La ley de causa y efecto, el karma, describe la sucesión
de acontecimientos que van entretejiendo el lienzo de la vida. Pero el karma no
es una simple sucesión de hechos que van desarrollándose uno tras otro de una
forma lineal, de manera que una acción trae como consecuencia un resultado
concreto, sino que para que algo suceda se tienen que dar diferentes causas y
las condiciones propicias para ello.
Todo el mundo puede reconocer la verdad común del karma
en situaciones sencillas, como cuando se reúnen los rayos del sol en una lupa y
dan como consecuencia un fuego. Pero, como sucede con la ley de la gravedad,
normalmente no percibimos el karma, aunque esté dándose por todas partes. Todo
lo que vemos a nuestro alrededor es un conjunto de causas y condiciones que
interactúan para dar como resultado el movimiento de todo lo vivo. Aunque
normalmente se relaciona el karma con la reencarnación, no es necesario creer
en ella para comprender cómo el karma es la explicación de la forma en que va
transcurriendo nuestra vida, desde el pasado al presente, y del presente al
futuro.
En muchas ocasiones, el karma es inmediato, como cuando
jugamos con fuego y nos quemamos, o comemos demasiado y nos sentimos pesados.
Pero también podemos descubrir interrelaciones más sutiles entre lo que
pensamos, lo que hacemos, y lo que decimos: dos simples palabras y estamos
casados, una palabra equivocada en un mal momento y acabamos divorciándonos.
Aunque nunca sepamos exactamente cómo una palabra o un acto van a desencadenar
cierto resultado, lo cierto es que toda acción pone un mecanismo en marcha, que
traerá algún resultado tarde o temprano.

Las semillas kármicas que se plantan en nuestra mente
pueden quedar aletargadas durante años, hasta que se den las condiciones
propicias para su germinación, pero cuando se den esas condiciones,
inevitablemente germinarán y darán su fruto, su consecuencia. Si me enfado con
frecuencia y en ese estado pienso en cómo voy a vengarme de quien considero culpable
de mi irritación, estoy sembrando semillas de odio y agresión, creando un
ambiente mental poco propicio para que germinen semillas de amor. De la misma
manera, si planto semillas de amor en mi mente y las riego a menudo con
amabilidad y cuidado, las del odio y la irritación no tendrán muchas
oportunidades para prosperar.
El fruto de las semillas que hemos plantado sólo nos
afecta a nosotros, sólo nosotros sufrimos las consecuencias. Es decir, creamos
karma con nuestros actos, aunque nadie nos haya visto, aunque nadie lo sepa más
que nosotros. Las consecuencias de lo que hagamos ahora nos llegarán sin duda
en algún momento del futuro. Por eso el guerrero se pregunta a menudo: “¿Cuál
es mi intención al hacer esto? ¿Qué tipo de semillas estoy plantando y regando
en mi vida?”
La imagen de las semillas para explicar la ley de causa y
efecto es bastante adecuada pues, como ocurre con las acciones, para poder
recoger su fruto no sólo es necesario plantar la semilla, sino hacerlo en una
tierra fértil, abonarla adecuadamente, regarla con regularidad, y recibir la
luz necesaria para que germine, crezca y acabe desarrollando completamente su
fruto. Cuando hablamos de las plantas, sus semillas y sus frutos, parece que
está bastante claro para todo el mundo, pero cuando se trata de la mente no es
tan fácil de ver o comprender.
Atrapados por el poder y la velocidad de nuestros actos
pasados, nos vemos sumergidos en la niebla de la ignorancia, confusos e
incapaces de ver la esencia de nuestro corazón a causa de la ilusión de la
dualidad. Al dividir el mundo en “yo” y “los demás”, estamos dejándonos
arrastrar por el ciclo interminable del sufrimiento, dando vueltas y más
vueltas en una rueda impulsada por nuestros actos nacidos de la ignorancia de
sus consecuencias. Sin pararnos a pensar en que las cosas podrían ser de otra
manera, nos movemos por la vida como si fuéramos a permanecer indefinidamente.
A pesar de que las circunstancias que nos rodean están continuamente cambiando,
seguimos obstinados en pensar que el “yo” tiene una entidad propia, sólida y
real.
Ese
aspecto ignorante de la realidad que hay en nosotros, que se cree a sí mismo
como “yo”, tiene impulsos de todo tipo, positivos, negativos y neutros, que nos
hacen actuar en ese sentido. A su vez, esos actos confusos dejan una marca en
nuestra conciencia, condicionándola a seguir el mismo camino en las próximas
ocasiones. A través de los sentidos entramos en contacto con el mundo, y ese
“yo” ficticio, compuesto de diferentes elementos entrelazados que nos dan la
sensación de solidez, busca incansablemente las experiencias agradables,
rechaza las desagradables y no presta atención a las indiferentes. Es esta
necesidad de poseer, de apegarnos a lo agradable, junto con la lucha y el
rechazo por lo desagradable, lo que genera en último término los resultados
kármicos, los efectos de las causas que hemos sembrado con nuestras acciones
basadas en la ignorancia.
La misma física nos está explicando que el mundo no es
tan sólido como nos parece, sino que realmente es un conjunto de átomos y
partículas en un movimiento constante. Que la experiencia cuando entramos en
contacto con los fenómenos que nos rodean, es el momento en que congelamos ese
movimiento aislándolo. Desconcertada por la incapacidad de nuestros sentidos
para manejar el caos, nuestra conciencia congela una imagen fija de nuestra
experiencia, atribuyéndole ciertas características y etiquetándola con un
nombre. A continuación, nuestra ignorancia nos hace desear esa experiencia, si
es placentera, y proponernos conseguirla o mantenerla como sea.
No sabemos realmente qué semillas hemos acumulado en el
pasado, y estamos regando actualmente. Una vez que nuestras acciones han dejado
su huella en lo más profundo de la conciencia, no desaparecen esas semillas,
sino que siguen latentes allí esperando las condiciones oportunas para
germinar. Nuestra vida entera es un cúmulo de causas y condiciones produciendo
constantemente todo tipo de resultados. Aunque muchas veces no comprendamos el
origen de lo que nos sucede, es porque no somos capaces de ver todas las causas
y condiciones que están actuando en ese momento, ni la manera en que
interactúan para dar esos resultados.

Esto no significa que sea simplemente cuestión de ser
buenas personas, si no de ser capaces de comprender cómo funciona realmente la
vida para actuar en consecuencia. Si utilizamos energía negativa para impulsar
nuestro viaje por la vida, nos encontraremos con innumerables obstáculos en el
camino, convirtiéndonos así en nuestros propios enemigos, porque las
consecuencias de acciones negativas van a producir aún más negatividad. Si no
le damos lo que necesita a nuestro cuerpo, enfermaremos. Si hablamos sin
fijarnos en lo que decimos, podemos dañar a otros, y eso volverlos en nuestra
contra. Si nos enfadamos con otros, tarde o temprano recibiremos nosotros su
irritación. Es decir, los actos negativos van a impulsarnos, de una manera u
otra, a tener que defendernos encerrándonos aún más en el “yo”. Con el tiempo,
las acciones negativas van a pesar tanto en nuestra vida que van a apagar la
energía vital que nos mueve, ese caballo de viento que impulsa el universo, y
acabaremos sintiendo que no vale la pena seguir viviendo, nos sentiremos
apesadumbrados y temerosos sin saber muy bien por qué.
Aunque en ocasiones podamos pensar que lo negativo puede
ayudarnos a conseguir cierta felicidad, que vale la pena hacer lo que sea si
conseguimos la casa, el trabajo o el dinero que tanto deseamos, no escaparemos
de las consecuencias que nuestros actos nos traerán en el futuro.
Por esa misma razón, porque cualquier acto nos traerá
consecuencias en el futuro, podemos influir en el karma de nuestra vida ahora
mismo, en este preciso momento, escogiendo actuar positivamente. Si
comprendemos que el futuro dependerá de cómo actuemos en el presente, podemos
prestar más atención a lo que hacemos, actuando en consecuencia, evitando las
acciones negativas y sembrando semillas de positividad que germinen en el
futuro.
El guerrero permanece alerta, con todos sus sentidos
abiertos, prestando atención a las decisiones que debe tomar consciente de los
resultados que le traerán, no porque tenga miedo del karma, sino porque conoce
y respeta esa ley universal de causa y efecto.
Pero… ¿podemos influir en el karma? Si sabemos dirigir
nuestra mente en la dirección correcta, sí. Si queremos dirigir nuestra vida
hacia un karma positivo tenemos que recorrer el camino de una manera virtuosa, conscientemente.
Pero, antes que nada, debemos comprender que somos arrastrados por las
corrientes kármicas, que no tenemos realmente control sobre nuestra mente. No
podemos ver la verdadera esencia de nuestro ser, nuestro corazón de guerrero, a
causa del “yo” que nos impide ver más allá de las apariencias, y eso hace que
sigamos actuando “a ciegas”, sin ver los resultados que nos traerán esas
acciones nacidas de la confusión, resultado de previas acciones negativas.
Seguimos añadiendo causas negativas, que se sumarán a las ya acumuladas para
fructificar en un futuro. Aunque muchos factores que determinarán nuestro
futuro ya están de alguna manera prefijados, podemos aún cambiar el curso de
nuestro karma futuro con una mente atenta que actúa con discernimiento. Es
esencial que sepamos distinguir qué acciones nos traerán resultados positivos y
cuáles no, para poder cambiar nuestro futuro.
La
ley universal de causa y efecto no premia ni castiga, simplemente funciona de
esa manera, toda acción desencadena unos resultados que, más tarde o más
temprano, aparecerán en el futuro. Si comprendemos cómo funciona, no tenemos
que deprimirnos ni sentirnos atrapados por las circunstancias que tenemos en
este momento, pero sí debemos ser conscientes de que, si no hacemos nada para
remediarlo, si dejamos que nuestra mente continúe descontrolada, nunca vamos a
salir de esta confusión.
Por la mañana, cuando despertamos, podemos preguntarnos si
queremos ser dueños de nuestra mente o queremos seguir a ciegas plantando
semillas de confusión y de miedo. Si tomamos la determinación de enfocar
nuestros esfuerzos en crear causas positivas que puedan contrarrestar las
negativas que ya hayamos acumulado, es posible que consigamos cambiar el rumbo
de nuestra vida, que la energía positiva supere a la negativa y sigamos
avanzando por la vida de una manera consciente. Si sabemos cómo funciona
nuestra mente, podemos dirigirla en la dirección adecuada para acumular lo
positivo, haciendo de esta manera que la ley de causa y efecto nos traiga más
paz y felicidad en el futuro, que nos conduzca a la libertad. Si somos
sensibles, sabemos distinguir entre lo que debemos fomentar en nuestra vida y
lo que no, y nos ocupamos con determinación y energía a cultivar lo virtuosos y
positivo, podremos dirigir nuestra vida conscientemente, no sólo en el
presente, sino que también seremos capaces de dirigir nuestro futuro.
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