Aferrarse y
querer son de dos de los aspectos más dolorosos del deseo. Hay deseos
beneficiosos como desear el bienestar de los demás, desear alcanzar el
despertar, y otros deseos positivos. Y hay aspectos dolorosos del deseo, como
la adicción, la codicia, la ambición ciega, o el sentimiento de hambre interior
insaciable. A través de la conciencia meditativa podemos ver claramente y reconocer
las diferentes formas del deseo.
Para empezar
a poner nombres a nuestros obstáculos, a los demonios que tememos o nos impiden
avanzar en el camino, podemos buscar las facetas difíciles del deseo como la
mente que se aferra y quiere cosas. Cuando surge esta mente deseosa es posible
que no la reconozcamos en principio como un demonio porque a menudo estamos
seducidos por ella. Cuando surja este demonio o dificultad, simplemente
reconócelo nombrándolo como “querer” o “aferrarse” y comienza a observar cómo
afecta a tu vida su poder. Cuando observamos ese querer, experimentamos esa
parte de nosotros mismos que nunca está contenta, que siempre dice: “Si tuviera
algo más, eso me haría feliz”. Ese algo más puede ser otra relación, más
dinero, menos ruido, otro trabajo, más calor o frío, más tiempo para dormir…
Cuando estamos meditando, oímos esa voz del querer que nos dice: “si pudiera
comer algo ahora, estaría feliz, estaría en paz, podría meditar profundamente y
alcanzar el despertar”.
El deseo de querer es lo que desarrolla toda una
historia en nuestra mente a partir de un detalle: vemos meditando a nuestro
lado a una persona atractiva e imaginamos todo un romance con ella, una
relación, una boda, un divorcio, y a la media hora recordamos que estábamos
meditando. Para esa voz del querer, lo que hay aquí y ahora nunca es
suficiente.
PONER NOMBRE A LA MENTE DEL DESEO
Según vamos
observando y reconociendo el querer y el aferrarse sin condenarlos, podemos
aprender a ser conscientes de esos aspectos de nuestra naturaleza sin quedarnos
atrapados con ellos. Podemos sentirlos plenamente cuando aparecen, nombrando
nuestra experiencia como “hambre”, “querer” “anhelar”, o lo que sea que
aparezca. Nómbralo suavemente mientras esté presente, repitiendo el nombre cada
pocos segundos, hasta que desaparezca. Mientras te das cuenta de ello, sé
consciente de lo que sucede: ¿cuánto dura este tipo de deseo? ¿se intensifica o
se desvanece? ¿cómo lo siento en mi cuerpo? ¿en qué partes del cuerpo lo
siento? ¿cómo siento mi corazón y mi mente? Cuando está presente ¿me siento
feliz, inquieto, abierto o cerrado? Según lo vas nombrando, observa cómo va
cambiando. Si aparece el demonio del hambre, nómbralo. ¿dónde notas el hambre?
¿en la barriga, la lengua, la garganta?
Cuando lo
observamos, vemos que el querer crea tensión, que es doloroso. Podemos ver cómo
surge de un sentimiento de anhelo y de estar incompletos, una sensación de que estamos
separados y nos falta algo. Y si lo observamos más atentamente, nos damos
cuenta de que es fugaz y sin esencia. Este aspecto del deseo es realmente una
forma de imaginación y un sentimiento que va y viene en nuestro cuerpo y
nuestra mente. Por supuesto que en ocasiones parece muy real. Cuando estamos
atrapados por el querer es como una intoxicación y no somos capaces de ver con
claridad. El querer y el deseo pueden ser muy cegadores y limitar mucho nuestra
visión de la realidad.

¿Qué ocurre
cuando le damos satisfacción a ese deseo? Muy a menudo nos deja con mucho más
deseo. Al final, toda esa dinámica de intentar satisfacer los deseos y seguir
estando insatisfechos hace que nos sintamos agotados y vacíos. Esa mente del
deseo no tiene fin, porque la paz no se consigue satisfaciendo todo lo que
queremos sino acabando con la insatisfacción. Cuando se consigue lo que queremos,
hay un momento de satisfacción, pero no por el placer de tenerlo, sino por
haber dejado de aferrarnos a ese deseo. Cuando reconoces esa mente del deseo y
le pones nombre sintiéndola cuidadosamente, presta atención a lo que sucede
justo cuando se acaba ese deseo, y date cuenta de los estados que aparecen a
continuación. Este tema del querer y el deseo, es un tema profundo, y muy a
menudo podemos ver cómo nuestros deseos van un poco desorientados. Un buen
ejemplo de eso es cuando usamos la comida para reemplazar el amor que
anhelamos.
Si
utilizamos la práctica de poner nombres a lo que surge en nosotros, podemos
darnos cuenta de cómo gran cantidad del deseo que aparece en la superficie
surge de un querer más profundo en nuestro ser, de la soledad, miedo o vacío
que hay por debajo de ese deseo aparente.
Es habitual
que cuando se empieza una práctica espiritual, la mente del deseo se hace más
intensa. Conforme vamos quitando algunas de las capas de distracción,
descubrimos bajo ellas poderosas ansias de comida, sexo, relación con los
demás, o ambición. Cuando esto sucede, algunas personas pueden pensar que su
vida espiritual va por mal camino, pero ese es un proceso necesario para
desenmascarar a la mente que se aferra. Debemos enfrentarnos a ella y verla en
todos sus aspectos, para que podamos relacionarnos con ella hábilmente. El
deseo confuso causa guerras, y dirige gran parte de nuestra sociedad, y
nosotros estamos a su merced porque lo seguimos sin darnos cuenta. Hay pocas
personas que paren para examinar el deseo, para sentirlo directamente, para
descubrir cómo relacionarse con él con sabiduría.
Las
enseñanzas guerreras dividen el deseo en dos tipos: doloroso y útil. Ambos
aspectos surgen de una energía neutral de “querer hacer”. El deseo doloroso incluye
la codicia, aferramiento, sentimiento de insuficiencia y anhelo. El deseo útil
nace de esa misma energía de “querer hacer” pero dirigido por amor, vitalidad,
compasión, creatividad y sabiduría. Al desarrollar la conciencia, empezamos a
distinguir el deseo insano de la motivación útil, y podemos sentir cuáles son
los estados libres de deseo confuso y disfrutar de una manera de ser más
natural y espontánea sin lucha ni ambición. Cuando ya no estamos tan atrapados
por los deseos confusos, nuestra comprensión crece, y la pasión sana y la
compasión dirigirán de forma natural nuestra vida.

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