MIEDO
Muy a menudo, en la
vida quedamos atrapados y perdidos en el miedo, pero raramente hemos examinado
y tratado con el demonio de la mente temerosa en sí misma. Por supuesto, que
cuando trabajemos con la mente temerosa, en un principio sentiremos miedo. Nos
encontraremos con este demonio en la vida una y otra vez, pero en algún
momento, si abrimos los ojos y el corazón a la mente temerosa y la llamamos
suavemente por su nombre, “miedo, miedo, miedo”, experimentando cómo se mueve
su energía a través de nosotros, la sensación de miedo cambiará, convirtiéndose
después en simple reconocimiento: “Oh, aquí estás otra vez miedo. Qué
interesante”.
Llamar al miedo por su nombre
Cuando surja
el miedo, llámalo suavemente por su nombre y experimenta cómo afecta a la
respiración, al cuerpo, y al corazón. Date cuenta de cuánto dura. Sé consciente
de las imágenes que surgen en tu mente. Siente las sensaciones y las ideas que
le acompañan, el temblor, los escalofríos, las historias siniestras que te
cuenta. El miedo siempre es una anticipación del futuro, una imaginación. Date
cuenta de lo que le sucede a tu sentido de confianza y bienestar, a tu idea de
cómo es el mundo.
Llamar al
demonio del miedo por su nombre cuando aparece en nuestras vidas, nos ayudará a
hacernos su amigo en lugar de estar continuamente escondiéndonos de él.
ABURRIMIENTO
Otra forma de
aversión de la que podemos aprender a ser conscientes es el aburrimiento.
Normalmente tenemos miedo del aburrimiento y hacemos cualquier cosa para
evitarlo. Cogemos el teléfono, encendemos la televisión, leemos una novela, abrimos
la nevera…, hacemos todo lo posible por estar ocupados constantemente para
intentar escapar de nuestra soledad, del vacío de nuestro aburrimiento. Si no
somos conscientes de ello, el aburrimiento tiene un gran poder sobre nosotros y
nunca nos deja descansar. Pero no debemos dejar que dirija nuestra vida de esta
manera. Cuando lo experimentamos ¿qué es el aburrimiento en sí mismo? ¿has
parado realmente alguna vez para observarlo? El aburrimiento viene por la falta
de atención, y con él viene la inquietud, el desánimo, y el enjuiciamiento. Nos
aburrimos porque no nos gusta lo que está sucediendo o porque nos sentimos
vacíos o perdidos. Al llamarlo por su nombre, podemos reconocer el aburrimiento
y dejar que sea un estado para explorar.
Llamar al aburrimiento por su nombre
Cuando surja
el aburrimiento, siéntelo en el cuerpo. Quédate con él. Déjate aburrirte
realmente. Llámalo suavemente por su nombre mientras dure. Observa qué tipo de
demonio es. Siéntelo, siente su textura, su energía, los dolores y tensiones
que trae, las resistencias ante él. Observa sus efectos en el cuerpo y la
mente. Escucha la historia que tenga que contarte y observa lo que se abre en
ti mientras escuchas. Cuando finalmente dejemos de huir o resistirnos a él,
entonces donde sea que estemos puede convertirse en un lugar realmente interesante.
Cuando nuestra conciencia es clara y está enfocada, incluso el movimiento
repetitivo de la respiración puede ser una experiencia maravillosa.
ENJUICIAR
Muchos de
nosotros nos juzgamos a nosotros mismos y a los demás muy duramente, pero comprendemos
muy poco todo el proceso de enjuiciar. Con la atención meditativa, podemos observar
cómo surge el juicio como un pensamiento, como una serie de palabras en la
mente. Si no nos quedamos atrapados en el argumento, podemos aprender mucho
sobre el sufrimiento y la libertad en nuestra vida. Para muchas personas enjuiciar
es un tema predominante en sus vidas, y un tema doloroso. Su respuesta a la
mayoría de situaciones es ver lo que está mal en ellas, y en su práctica
espiritual el demonio del enjuiciamiento sigue siendo fuerte.
Llamar a enjuiciar por su nombre
¿Cómo
podemos trabajar con el dolor de juzgar? Si intentamos deshacernos de él
diciendo “Oh, no debería juzgar” ¿qué es eso? Es justo otro juicio. En lugar de
eso, debemos reconocer el juicio cuando surge, y permitirle llegar e irse. A
veces ayuda darle un nombre. Si tu juicio te recuerda a alguien del pasado,
intenta decir, por ejemplo, “gracias mamá”, “aprecio tu opinión sobre esto, Silvia”,
o “gracias por tu opinión, Luís”. Los juicios son sencillamente una grabación
que se reproduce en la mente una y otra vez. Intenta mantener el sentido del
humor al observar tus juicios, esto los colocará en su lugar viéndolos con la
perspectiva adecuada con el resto de tu vida.
Para
entender la mente enjuiciadora, necesitamos tocarla con un corazón capaz de
perdonar. Si es muy difícil entrar en contacto con ella, intenta el siguiente
ejercicio:
Siéntate
tranquilamente durante una hora y observa cuántos juicios aparecen. Cuenta cada
uno de ellos. Ves una foto en la estantería y piensas “no me gusta esta foto. Juicio veintidós. Tampoco me gusta la ropa que
llevaba. Juicio veintitrés. Vaya, cada vez soy mejor descubriendo estos
juicios. Oh, veinticuatro. Sí, voy a explicarle a un amigo este ejercicio, es
muy bueno. Oh, estoy pensando demasiado. Oh, juicio veinticinco…”
Para ser
conscientes, debemos permitir totalmente que cada estado difícil que hemos
estado rechazando –la mente enjuiciadora, la mente deseosa, la mente temerosa— venga
y nos cuente su historia hasta que las conozcamos a todas y podamos dejarlas
volver a nuestro corazón. En este proceso de tratar con los demonios,
necesitamos un recipiente de sabiduría, conciencia y compasión, un lugar
tranquilo en medio del movimiento de la mente. Conforme vayamos aceptando la
naturaleza habitual e impersonal de los demonios, podremos ir descubriendo el tesoro
que esconden. Podemos darnos cuenta directamente de cuánta aversión y
enjuiciamiento surge de un profundo anhelo de justicia o fortaleza, o de la
claridad de una sabiduría discriminadora que atraviesa las ilusiones del mundo.
Cuando reconocemos a
los demonios como lo que son, pierden su poder sobre nosotros y encontramos
claridad sin enjuiciar y justicia sin ira. Con una sincera atención, el dolor
del enfado y el odio pueden conducirnos a un profundo despertar de compasión y
perdón. Cuando sentimos enfado hacia alguien, podemos considerar que esa
persona es un ser igual que nosotros, alguien que también se ha enfrentado a
mucho sufrimiento en su vida. Si hubiéramos experimentado las mismas
circunstancias y la misma historia de sufrimiento que la otra persona, ¿no
actuaríamos de la misma manera? Así que nos permitimos sentir compasión, sentir
su sufrimiento. No se trata simplemente de ocultar el enfado, es un movimiento
profundo del corazón, un deseo de ir más allá de un punto de vista en particular.
De esta manera nuestro enfado y nuestro enjuiciar nos pueden llevar hasta los
verdaderos poderes de claridad y amor que estamos buscando en nuestras vidas.
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