SENTIRSE A UNO MISMO



Cuando aprendemos a permanecer en calma, empezamos a sentirnos verdaderamente a nosotros mismos.

En su camino al despertar, los maestros guerreros han descubierto que la existencia humana se caracteriza por tres cualidades: la transitoriedad, el sufrimiento y la insustancialidad del yo. Descubrieron que sufrimos al intentar hacernos sólidos y querer permanecer sin cambios, cuando la esencia de nuestro ser es apertura y cambio continuo. Y nos animan a descubrir por nosotros mismos este estado abierto del ser a través de la práctica de la meditación.

Cuando practicamos la meditación, lo que estamos haciendo básicamente es familiarizarnos con algo. En la meditación sobre la respiración, primero nos familiarizamos con la técnica, que consiste en reconocer los pensamientos y las emociones que surgen en nosotros y soltarlos para volver a llevar nuestra atención a la respiración. Con el tiempo, también nos familiarizamos con ese estado de ser abierto, donde no hay un yo sólido. Conforme vamos aprendiendo a permanecer en calma, nos familiarizamos con nuestro verdadero ser. Vamos descubriendo que en nosotros hay un ser más fuerte y con una mente más clara, un guerrero que vive en armonía consigo mismo y con su entorno. La misma postura de meditación manifiesta las cualidades de ese guerrero interior, asentado sobre la tierra, equilibrado y relajado.

Cuando estamos sentados meditando desarrollamos la paciencia y la sinceridad de ser conscientes de nosotros mismos. Y conforme nuestra mente se va haciendo más flexible y curiosa, se despliega ante nosotros todo un abanico de nuevas posibilidades, descubrimos una nueva realidad al ver las cosas tal como son, y no como pensábamos que eran. Tal vez descubramos que, a pesar de querer vivir de una manera digna y despierta, nuestra atención se va continuamente en otra dirección. Nuestra mente busca constantemente alguna manera de entretenerse, y no solamente viendo la televisión o navegando por internet, es una búsqueda de entretenimiento que ya se daba hace miles de años en las mentes de las personas. Podemos encontrar en antiguos escritos y enseñanzas multitud de referencias sobre cómo la mente está siempre buscando distraerse de alguna manera.

Siempre estamos pensando que lo siguiente que encontremos en nuestra vida –ya sea una nueva idea, una comida, una conversación o una nueva relación—nos dará la solidez y la permanencia que nos falta. Seguimos buscando sin cesar lo que nos dará una total satisfacción. Y en la meditación nos damos cuenta muy claramente de esta tendencia. Cuando estamos sentados meditando, nos damos cuenta que, aunque podemos estar apaciblemente sentados, la mente sigue “rumiando” algo. En lugar de relajarnos en ese preciso momento, seguimos buscando entretenimiento. Nos distraemos rememorando el pasado o fantaseando sobre el futuro. Volvemos a darle vueltas a una conversación que tuvimos y planeamos lo que vamos a hacer durante el día.

Es curioso que la gente diga “yo medito” o “yo no medito”, porque es como decir que tu mente funciona o no. La realidad es que, aunque no trabajemos con nuestra mente con una meditación formal, de una manera u otra siempre estamos trabajando con nuestra mente. La mayoría del tiempo la usamos para meditar sobre “mí”. La utilizamos para familiarizarnos con nuestras reacciones ante el mundo que nos rodea. Vemos que alguien tiene algo que quisiéramos para nosotros, y meditamos sobre la envidia. No conseguimos algo que queremos, o conseguimos lo que no queremos, y meditamos sobre el enfado. 

Nuestra meditación habitual es pensar en nosotros mismos, en si conseguiremos hoy lo que queremos. Nuestra mente está continuamente en movimiento, intentando asegurarse la felicidad de todas las formas incorrectas. Su prisa y su forma de reaccionar nos mantienen continuamente en jaque. Hay tan poco espacio en nuestra mente, y en nuestra vida, que al final del día estamos agotados física y mentalmente. Nuestra meditación constante sobre esa creación mental que conocemos como “yo” nos deja sin energía.

Cuando meditamos formalmente estamos aprendiendo a familiarizarnos de una forma positiva con nuestra mente, descubriendo cómo funciona realmente. De esta manera, nuestra mente se abre, y se vuelve curiosa y flexible. Podemos sentirnos cómodos observándonos a nosotros mismos, no somos demasiado duros con nosotros, pero al mismo tiempo estamos descubriendo nuestros “truquitos”. Descubrimos cómo nos escapamos, y cuándo estamos a punto de caer en el enfado o la envidia. En cierto momento tendremos la fortaleza y la disciplina para decidir cómo usamos nuestra mente. Podremos abrirnos a otras alternativas diferentes a las reacciones reflejas. Podremos decir, por ejemplo: “el tráfico es terrible, pero no tengo por qué enfadarme, puedo escoger una respuesta diferente, como aceptar que es una hora punta y muchas otras personas desean llegar a su destino, igual que yo”.

La meditación nos proporciona el espacio necesario para ver que podemos escoger no dejarnos llevar por el apego y el enfado. Y al mismo tiempo, encontrar este espacio y permitir que nuestro verdadero ser salga a flote implica mucho más que sentarse un rato con las piernas cruzadas. Aunque, hasta cierto punto, puede ayudarnos el que pensemos que vamos a meditar para relajarnos un rato y para que nuestros problemas se vayan con la respiración, eso no va a hacer que alcancemos el despertar. Se requiere disciplina para fortalecer la mente y hay que trabajar de forma activa con los pensamientos y emociones.

La meditación no consiste en ser “buenos”, consiste en domesticar la mente trabajando con ella inspirados y con entusiasmo. Con la práctica nos asentamos en la experiencia de nuestro ser más interno, y eso nos lleva a sentirnos verdaderamente, a conocer nuestro verdadero ser. Tenemos que pensar qué queremos hacer con nuestra vida, con nuestra mente, y ver la práctica como la herramienta que nos ayudará a conseguirlo.

Cuando nos abrimos y sentimos nuestro ser más profundo, nos sentimos íntegros, equilibrados, confiados, flexibles y tranquilos. La mente es más fuerte y ahora podemos meditar en cualidades como el amor y la compasión, esos aspectos del ser humano que manifiesta una mente sana. Cuanto más fuerte y estable sea nuestra mente, más compasión y amabilidad podremos manifestar. Como guerreros, manifestamos nuestra valentía al fortalecer nuestro ser más profundo, porque al hacerlo dejamos de estar centrados en lo que a “mí” me interesa para extender nuestra atención y cuidado hacia los demás.

En este camino del guerrero que te conduce hacia el despertar total de la mente y del corazón llegaremos a ver las cosas tal y como son: carentes de solidez, alegres y luminosas. Practicando la meditación nos regocijamos al ver que podemos desarrollar una visión clara de la vida, un auténtico corazón de guerrero que ama sin condiciones, y la sabiduría necesaria para saber siempre qué es lo correcto que debemos hacer en cada momento. Ya tenemos en nosotros todo lo que necesitamos. Como guerreros tenemos el potencial para darnos cuenta de la verdad de la vida y basar en ella todas nuestras acciones. Centrándonos en la satisfacción de saber que podemos hacerlo, que ya tenemos todo lo necesario para vivir sintiendo nuestro verdadero ser, es como seremos realmente felices.





Más abajo puedes dejar un comentario sobre lo que te ha parecido esta publicación y también sugerir algún tema sobre el que te gustaría leer en futuras publicaciones. Gracias por tu colaboración.


Comentarios