Si no tenemos unos principios claros para vivir, si no
estamos seguros de cómo queremos desarrollar nuestra vida, cuando tenemos que
tomar decisiones nos sentimos agobiados e intranquilos, pues tenemos miedo a
equivocarnos, miedo de perder una oportunidad y de arrepentirnos de ello más
adelante.
Si nos sentimos muy culpables de algo que hicimos,
podemos llegar a enfadarnos con nosotros mismos por haber sido tan tontos, por
haber dejado que nos engañaran o se aprovecharan de nosotros. Si nos arrepentimos
de algo, es porque tomamos una decisión sin discernimiento, sin pensar en las
consecuencias.
No nos va ayudar en nada sentirnos culpables una y otra
vez. Si nos encontramos dándole vueltas y más vueltas a lo que hicimos o
dejamos de hacer, más vale que paremos un momento para apreciar el gran valor del
tiempo que estamos perdiendo lamentándonos, pues no lo podremos recuperar.
Cuando se acerque el final de esta vida, ¿seremos capaces
de decir sinceramente que no nos arrepentimos de nada? ¿o nos sentiremos
terriblemente arrepentidos por haber malgastado días, y años enteros de nuestra
vida, sin haber aprovechado la preciosa oportunidad de vivir una vida guiada
por el discernimiento y llena de comprensión y aprecio por los demás?
Si tenemos la intención de ayudar a otros, no podremos
arrepentirnos de nada, ni siquiera si finalmente no podemos conseguir
ayudarles. Si nos arrepentimos es porque estamos intentando hacer feliz al “yo”,
y cuando nos sentimos así es porque no estamos llevando nuestra vida con
atención y discernimiento. El arrepentimiento nos muestra que no hemos estado
prestando atención a lo que el mundo nos estaba diciendo, hemos tomado
decisiones erróneas basándonos en el enfado, la envidia, el apego o el orgullo
y, por tanto, pensando antes que nada en nuestro propio interés. Si actuamos
con enfado no podemos esperar que el resultado de nuestras acciones sea la felicidad,
no es así como funciona el universo: los resultados tienen que ver con las
causas que los provocan.

Habitualmente no prestamos atención a estas verdades que
nos muestra la vida hasta que se frustran nuestras expectativas. Cuando vemos
que las cosas no suceden como esperábamos, nos da pánico encontrarnos en ese
territorio de incertidumbre y buscamos rápidamente la forma de volver a
sentirnos falsamente seguros complaciendo al “yo”. Nos ponemos a buscar algo
que nos dé placer o nos dejamos llevar por las circunstancias, en lugar de
pensar en lo valiosa que es la vida y que deberíamos dejar de desperdiciarla.
Pensamos que tenemos todo el tiempo del mundo y no lo aprovechamos. Tomamos decisiones
basándonos en la mala información que nos da la esperanza. Estamos descentrados
y sentimos pereza de hacer lo correcto, por lo que, tarde o temprano nos
arrepentimos.
Si queremos cambiar ese comportamiento, tenemos a nuestra
disposición la poderosa herramienta de las prácticas contemplativas. Si
escogemos enfocar nuestros pensamientos para ver claramente la realidad de la
vida, tendremos la confianza para intentar vivir de una manera diferente.
Podemos contemplar cada mañana que ese puede ser el último día de nuestra vida,
y pensar cuidadosamente cómo podríamos aprovecharlo viviendo en sintonía con esa
realidad.
Al final del día, podemos volver a pensar que este era el
último que nos quedaba, y repasarlo para comprobar si lo hemos vivido
plenamente y con conciencia, y no nos arrepentimos de nada.
A veces, nos cuesta mucho reflexionar sobre lo que nos
hace sentir arrepentimiento porque es demasiado doloroso o molesto, y
simplemente seguimos adelante con nuestra vida lo mejor que podemos, hasta que
volvemos a sentirnos arrepentidos por lo mismo un tiempo después porque no
hemos cambiado nada.

Al contemplar lo que sea que sintamos que no hicimos
bien, y preguntarnos cuál fue nuestra actitud en ese momento, y por qué nos
causa dolor o remordimiento, tal vez descubramos que también hayamos hecho daño
a alguien más. Entonces podemos plantearnos pedir disculpas o aclarar la
situación, y buscar la forma de actuar de otra manera. La cuestión es intentar
aprender de ese sentimiento de culpa o arrepentimiento.

Como guerreros debemos detenernos para reconocer el
arrepentimiento y seguir adelante dirigiendo conscientemente nuestras vidas.
Marcando con un sencillo ritual ese preciso momento, tomamos la decisión de
cambiar nuestra forma de actuar y ser más conscientes. Al día siguiente,
podemos empezar el día con la clara intención de no tener que arrepentirnos de
nada de lo que hagamos, cosa que conseguiremos si utilizamos el discernimiento
y ponemos a los demás antes que a nosotros mismos.
Si queremos ser felices, en mayor o menor grado, debemos
anteponer las necesidades de los demás a las nuestras propias. Si lo hacemos así
con cada decisión que tomemos, apaciguaremos la inquietud y elevaremos nuestra
energía vital, el “caballo de viento”, que nos da la capacidad de conseguir lo
que nos proponemos y ser felices. De otra manera, no haremos más que seguir
plantando semillas de arrepentimiento que, tarde o temprano, nos darán como
resultado dolor, inquietud y malestar.
Cuando estamos seguros de que ayudar a los demás es la
mejor manera de sentirnos satisfechos, no nos arrepentimos de nada. ¿Cómo es
una vida sin arrepentimiento? Es vivir con la confianza y la satisfacción de
apreciar lo valioso de nuestra existencia, y transmitir a los demás ese profundo
sentimiento de calma y satisfacción.
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