CULTIVAR LA APERTURA



Estamos aquí para comunicarnos con el mundo en que vivimos, para ir más allá de las murallas que hemos levantado y que nos separan de vivir la vida plenamente.

Normalmente esperamos que alguien nos ofrezca una solución a nuestros problemas, pero tal vez lo mejor que podemos hacer ante una situación difícil sea entrar en ese “mágico” espacio más allá del bien y del mal, para recorrer el camino del corazón. Cuando nos aventuramos a seguir adelante confiando en el corazón, cuando estamos en medio de la situación es posible que el amor compasivo ya no parezca una utopía o un sueño, se convierte en algo más concreto, en un lugar donde practicar donde sea que te encuentres.

Más allá de los desafíos que nos encontramos y de los lugares dentro de nosotros donde hay un bloqueo, podemos dejarnos seducir por la idea de revisar nuestra noción de seguridad, planteándonos la posibilidad de que estaríamos más seguros si no huyéramos de nosotros mismos. Podemos arriesgarnos, y acoger las perturbaciones y el caos como un amado espacio para la transformación. Podemos sacar a un espacio más abierto esos asuntos que nos preocupan, para que la luz nos muestre más claramente cómo tratar con ellos.

Tal vez una de las cosas más difíciles sea abandonar la esperanza de conseguir un resultado. Pero tenemos que comprender que nos estamos robando a nosotros mismos la oportunidad de estar en el momento presente si estamos siempre pensando que el premio vendrá en el futuro. El único lugar donde podemos trabajar es en este preciso momento. Trabajamos con la situación actual en lugar de con una hipotética posibilidad de lo que podría ocurrir. Si queremos aprovechar el momento, debemos estar plenamente con nosotros mismos y con nuestra situación tal y como es sin buscar escapatorias. La fuente de todo despertar, la fuente de la afabilidad y la compasión, la fuente de toda sabiduría, está en cada segundo que vivimos, y cualquier cosa que nos haga mirar hacia el futuro nos hará perder ese momento.

Cuando observamos el mundo, la sociedad actual, podemos pensar que es una utopía imaginar que en un futuro la vida sea más humana, más justa, más solidaria. Pero en lugar de desanimarnos podemos trabajar con la aspiración. Podemos, por ejemplo, pensar que los seres son innumerables, pero tomar la determinación de hacer todo lo posible para ayudarles a librarse de la confusión y del sufrimiento. Eso quiere decir que aspiro a que todas las criaturas dejen de sufrir, pero al mismo tiempo estoy en la realidad de la situación actual en la que me encuentro. Tenemos que abandonar tanto la esperanza de que algo cambiará como el miedo a que no lo haga. Podemos anhelar poder acabar con el sufrimiento, pero eso mismo nos puede de alguna manera paralizar si estamos demasiado orientados hacia el objetivo. Necesitamos cierto equilibrio para poder avanzar en el camino. Como guerreros debemos hacer lo que sea que hagamos con todo nuestro corazón, como si no importara nada más. Lo hacemos de manera impecable y con todo nuestro corazón, pero al mismo tiempo sabemos que no importa realmente lo que hagamos.

Al observar nuestra sociedad podemos sentir que hemos estado luchando y luchando para de alguna manera mejorar este mundo y parece que no hemos conseguido gran cosa, y ese sentimiento puede dar lugar a la desesperanza y la apatía. Pero la cuestión principal es la agresión, porque a menudo si hay demasiada esperanza empezamos a sentir una fuerte sensación de que hay un enemigo. Entonces, todos nuestros intentos para aliviar el sufrimiento lo que hace realmente es añadir más sufrimiento por la agresión que surge contra lo que consideramos el opresor o culpable. ¿Cuántas veces hemos visto gente con muy buenas intenciones, pero muy enfadados, deprimidos o resentidos?

La cuestión es que tanto nosotros como los demás somos realmente iguales, nos quedamos atascados de diferentes maneras. Quedarnos atascados en cualquier tipo de tensión entre uno mismo y los demás nos produce dolor. Por eso, si podemos mantener la mente y el corazón abiertos hacia esas personas, es decir, trabajar con cualquier tendencia a cerrarnos a alguien… ¿no crees que estaremos colaborando a que disminuya la atmósfera de tensión y agresión general?

Si nos ponemos a trabajar para eliminar la injusticia y la agresión de este mundo, nos estamos abriendo, y eso permite que todas nuestras miserias sin resolver salgan a flote y puedan bloquear nuestra compasión. Es una práctica difícil y todo un desafío mantener la mente y el corazón abiertos en esas circunstancias. Cuesta mucho ser un ejemplo de guerrero con una mente imparcial en esta sociedad. Pero, cuando te das cuenta de cómo te sientes hacia ciertas personas, empiezas a comprender por qué hay crueldad y agresión en sus diferentes formas, porque todos tienen esos mismos pensamientos y emociones que tú mismo sientes. Todos sienten ese enfado, esa irritación que va en aumento hasta provocar acciones muy poco compasivas.

¿Pero es tan sencillo como tomar la decisión de tener un corazón abierto? Debemos comenzar con la aspiración de conectar con ese corazón abierto, saber que queremos emplear el resto de nuestra vida cultivando esa apertura.

De hecho, la apertura empieza a darse cuando vemos cómo nos cerramos. Al ver cómo te cierras, cómo le gritas a alguien, empiezas a tener un poco de compasión. Empiezas sintiendo compasión por ti mismo y después vas extendiendo esa calidez al resto de la humanidad. Empiezas a vislumbrar en ti mismo cómo es posible que algunas personas griten a otras por ser diferentes, por ser negros, mujeres, homosexuales, o musulmanes. Empiezas a saber lo que es estar en su lugar.

Para desarrollar compasión hacia uno mismo, es esencial ser honesto contigo, no esconder tus errores como si nada hubiera sucedido. Y también es fundamental ser amable contigo mismo.

De esto trata la meditación, aunque obviamente esa actitud tiene que ir más allá del cojín de meditación. Empiezas a darte cuenta de tus estados de ánimo, de tus actitudes hacia los demás, y de tus opiniones sobre otros. Empiezas a escuchar tu propia voz, y a darte cuenta de lo críticos que podemos ser con nosotros y con los demás. Así empiezas a ver con claridad tus diferentes facetas.

La meditación te da las herramientas para ver todo eso con claridad, con una actitud imparcial. Para tener compasión de uno mismo hay que quedarse con el pensamiento inicial o con el surgir de la emoción. Eso quiere decir que, cuando te das cuenta que estás siendo agresivo, o que estás compadeciéndote de ti mismo, o lo que sea que ocurra en ese momento, te entrenas una y otra vez en no añadir más leña al fuego: culpabilidad, autojustificación, o cualquier otra cosa negativa. Intentas no darle más vueltas y ser más amable con la condición humana tal y como la estás viendo en ti mismo.

El aceptarnos a nosotros mismos nos permite también aceptar a los demás. Pero, si esto es así, podríamos entonces plantearnos qué motivación tenemos para seguir practicando. Estar dispuestos a aceptarnos tal y como somos es una forma de manifestar que estamos despiertos. Es nuestra tendencia a menospreciarnos, a desvincularnos, y a editarnos continuamente, lo que nos impide ver las cosas como verdaderamente son. Cuando no te cierras ni desconectas, entonces empieza a surgir la intuición, que es la sabiduría que traspasa totalmente la forma convencional de ver.

Y cuando empiezas a ver claramente, la motivación para practicar se hace más y más fuerte porque empiezas a tener esas intuiciones que son refrescantes y poderosas. La motivación para practicar se hace más fuerte porque estás descubriendo tu verdadera naturaleza y es doloroso bloquear ese descubrimiento de cualquier forma. También es doloroso verte totalmente neurótico, egoísta, y todas esas cosas, y no quieres seguir haciéndote eso a ti mismo. No quieres volver a cubrir tu apertura nunca más. Y tampoco soportas ver el sufrimiento que se causan otras personas al intentar hacerlo.

En cierta forma, nuestro sufrimiento está causado por nuestra intolerancia y dogmatismo, y otras cosas similares, pero en último término sufrimos porque no comprendemos lo infinitos que somos. Podríamos decir que vivimos en una fantasía, que lo que llamamos realidad es verdaderamente un sueño. Esta es una verdad importante: que todo esto es una fantasía en la que estamos completa y totalmente atrapados. Limitamos lo que es ilimitado. Condicionamos lo que es incondicional, y eso nos hace desdichados. Cuando empezamos a comprender eso, no puedes soportar que otras personas sigan haciéndose daño a sí mismos de esa manera, y no puedes soportar seguir haciéndote daño a ti mismo de la misma forma. Entonces, estás realmente motivado para practicar.

Aunque no podemos realmente eliminar nuestras aristas, nos damos cuenta de que hay suficiente espacio para acogerlo todo. Hay suficiente espacio en nuestro propio ser, suficiente espacio en el mundo para acomodarlo todo. Es al escoger cuando creamos parcialidad y prejuicios, porque preferimos lo suave a lo áspero y entonces reaccionamos a favor y en contra, y eso nos hace sufrir.

Echar la culpa a otros no es muy útil, aunque sí debemos hacernos todos responsables de nuestros actos. Podemos dejar de echar la culpa, pero eso no implica que no pidamos responsabilidades a quien corresponda, empezando por uno mismo.

Cuanto menos atrapados estemos con nuestros temores y esperanzas, más claramente podremos ver el sufrimiento de una manera directa y sin agresión. Así, la responsabilidad significa que podemos ser honestos, increíblemente honestos. Cuando vemos que se está haciendo daño a alguien, a un niño, a un animal, o a otro ser humano, lo vemos claramente y nuestro mayor deseo es aliviar ese sufrimiento. Pero entonces, la cuestión es ¿cómo actuamos para que la persona que vemos causante del problema se haga responsable, y esté dispuesta a reconocer lo que está haciendo?

Si te das cuenta de lo duro que es para ti reconocer lo que estás haciendo en tu propia vida, ves lo que cuesta hacerte tú mismo responsable, y por eso intentas encontrar la forma más adecuada de comunicarte para echar a bajo las barreras en lugar de reforzarlas. Todo tiene que ver con la comunicación: ¿Cómo puedes comunicarte para que alguien pueda escuchar lo que le estás diciendo y también puedas tú escuchar lo que te están diciendo?

La responsabilidad es una parte esencial del camino. Tenemos que hacernos responsables de nuestras acciones, de nuestra vida, para poder crecer como guerreros. Uno de las funciones del maestro es hacer que los estudiantes dejen de depender de él, dejen de relacionarse con la vida con una visión de padre e hijos. Eso es no teísmo. El teísmo no sólo tiene que ver con Dios, tiene mucho que ver con sentir siempre que estás incompleto y necesitas buscar algo o alguien fuera de ti. Es como si no crecieras nunca. Teísmo es sentir que no puedes encontrar por ti mismo la verdad. Muchas veces tomamos las enseñanzas del guerrero, o cualquier otra enseñanza, y solamente intentamos ver cómo encajar en ellas, pero no estamos realmente descubriéndolas, no estamos tratando de comprobarlas, profundizando en ellas y dejando que transformen nuestro ser. Seguimos intentando vivir algún ideal, seguimos buscando seguridad y alguien a quien agradecer o culpar.

Pero la responsabilidad te hace sentir como si no tuvieras un suelo donde apoyarte, no hay una mano a la que puedas cogerte. Sin importar lo que otras personas puedan decir, cuando llega el momento, tú eres el único que puede responder tus propias preguntas.

Según recorres el camino, puedes preguntarte en ocasiones cómo saber si estás en el lugar correcto, haciendo lo que deberías hacer en este momento de tu vida, o si deberías cambiar de rumbo, de actividad, de trabajo, si es éste realmente tu camino. Así es el camino, cuanto más lo recorres, a más cosas te tienes que enfrentar, y la vida te sorprende muchas veces. Aunque siempre te está haciendo más humilde al mostrarte lo poco que sabes, lo poco que comprendes, al mismo tiempo te está inspirando a seguir adelante, aunque la experiencia sea humillante, sobre todo para el ego.

Mucha gente, por ejemplo, pasa la vida en un trabajo en el que no se siente bien, y se plantea si tomar la decisión de cambiar a otro ámbito será la solución. Aunque puede ayudarnos cambiar de situación para aliviar nuestro malestar, cambiar lo externo no ataja la raíz de nuestro descontento. El sufrimiento es una de las grandes verdades de la vida y, como seres humanos, tenemos que mirar al sufrimiento directamente, lo que lo causa, lo que lo hace aumentar, y lo que permite que se disuelva. Así que lo primero es reconocer, honestamente y de todo corazón, que no importa adónde vayamos o lo que hagamos, siempre vamos a tener cosas positivas y negativas, y que esa es una situación valiosa, fértil y con grandes posibilidades de aprendizaje.

Tenemos que darnos cuenta en algún momento que gran parte del sufrimiento depende de nuestra mente. Ya estemos en una situación, laboral o de otro tipo, que nos sobrepasa o en una situación muy sencilla, seguimos teniendo que trabajar con nuestra mente. Por eso las enseñanzas te dicen que no importa lo que suceda en tu vida, porque siempre te va a mostrar la verdadera naturaleza de la realidad, tu verdadera naturaleza de guerrero. No importa el tipo de película en el que estés metido, no importa el argumento de la película que estés protagonizando en este momento, es el vehículo para mostrarte la verdadera naturaleza de tu mente, de tu ser.

De alguna manera, todo se puede resumir en estar muy sintonizado con nuestras emociones, para ver cómo nos apegamos a lo placentero y rechazamos lo que es doloroso. Trabajamos sin cesar para intentar descubrir cómo liberarnos de esa trampa, cómo abrirnos y ser más suaves en lugar de estar tensos y cerrarnos. Se trata de darnos cuenta de la sabiduría y la compasión que contiene esta vida que estamos viviendo, tal y como es. Sin importar lo sencilla o complicada que se vuelva la vida, puede hacernos sentir miserables o puede despertarnos.

Incluso en nuestra sociedad actual, donde la pobreza parece ser la causa del sufrimiento de muchas personas, debemos darnos cuenta que el sufrimiento no depende de lo que tenemos. La cuestión que debemos plantearnos es ¿cómo podemos ayudar a otros? ¿cómo podemos ayudarles a darse cuenta de lo que hace aumentar el sufrimiento y de lo que causa que disminuya?

Tampoco es cuestión de resignarse a seguir en una situación desfavorecida que podríamos cambiar de alguna manera. Aunque dicen que de un gran sufrimiento surge una gran compasión, también puede ocurrir que de un gran sufrimiento surja un gran odio. Es cierto que un gran sufrimiento puede causar una gran apertura de corazón, un gran sentimiento de afinidad con los demás, pero también puede provocar gran odio, resentimiento y desesperanza. Se necesita mucha ayuda para que el sufrimiento se convierta en compasión. Cuando no se tienen maestros o guías ni el apoyo de los seres queridos, normalmente el sufrimiento conduce a un mayor sufrimiento, haciendo que la pesadilla cada vez sea peor.

La cuestión fundamental no es si hay o no sufrimiento, es ¿cómo podemos trabajar con el sufrimiento para que nos conduzca al despertar del corazón y podamos ir más allá de las visiones habituales y los actos que perpetúan el sufrimiento? ¿Cómo podemos usar el sufrimiento para transformar nuestro ser y el de aquellos que nos rodean? ¿Cómo podemos dejar de huir del dolor y de reaccionar contra él de maneras que nos destruyen a nosotros y a los demás? Este es un mensaje que puede escuchar la gente, pero tienen que escucharlo mucho, y con un corazón abierto, y de personas que realmente les importen, no de alguien que simplemente pasa por allí para ganar dinero a costa de ellos.

Hay enseñanzas que nos ayudan a transformar las circunstancias difíciles en el camino de la compasión. Ese es el tipo de enseñanzas que necesitamos en la actualidad, que las circunstancias difíciles pueden ser el camino a la liberación.

En el fondo, tal vez subconscientemente, parece ser que gran parte de nuestro anhelo por escapar del sufrimiento tiene que ver con la sensación de que cuanto más cerca estemos del sufrimiento, más cerca estaremos de la muerte. El camino del guerrero te está enseñando cómo morir, pero no sólo a morir al final de esta vida, si no a morir en cada momento que se derrumban las cosas en nuestra vida, lo cual sucede constantemente. Parece ser que el miedo a la muerte –que es también miedo a no tener dónde apoyarnos, a la inseguridad—es lo más fundamental con lo que tenemos que trabajar. Porque constantemente hay cosas que terminan. En la vida, las cosas constantemente acaban y aparecen, y vuelven a acabar. Pero parece que estamos extrañamente condicionados a sentir que sólo debemos experimentar la parte del nacimiento y no la de la muerte.

Tenemos tanto miedo a no tener el control, a no ser capaces de aferrarnos a las cosas, que no nos damos cuenta que la verdadera naturaleza de todo es que nunca tenemos el control. Nunca lo tenemos. Nunca podemos mantenernos aferrados a algo para siempre. Así es como son las cosas, como es la vida. Pero parece que como humanos no podemos aceptarlo. Aunque lo entendamos intelectualmente, nos provoca miedo y nos da pánico cada vez que sentimos que se acerca el fin de algo de lo que conocemos, de algo de lo que tenemos, de parte de nuestra vida.

Parte del camino consiste en aprender a relajarnos sin tener un suelo bajo nuestros pies que nos mantenga seguros y a mantenernos ahí presentes a pesar del pánico que eso nos provoca. Como guerreros, debemos entrenarnos para permitir que eso sea así, entrenándonos a morir continuamente, esa parece ser la esencia de las enseñanzas, mantenerse en ese espacio inmenso de incertidumbre sin intentar solidificarlo para volver a tener un punto de referencia, para volver a tener un suelo sólido que nos haga sentir seguros.

Podemos dejar de buscar ese momento ideal en que todo es sencillo y seguro, y empezar a disfrutar de este instante de experiencia, ya sea dolorosa o placentera, que al fin y al cabo es la materia prima de nuestro trabajo. La diferencia siempre va a ser la forma en que nos relacionamos con esa experiencia, si lo hacemos cerrándonos para defender nuestra seguridad, o cultivando la apertura para ver más allá de las apariencias.








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