en la miseria.

Al verlo así, el emperador se sorprendió y le dijo: “¡No puedo creer que sigas viviendo en la pobreza!”.

El pintor le contestó: “Recordarás que nunca tuve facilidad para ganar dinero, y desde que tu padre me echó de la corte, por haber pintado una escena que no le complació, he vivido en la miseria”.

“Pero ¿qué hiciste con el gran diamante que dejé en tu bolsillo?” –dijo el emperador sin salir de su asombro.

El pintor le miró muy extrañado y le respondió enfadado: “¿Encima te burlas de mí? ¡Soy un desgraciado y en mis bolsillos nunca habrá un diamante!

Quejándose de su miseria y enfadado con el emperador, el pintor se dio media vuelta y fue a mendigar a otro lado.



Antes de llegar al final de tu vida y entregarte a la transitoriedad que rige todo lo vivo, observa con atención los tesoros que hay ante ti, descubre la riqueza que hay oculta en tu interior y que no ves por mirar demasiado lejos.




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