Cuando empezamos por primera vez nuestro entrenamiento
guerrero, lo hacemos con mucho entusiasmo. Nos sentimos abiertos y receptivos,
tenemos mucha confianza y todo es nuevo y muy emocionante. Cuando empezamos a
ir al dojo a entrenar podemos pensar que no hay nada mejor que hacer en la
vida. Estás allí, escuchando toda esa sabiduría, entrenando y aprendiendo esos
maravillosos movimientos, aprendiendo a mantener el equilibrio en tu vida y a
estar en armonía con tu mundo. ¡Es estupendo!
Pero, al cabo de unos años, empezamos a darnos cuenta que el
maestro se repite una y otra vez, siempre diciendo lo mismo, y sentimos que ya
lo hemos escuchado todo. Al escuchar las mismas enseñanzas constantemente, casi
podemos repetir de memoria lo que dice el maestro, parece que nos lo sabemos
todo muy bien.
Al sentirnos de esta manera, como si ya lo supiéramos todo,
las enseñanzas pierden su encanto y nosotros perdemos nuestra mente fresca y
abierta de principiante. Nos hemos convertido en expertos del arte que
practicamos, y hasta somos capaces de aconsejar a otros estudiantes lo que
tienen que hacer para mejorar su práctica. En ciertos momentos, podemos llegar
a pensar que sabemos comunicar las enseñanzas mejor que nuestro maestro, que ya
se va haciendo mayor. Esta es una actitud muy arrogante por nuestra parte, y
además muy aburrida, porque no hay frescura en ser un “experto”, no hay vida,
porque somos expertos en información antigua, pero ¿tenemos la experiencia en
este momento? ¿estamos viviendo realmente las enseñanzas?
No hay nada más aburrido que ser un “experto” en algo, porque
al ser tan buenos y saber tan bien cómo hay que hacer las cosas, no hay ningún
espacio para algo nuevo, para sorprendernos, para descubrir algo más. Y,
precisamente, cada momento es totalmente nuevo y original, singular, fresco. No
hay ningún instante que se repita, nunca es lo mismo por similar que pueda
parecer. Cada movimiento, cada experiencia, cada sensación, es totalmente única
e irrepetible, y se da en ese preciso momento. Por eso, podemos llamar a la
mente del guerrero, la mente “original”, la mente fresca y abierta del
principiante, que está descubriendo constantemente algo nuevo.
Pero esa mente de principiante que caracteriza al guerrero,
no es realmente la que tenemos cuando empezamos a practicar por primera vez nuestro
arte, porque es algo que se desarrolla tras años de práctica. El entusiasmo y
la emoción que siente un nuevo estudiante por todo lo que va a conseguir con su
entrenamiento le impide tener una experiencia directa de lo que está viviendo.
Tal vez no nos demos cuenta de lo que nos sucede en ese momento, pero al
avanzar en el camino y desarrollarnos empezamos a ver lo inútil y soso que es
ser, o sentirse, un “experto”.

Es realmente un descanso no tener que ser nadie en concreto,
nadie especial. No tenemos que ser expertos, no tenemos que saberlo todo,
porque hemos visto que no podemos saberlo. Simplemente estamos presentes, en
cada momento, aquí y ahora, sabiendo que la práctica es sencillamente
experimentar cada instante con frescura y completamente.
Aunque todos nos consideramos individuos separados y únicos,
y nos gustaría tener nuestra propia mente especial y particular, en realidad
cada uno de nosotros somos una pieza, una parte o manifestación de la Mente Universal,
que no nos pertenece en exclusiva a nadie.
Cuando hablamos de Mente Universal, nos referimos a la
energía que fluye y se mueve manifestándose en cada uno de nosotros, formando
cada una de nuestras mentes o espíritus. Aunque no podemos ver esa energía
vital que mueve el universo entero, podemos apreciarla al contemplar el mundo
que nos rodea y sentirla en nosotros mismos.
Al entrenarnos como guerreros, nos encontramos con un
problema fundamental: hacemos una distinción entre el mundo físico y
espiritual. Pensamos en el mundo físico que vemos y que podemos medir como de
alguna manera opuesto al mundo espiritual que está en otra dimensión. Pensamos
que son dos mundos distintos con energías diferentes, casi como si fueran dos
universos paralelos o totalmente diferentes. ¿Pero son realmente tan
diferentes?
Cuando contemplamos la inmensidad del universo, intentando comprender su
magnitud, es imposible llegar a saber hasta dónde llega o cómo es realmente. Lo
mismo nos ocurre si observamos el mundo de forma microscópica, intentando
llegar a ver algo cada vez más infinitamente pequeño. Ambas dimensiones escapan
realmente a nuestra comprensión, porque nos acercamos, en ambos sentidos, a lo
infinito, que está más allá de lo que se puede medir. No podemos comprenderlo.
Al hablar de lo infinito, estamos hablando de lo que no
podemos comprender, y cuando algo está más allá de nuestra capacidad de
comprensión, hay algo que cambia en nosotros. De repente, de forma misteriosa,
estamos observándolo desde otra perspectiva, con otra actitud mental.
La mayoría de las personas pasan toda su vida luchando por
permanecer en su zona de confort, para mantener a su alrededor un mundo que
puedan medir y limitar, para sentirse dentro de su mundo privado y concebible.
Así no tienen oportunidad de que se dé ese cambio de mentalidad, de
comprensión. En cambio, el guerrero no sólo busca experimentar ese cambio de
visión, sino que aprende a vivir continuamente en ese estado de conciencia,
aprende a experimentar plenamente la vida. La mente del guerrero es un mundo
sin límites, sin fronteras, es un mundo infinito, totalmente abierto y lleno de
posibilidades.
Más abajo puedes dejar un comentario sobre lo que te ha parecido esta publicación y también sugerir algún tema sobre el que te gustaría leer en futuras publicaciones. Gracias por tu colaboración.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu colaboración.