Los
aprendices de guerrero a menudo aspiran a vivir solos en las montañas rodeados
de naturaleza, para poder practicar en paz y desarrollar su espíritu con más
facilidad. Pero una ciudad puede ser un entorno tan adecuado, o incluso más,
para practicar. Aunque en la ciudad no podemos encontrar tantos árboles como en
plena naturaleza, sí que hay muchísimas personas, y también son parte de la
naturaleza. Precisamente porque las ciudades están llenas de tantas personas,
también hay allí más oportunidades de practicar la amabilidad y la compasión,
de regocijarse por la felicidad de los demás, y de considerar y cuidar a todos
por igual.
Si
vivimos en la ciudad, aunque intentemos escondernos en casa, no podemos escapar
al hecho de que nos rodean los demás. Está la anciana de al lado que nos
cruzamos en la escalera, un vagabundo que a veces duerme en la entrada del
edificio, o el vecino de arriba que toca la batería. Si intentamos aislarnos
demasiado no podremos practicar el amor compasivo. Si, en cambio, cultivamos
una sensación de estar interconectados, de formar parte de nuestra ciudad de la
misma forma que somos parte de nuestra familia, entonces desarrollaremos la
amabilidad y el cuidado por toda la gente de nuestra ciudad y tendremos muchas
oportunidades de practicar.
Cuando
tenemos una familia, no cobramos el sueldo y pensamos “¡Me lo voy a fundir
todo!” Siempre pensamos en nuestra familia: el alquiler, la compra, y la
educación de los niños. Sabiendo que nuestra familia depende de nosotros, es
gratificante ver cómo nuestra ayuda beneficia sus vidas. No sentimos que los
miembros de nuestra familia nos deban algo, y nunca nos cuestionamos por qué
les estamos ayudando. Sentimos una responsabilidad que nos mantiene, y así nos
sentimos motivados a continuar.
No es
que esté sugiriendo abrir las puertas de nuestra casa para invitar que pase
todo el mundo. Tal vez eso no sea muy realista. Las personas son complicadas y
no siempre es fácil ayudarlas. Aún así, siempre hay pequeñas formas en las que
podemos extender la cordialidad hacia los demás, pequeños gestos de amabilidad
que le dan mucho sentido a nuestras vidas y las vidas de los demás.
Participando de esta manera estamos ayudando a darle forma a nuestra ciudad, a
nuestro país, a nuestro mundo. Si “adoptamos” a toda la gente de nuestra ciudad
como si fuera de nuestra familia, cualquier cosa que podamos hacer por otras
personas nos dará satisfacción.
Las
madres y los padres disfrutan mucho haciendo cosas por sus hijos. No están
realmente separados de ellos. Si sus hijos son felices, también ellos son
felices. Puede ocurrir lo mismo con nuestra familia-ciudad adoptada. Cada
individuo de una familia no tiene las mismas necesidades. Siempre hay algún
miembro que necesita más ayuda, que puede sufrir una enfermedad o encontrarse
en una situación difícil, mientras que otros se mantienen con facilidad o
tienen más suerte consiguiendo lo que quieren. Intentamos hacer lo que podemos
para ayudar a todos, para cuidar a todos los miembros de nuestra familia por
igual.
Normalmente,
nuestros principios nos guían en una dirección positiva, pero algunos
principios pueden limitarnos. Por ejemplo, podemos sentir que esa gente debería
ir a trabajar en lugar de mendigar. Puede que nos preocupe que si damos dinero
a alguien que lo pide se lo gaste en alcohol o drogas. Podemos sentir que
ofrecer dinero a los que tienen necesidad es condescendiente, o que es una
solución superficial e insignificante para un problema social mucho más profundo,
que debería tratarse de una manera más amplia. A veces podemos sentirnos tan
abrumados por el sufrimiento a nuestro alrededor que decidamos que es inútil
intentar hacer nada en absoluto. O podemos sentir que es demasiada molestia ponernos
a buscar algunas monedas, que llamaremos demasiado la atención.

Es mucho
más importante que responda nuestro corazón cuando hay una oportunidad, que nos
sintamos impulsados a preocuparnos por los demás, en vez de estar dándole
vueltas a la cabeza. Si no podemos reconocer las oportunidades de ayudar a
personas que lo necesiten, somos nosotros los que más perdemos. Pequeños gestos
de amabilidad nos transforman, muestran lo mejor de nosotros y nos conectan con
los demás de la mejor manera posible.
¿Queremos
cambiar el mundo? Si miramos a nuestro alrededor veremos que siempre hay algo
que podemos hacer.
Más abajo puedes dejar un comentario sobre lo que te ha parecido esta publicación y también sugerir algún tema sobre el que te gustaría leer en futuras publicaciones. Gracias por tu colaboración.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu colaboración.