VIVIR EN LA CIUDAD Y ABRIR EL CORAZÓN



Los aprendices de guerrero a menudo aspiran a vivir solos en las montañas rodeados de naturaleza, para poder practicar en paz y desarrollar su espíritu con más facilidad. Pero una ciudad puede ser un entorno tan adecuado, o incluso más, para practicar. Aunque en la ciudad no podemos encontrar tantos árboles como en plena naturaleza, sí que hay muchísimas personas, y también son parte de la naturaleza. Precisamente porque las ciudades están llenas de tantas personas, también hay allí más oportunidades de practicar la amabilidad y la compasión, de regocijarse por la felicidad de los demás, y de considerar y cuidar a todos por igual.

Si vivimos en la ciudad, aunque intentemos escondernos en casa, no podemos escapar al hecho de que nos rodean los demás. Está la anciana de al lado que nos cruzamos en la escalera, un vagabundo que a veces duerme en la entrada del edificio, o el vecino de arriba que toca la batería. Si intentamos aislarnos demasiado no podremos practicar el amor compasivo. Si, en cambio, cultivamos una sensación de estar interconectados, de formar parte de nuestra ciudad de la misma forma que somos parte de nuestra familia, entonces desarrollaremos la amabilidad y el cuidado por toda la gente de nuestra ciudad y tendremos muchas oportunidades de practicar.

Viviendo en la ciudad nos encontramos con tanta gente todos los días. A veces, simplemente sonreír a alguien o abrirle la puerta puede ser una práctica de amor compasivo. En el autobús o el metro podemos ceder nuestro asiento a un anciano. Cuando tomamos un taxi, o compramos el pan, siempre hay una forma de extender la cordialidad de alguna manera. Muchas personas sin hogar viven en las calles. A veces se sientan en una esquina pidiendo dinero con un bote. A veces tienen un cartel que dice: “Tengo hambre ¿puedes ayudarme?” A veces son simpáticos y otras veces parecen deprimidos y fríos. A menudo tienen todas sus pertenencias junto a ellos en una bolsa de plástico. Puede significar mucho para ellos el que alguien simplemente se tome el tiempo de darse cuenta que están ahí.

Cuando tenemos una familia, no cobramos el sueldo y pensamos “¡Me lo voy a fundir todo!” Siempre pensamos en nuestra familia: el alquiler, la compra, y la educación de los niños. Sabiendo que nuestra familia depende de nosotros, es gratificante ver cómo nuestra ayuda beneficia sus vidas. No sentimos que los miembros de nuestra familia nos deban algo, y nunca nos cuestionamos por qué les estamos ayudando. Sentimos una responsabilidad que nos mantiene, y así nos sentimos motivados a continuar.

No es que esté sugiriendo abrir las puertas de nuestra casa para invitar que pase todo el mundo. Tal vez eso no sea muy realista. Las personas son complicadas y no siempre es fácil ayudarlas. Aún así, siempre hay pequeñas formas en las que podemos extender la cordialidad hacia los demás, pequeños gestos de amabilidad que le dan mucho sentido a nuestras vidas y las vidas de los demás. Participando de esta manera estamos ayudando a darle forma a nuestra ciudad, a nuestro país, a nuestro mundo. Si “adoptamos” a toda la gente de nuestra ciudad como si fuera de nuestra familia, cualquier cosa que podamos hacer por otras personas nos dará satisfacción.

Las madres y los padres disfrutan mucho haciendo cosas por sus hijos. No están realmente separados de ellos. Si sus hijos son felices, también ellos son felices. Puede ocurrir lo mismo con nuestra familia-ciudad adoptada. Cada individuo de una familia no tiene las mismas necesidades. Siempre hay algún miembro que necesita más ayuda, que puede sufrir una enfermedad o encontrarse en una situación difícil, mientras que otros se mantienen con facilidad o tienen más suerte consiguiendo lo que quieren. Intentamos hacer lo que podemos para ayudar a todos, para cuidar a todos los miembros de nuestra familia por igual.

Cuando nos encontramos en la calle a alguien sin hogar y nos dirigimos a esa persona, por supuesto que nunca sabemos qué esperar. Algunos apreciarán que intentemos ofrecerles algo, e incluso querrán darnos algo a cambio, una manzana o indicaciones sobre algo, porque eso les da cierta sensación de integridad y también una oportunidad de ser generosos. Pero las personas sin hogar viven en el límite, y a menudo se expresan de una manera que no nos resulta agradable. Algunos parecen enfadados e inaccesibles, algunos se acurrucan en un rincón cubiertos de mantas, otros pueden señalarnos con el dedo y decirnos que nos perdamos. Esa es su forma de sobrevivir, y tenemos que respetarla. Sin importar cuáles sean sus acciones, siempre podemos extender hacia ellos amabilidad deseándoles de corazón que estén bien, esperando que puedan mantenerse calientes y conseguir suficiente comida. Este poderoso método de extender nuestro cuidado a todo el mundo hace que nos deshagamos de nuestra indiferencia y parcialidad.

Normalmente, nuestros principios nos guían en una dirección positiva, pero algunos principios pueden limitarnos. Por ejemplo, podemos sentir que esa gente debería ir a trabajar en lugar de mendigar. Puede que nos preocupe que si damos dinero a alguien que lo pide se lo gaste en alcohol o drogas. Podemos sentir que ofrecer dinero a los que tienen necesidad es condescendiente, o que es una solución superficial e insignificante para un problema social mucho más profundo, que debería tratarse de una manera más amplia. A veces podemos sentirnos tan abrumados por el sufrimiento a nuestro alrededor que decidamos que es inútil intentar hacer nada en absoluto. O podemos sentir que es demasiada molestia ponernos a buscar algunas monedas, que llamaremos demasiado la atención.

Pero ¿cómo podemos ignorar la petición de alguien que nos pide ayuda si tenemos medios para hacerlo? Los adictos también tienen que comer. Si nos preocupar el darles dinero, podemos darles comida o mantas. También tienen un cuerpo y sienten el calor del sol y la humedad de la lluvia en su piel. Deberíamos apreciar cualquier oportunidad para responder, porque es mucho mejor que andar por ahí todo el día pensando sólo en nosotros mismos.

Es mucho más importante que responda nuestro corazón cuando hay una oportunidad, que nos sintamos impulsados a preocuparnos por los demás, en vez de estar dándole vueltas a la cabeza. Si no podemos reconocer las oportunidades de ayudar a personas que lo necesiten, somos nosotros los que más perdemos. Pequeños gestos de amabilidad nos transforman, muestran lo mejor de nosotros y nos conectan con los demás de la mejor manera posible.

¿Queremos cambiar el mundo? Si miramos a nuestro alrededor veremos que siempre hay algo que podemos hacer.







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