EL GUERRERO SILENCIOSO

Un cálido día de verano, un guerrero silencioso entra tranquilamente en una posada, atravesando la nube de mosquitos que zumba frente a la puerta, para comer algo antes de seguir su camino.

Con semblante apacible y voz calmada, le pide al posadero un plato de arroz. Mientras espera su comida, deja cuidadosamente sobre la mesa sus dos elegantes sables. Él es el único viajero que hay en la posada en ese momento. Disfrutando de la tranquilidad del ambiente, come lentamente, utilizando los palillos con precisión para llevarse el arroz a la boca.

Al poco tiempo, con gran ruido y alboroto, entran en la posada tres guerreros desaliñados, que más que guerreros parecen bandidos. Gritando y con malos modos, le piden cervezas al posadero, mientras se empujan unos a otros para sentarse y brillan sus espadas con los rayos de sol que entran por la ventana. Uno de ellos se da cuenta del guerrero silencioso que come en otra mesa sin levantar la mirada. Y, sobre todo, repara en los dos hermosos sables que descansan sobre su mesa. Hablando en voz baja entre ellos intercambian miradas y sonríen con malicia. Mientras tanto, el guerrero silencioso sigue comiendo confiado.

Cuando echan mano a sus espadas, dispuestos a abalanzarse sobre el guerrero silencioso, observan como éste, con un movimiento preciso y sin levantar la mirada de su comida, atrapa con sus palillos, a la velocidad de un rayo, tres moscas que volaban a su alrededor. Ante esa sorprendente demostración de calma y precisión, los tres desarrapados dejan unas monedas sobre la mesa y salen de la posada totalmente en silencio.

El guerrero fuerte y sabio que está libre de apego, vanidad y miedo, que no necesita defender un yo ilusorio, y ha descubierto el espacio infinito que alberga en su corazón, es capaz de vencer sin sable, y sin llegar a luchar.

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