¿DE QUÉ SIRVE ARREPENTIRSE?



Si no tenemos unos principios claros para vivir, si no estamos seguros de cómo queremos desarrollar nuestra vida, cuando tenemos que tomar decisiones nos sentimos agobiados e intranquilos, pues tenemos miedo a equivocarnos, miedo de perder una oportunidad y de arrepentirnos de ello más adelante.

Si nos sentimos muy culpables de algo que hicimos, podemos llegar a enfadarnos con nosotros mismos por haber sido tan tontos, por haber dejado que nos engañaran o se aprovecharan de nosotros. Si nos arrepentimos de algo, es porque tomamos una decisión sin discernimiento, sin pensar en las consecuencias.

No nos va ayudar en nada sentirnos culpables una y otra vez. Si nos encontramos dándole vueltas y más vueltas a lo que hicimos o dejamos de hacer, más vale que paremos un momento para apreciar el gran valor del tiempo que estamos perdiendo lamentándonos, pues no lo podremos recuperar.

Cuando se acerque el final de esta vida, ¿seremos capaces de decir sinceramente que no nos arrepentimos de nada? ¿o nos sentiremos terriblemente arrepentidos por haber malgastado días, y años enteros de nuestra vida, sin haber aprovechado la preciosa oportunidad de vivir una vida guiada por el discernimiento y llena de comprensión y aprecio por los demás?

Si tenemos la intención de ayudar a otros, no podremos arrepentirnos de nada, ni siquiera si finalmente no podemos conseguir ayudarles. Si nos arrepentimos es porque estamos intentando hacer feliz al “yo”, y cuando nos sentimos así es porque no estamos llevando nuestra vida con atención y discernimiento. El arrepentimiento nos muestra que no hemos estado prestando atención a lo que el mundo nos estaba diciendo, hemos tomado decisiones erróneas basándonos en el enfado, la envidia, el apego o el orgullo y, por tanto, pensando antes que nada en nuestro propio interés. Si actuamos con enfado no podemos esperar que el resultado de nuestras acciones sea la felicidad, no es así como funciona el universo: los resultados tienen que ver con las causas que los provocan.

El guerrero contempla el valor de haber nacido humano, la ley de causa y efecto, el sufrimiento y sus causas, la transitoriedad de la existencia, la compasión y la sabiduría, y, de esta manera, comprende la realidad de la vida y sus mecanismos, para actuar en consecuencia.


Habitualmente no prestamos atención a estas verdades que nos muestra la vida hasta que se frustran nuestras expectativas. Cuando vemos que las cosas no suceden como esperábamos, nos da pánico encontrarnos en ese territorio de incertidumbre y buscamos rápidamente la forma de volver a sentirnos falsamente seguros complaciendo al “yo”. Nos ponemos a buscar algo que nos dé placer o nos dejamos llevar por las circunstancias, en lugar de pensar en lo valiosa que es la vida y que deberíamos dejar de desperdiciarla. Pensamos que tenemos todo el tiempo del mundo y no lo aprovechamos. Tomamos decisiones basándonos en la mala información que nos da la esperanza. Estamos descentrados y sentimos pereza de hacer lo correcto, por lo que, tarde o temprano nos arrepentimos.

Si queremos cambiar ese comportamiento, tenemos a nuestra disposición la poderosa herramienta de las prácticas contemplativas. Si escogemos enfocar nuestros pensamientos para ver claramente la realidad de la vida, tendremos la confianza para intentar vivir de una manera diferente. Podemos contemplar cada mañana que ese puede ser el último día de nuestra vida, y pensar cuidadosamente cómo podríamos aprovecharlo viviendo en sintonía con esa realidad.

Al final del día, podemos volver a pensar que este era el último que nos quedaba, y repasarlo para comprobar si lo hemos vivido plenamente y con conciencia, y no nos arrepentimos de nada.

A veces, nos cuesta mucho reflexionar sobre lo que nos hace sentir arrepentimiento porque es demasiado doloroso o molesto, y simplemente seguimos adelante con nuestra vida lo mejor que podemos, hasta que volvemos a sentirnos arrepentidos por lo mismo un tiempo después porque no hemos cambiado nada.

Para poder avanzar cambiando nuestra forma de actuar, tenemos que ser conscientes del arrepentimiento, reconociéndolo y proponiéndonos sinceramente la intención de cambiar. Es suficiente contemplar ese arrepentimiento lo más claramente posible, sin necesidad de castigarnos ni ser moralistas. Podemos aprovechar las señales de arrepentimiento, como si fueran faros que nos avisan de peligrosas costas rocosas, para ver hacia dónde estamos dirigiendo nuestra vida.


Al contemplar lo que sea que sintamos que no hicimos bien, y preguntarnos cuál fue nuestra actitud en ese momento, y por qué nos causa dolor o remordimiento, tal vez descubramos que también hayamos hecho daño a alguien más. Entonces podemos plantearnos pedir disculpas o aclarar la situación, y buscar la forma de actuar de otra manera. La cuestión es intentar aprender de ese sentimiento de culpa o arrepentimiento.

Con esa firme intención, decidimos conscientemente volver a dirigir nuestra vida con discernimiento y consideración por los demás. Podemos hacernos una promesa a nosotros mismos, y sellarla de alguna manera con un pequeño gesto, como encender una vela o una varilla de incienso. La vela es un símbolo que representa disipar la oscuridad de la perspectiva egocéntrica, y con su luz simbolizamos nuestra intención de salir de la cueva del “yo” para iluminar la vida con sabiduría. Con el incienso simbolizamos el agradable aroma de una vida dedicada a los demás.


Como guerreros debemos detenernos para reconocer el arrepentimiento y seguir adelante dirigiendo conscientemente nuestras vidas. Marcando con un sencillo ritual ese preciso momento, tomamos la decisión de cambiar nuestra forma de actuar y ser más conscientes. Al día siguiente, podemos empezar el día con la clara intención de no tener que arrepentirnos de nada de lo que hagamos, cosa que conseguiremos si utilizamos el discernimiento y ponemos a los demás antes que a nosotros mismos.

Si queremos ser felices, en mayor o menor grado, debemos anteponer las necesidades de los demás a las nuestras propias. Si lo hacemos así con cada decisión que tomemos, apaciguaremos la inquietud y elevaremos nuestra energía vital, el “caballo de viento”, que nos da la capacidad de conseguir lo que nos proponemos y ser felices. De otra manera, no haremos más que seguir plantando semillas de arrepentimiento que, tarde o temprano, nos darán como resultado dolor, inquietud y malestar.

Cuando estamos seguros de que ayudar a los demás es la mejor manera de sentirnos satisfechos, no nos arrepentimos de nada. ¿Cómo es una vida sin arrepentimiento? Es vivir con la confianza y la satisfacción de apreciar lo valioso de nuestra existencia, y transmitir a los demás ese profundo sentimiento de calma y satisfacción.




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