Cuando se manifiesta la esencia del guerrero lo hace con
afabilidad, pero no de una manera medio tibia y blanda, sino con una afabilidad
viva y brillante que surge del corazón del guerrero, surge de alguien que sabe
cuál es su lugar y lo ocupa con dignidad. La ternura y amabilidad del guerrero
nace de la experiencia y la confianza. Pero esa confianza no es una fe ciega,
una creencia por la que hay luchar y morir o convencer a los demás para que se
conviertan. El guerrero no tiene dudas porque confía en el corazón, confía en
sí mismo porque ha experimentado su mente y cuerpo sincronizados, por eso ya no
tiene dudas.
Sincronizar, o unificar, mente y cuerpo no es sólo un
concepto ni una técnica de superación personal que alguien se ha inventado. Es
un principio fundamental para manifestar todo el potencial del ser humano,
utilizando las percepciones sensoriales para coordinar mente y cuerpo. Cuando
sincronizamos mente y cuerpo nuestras percepciones son claras y sentimos lo más
profundo de nuestro corazón, desapareciendo las dudas y la angustia y actuando
con precisión en el momento oportuno.
Sincronizar mente y cuerpo también afecta a la manera en que
nos relacionamos con el mundo y cómo trabajamos con él. Y en este proceso
podemos diferenciar dos etapas: mirar y ver. Mirar es el primer paso que damos
hacia nuestro mundo, para conocerlo, para tocarlo. Tal vez en un principio no
nos atrevamos a mirar con decisión, a mantener la mirada sin temblar o desviarla.
Tal vez no confiemos aún en lo que podamos ver, o tengamos miedo de ver algo
más que la apariencia superficial de las cosas. Pero precisamente se trata de
mirar más de lo habitual, de mirar plenamente el mundo que nos rodea, de mirar
y seguir mirando aún más.

En ocasiones, percibimos algo directamente sin un
pensamiento o un nombre con que etiquetarlo, al menos por unos segundos. En
otros momentos, que suelen ser más comunes, cuando percibimos algo ya estamos
etiquetándolo con una palabra, intentando encasillar la experiencia de alguna
manera. Es decir, en ocasiones tenemos una percepción directa del Universo y en
muchas otras nos intentamos convencer de la experiencia que debemos estar
teniendo. O sea, que podemos mirar y ver más allá de las palabras y los
conceptos, ver con nuestro corazón, con una experiencia directa, o bien estamos
viendo el mundo a través de los filtros de nuestros pensamientos y prejuicios,
como si habláramos con nosotros mismos para explicarnos lo que estamos
experimentando.
Todos hemos podido experimentar directamente alguna emoción,
como la pasión o la agresión, sin palabras en un primer momento de suma
intensidad. Tras esa primera explosión de energía que nos inunda, la mente se
pone a pensar sobre ello diciendo: “te quiero” o “te odio”, o incluso
desarrollamos toda una conversación con nosotros mismos sobre la conveniencia o
no de sentir lo que sentimos.
Cuando sincronizamos mente y cuerpo miramos y vemos más allá
de las palabras. Podemos relajarnos, parar nuestro diálogo interno, y percibir
el mundo tal como es, directamente, sin etiquetar y sin enjuiciar lo que
sentimos. Nuestra visión se hace mucho más amplia y profunda, y vemos el mundo
de otra manera más despierta, más intenso, más nítido.
Así, sincronizando cuerpo y mente, también desarrollamos la
valentía para actuar de la forma adecuada en el momento preciso. Nos
relacionamos con nuestro mundo directamente y con precisión. Con esa visión
valiente del mundo somos capaces de mirarnos a nosotros mismos, y podemos ver
que estamos donde debemos estar y que somos quien debemos ser.
En ese momento, cuando vemos que ocupamos el lugar que nos
corresponde en este universo, empezamos a ver el poder y la dignidad del
guerrero que despunta en nuestro corazón. Es como consecuencia de sincronizar
cuerpo y mente que experimentamos ese despertar de la dignidad del guerrero.
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